Un pensamiento irrumpe en tu mente. Lo observas con recelo: parece exagerado, ilógico, peligroso. Te preguntas: ¿Cómo puedo estar pensando en esto? Se trata de algo terrible, algo que nunca harías, algo que ni siquiera deberías estar pensando (“no consentirás pensamientos ni deseos impuros”). ¿Por qué no puedo quitármelo de la cabeza? El pensamiento no solo te resulta extraño, sino incluso ajeno. ¿Hay algo mal en mí?
¿Has tenido algún pensamiento intrusivo de este tipo? Suele ser una idea relacionada con sufrir o causar algún daño; también puede estar asociada a algo prohibido. ¿Recuerdas esa imagen, ese posible impulso? ¿Lo reconoces? ¿Estás pensando en ello…? Bien, pues ahora te pido que no leas el siguiente párrafo hasta que ese horrible pensamiento haya desaparecido por completo de tu mente.
Difícil, ¿verdad? No pensar en algo… es pensarlo. Rechazar un pensamiento porque nos asuste, nos avergüence, nos asquee o nos enfade solo lo refuerza.
Hagamos el siguiente ejercicio: imagina que eso terrible que evitas pensar es una jirafa. ¿Por qué? Porque le tienes fobia a las jirafas (como narrador, así te lo impongo).
La jirafa, sí, el animal más alto del planeta, del color de un lecho seco, con cuernos que parecen antenas, ojos de una negrura abismal y un cuello tan absurdo como su existencia. ¿Cómo no tenerle pánico a tal criatura? La imagen de la jirafa comiendo de árboles espinados te atormenta cada vez que cierras los ojos: su enorme lengua escurriéndose entre las púas, su gran lengua a través de tu minúscula y ridícula garganta. Horrible, ya lo sé.
Y de repente, ¡se te ocurre la solución! Cada vez que pienses en una jirafa (monstruo demoníaco), vas a pensar en un capibara. Eso es, un capibara durmiendo la siesta en un prado al sol. Un capibara (criatura angelical). Un capibara, sí. Jirafa, no. Capibara, sí. Jirafa… Capibara. Capibara. ¡Capibara!
Funciona. Hoy el capibara te salva, pero dime: ¿de qué te acordarás la próxima vez que pienses en él? La jirafa te irá comiendo terreno (lengua le sobra para ello), y ya no te bastará con traer capibaras a tu mente, sino que tendrás que verlos en fotos o vídeos (de tres en tres), gritar su nombre, acariciar algo peludo, cantar en bucle su estúpida canción: ca-pi-baa-raaa, capibara, capibara, capibara. (Si no conoces la canción, no la busques. Ni pienses en una jirafa).
Es así, querida lectora, como se desarrolla un trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Y, a partir de ahora, cada vez que pienses en cualquiera de estos dos animales, te acordarás de estas palabras. Porque así funciona nuestro cerebro: una supercomputadora especializada en generar asociaciones…
De nada.
De esto y muchas otras cosas hablamos en el último Debate berlinés: obsesión. Más allá del concepto clínico, profundizamos en otras aproximaciones al término y sus relaciones: pasión, juicio, control, perfeccionismo, rumiaciones, compulsiones o adicción. Ya que mi intención es escribir un artículo online y no una tesis, me centraré en los tres últimos aspectos.
Si quieres seguir explorando este y otros temas desde un enfoque psicológico y literario, puedes encontrar más textos en la newsletter de Psicología Migrante o en su cuenta de Instagram.
Diferencia entre obsesión y rumia mental
Aunque ambos patrones de pensamiento son repetitivos, en la rumia te implicas voluntariamente con ellos: te dejas llevar por la espiral del pensamiento intentando entender, buscar un sentido o una solución a algo que te importa (a menudo, sin lograrlo). En cambio, el pensamiento obsesivo lo percibes como ajeno, intrusivo, incluso absurdo (maldita jirafa), y muchas veces se acompaña de un intento compulsivo por neutralizarlo mediante conductas repetitivas o rituales (ca-pi-baa-raaa…).
En el día a día, muchas de nuestras llamadas obsesiones son, en realidad, rumiaciones. Y no por ello resultan menos perturbadoras. En realidad, el límite entre una y otra es muchas veces difuso.
¿Quién no ha sentido alguna vez ese pensamiento que vuelve y vuelve, aunque no queramos? ¿Esa escena pasada que analizamos en bucle? ¿Quién no ha especulado con las catastróficas consecuencias de un “¿y si…?” y ha perfeccionado en la mente posibles planes de acción? ¿Quién no ha practicado, a posteriori, la perfecta respuesta en alemán después de que un desconocido nos echara la bronca por… algo?
Todas, todos, todes. No se escapa nadie. El sufrimiento es inclusivo, nos humaniza.
La pregunta no es si lo hemos hecho, sino con cuánta frecuencia, duración e intensidad. Este artículo no va a sacarte del rabbit hole (lo siento), si es que tiendes a hundirte en él, pero puedo asegurar que la terapia funciona. Así que, si estos patrones se te escapan de las manos, busca: terapia en español en Berlín.
Berlín y las compulsiones del placer
Las compulsiones (capibara) derivadas del TOC son comportamientos de seguridad que buscan aliviar la ansiedad generada por la obsesión (jirafa). Sin embargo, las compulsiones derivadas de las adicciones son impulsos irresistibles dirigidos, en principio, a la obtención de placer; aunque también a la evitación del dolor emocional que la propia adicción retroalimenta y afianza.
La teoría de los procesos oponentes (Solomon & Corbit, 1974) ayuda a entenderlo: cada vez que experimentamos un pico de placer (proceso A), el cuerpo genera un proceso B para volver al equilibrio. Si ese placer es intenso y repetido (por drogas, por ejemplo), el proceso B se intensifica también: la bajona, la ansiedad, la anhedonia. Así nace la adicción: consumir como para salir del malestar del proceso B (ya sea la abstinencia o el simple bajón) provocado por el mismo consumo. Los alemanes usan el concepto Teufelskreis (círculo del demonio) para referirse a este tipo de bucles. A veces, el alemán también mola.
A este respecto puedo sugerir lecturas como la maravillosa Lucía Berlín y su Manual para mujeres de la limpieza, la divertidísima Asfixia de Palahniuk o un clásico tan incómodo como Lolita. Pero ya que estás leyendo a este común de los mortales, también te aconsejo el artículo que profundiza sobre este tema en relación con Berlín: Anhedonia en la capital del hedonismo.
Invitación
David Guerra, fundador de Psicología Migrante en Berlín, nos invita al siguiente Debate berlinés. ¿El tema? Nada menos que El humor.
Dijo Poncela: El sentido del humor consiste en saber reírse de las propias desgracias. Y es que el humor puede ser sanador, especialmente si las desgracias son compartidas, y yo diría que muchas lo son.
¿Cuándo? Viernes 6 de junio a las 18:30 horas (más o menos), en la Librería La Escalera.
Texto: David Guerra. Colaboración de Berlín Amateurs con Psicología Migrante (consulta de psicología especializada en el apoyo a migrantes y expatriados españoles y latinoamericanos)
SOBRE EL AUTOR:
¡Síguenos y comparte!
[DISPLAY_ULTIMATE_SOCIAL_ICONS]