Nuestra identidad está hecha de historias, pero ¿qué pasa cuando la memoria las fragmenta y el tiempo y la distancia las reescriben? Para quienes migramos, recordar es un ejercicio de reinvención constante: el pasado se vuelve más remoto, los recuerdos se desdibujan y el olvido se hace más liviano. En el coloquio El olvido y yo, dentro del ciclo “Literatura y psique”, exploramos cómo la memoria moldea nuestra identidad, especialmente en el contexto migratorio. ¿Escribir sobre el pasado nos ayuda a comprenderlo o a transformarlo?
Memoria y lenguaje son los materiales básicos con los que se construye la identidad. Quiénes somos tiene mucho que ver con la historia que nos contamos de nosotros mismos, y esta la construimos a partir de nuestros recuerdos. Sin embargo, la memoria funciona como un ordenador con poca capacidad que almacena los recuerdos en forma de archivos de baja resolución. Al recordar, tomamos estos archivos fragmentados y los editamos en forma de historias que tengan sentido.
Para quienes migramos, en este juego entre memoria e identidad, no solo existe la distancia temporal, sino también la geográfica. El pasado nos es más remoto, los recuerdos nos resultan más extraños, el olvido más liviano. Este fue uno de los temas principales del coloquio El olvido y yo, realizado en el marco de “Literatura y psique” de los Debates berlineses en la Librería La Escalera. Dirigido por la psicóloga Georgia Ribes y un servidor, David Guerra, en el debate tratamos temas como la relación entre memoria y trauma, la demencia, el perdón, el rencor, la nostalgia y, por supuesto, la migración.
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Memoria e identidad: entre el olvido y la reinvención
Existen distintos tipos de memoria, pero a la hora de hablar de identidad, nos centramos en la memoria episódica; es decir, la manera en que memorizamos sucesos y eventos.
La memoria es como un puzzle incompleto. Cuando recordamos, el cerebro se encarga de ordenar las piezas en una narrativa coherente con nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. ¿Se trata de una historia de pérdida, superación, éxito, fracaso, resistencia? La forma que tome la historia dependerá, en buena medida, del estado emocional que experimentamos entonces y del que experimentamos ahora.
En el caso de los migrantes, estas historias sufren transformaciones constantes. La identidad está formada por fragmentos aún más dispersos, y, por lo tanto, menos coherentes entre ellos. Obras como Los orígenes (Herkunft) de Saša Stanišić o La maleta de Serguéi Dovlátov ejemplifican cómo el acto de recordar(se) es también el de resignificar(se). Las memorias se reconstruyen bajo nuevas perspectivas, y con ellas, también lo hace el yo.
Es por esto que la escritura en general y la escritura terapéutica para migrantes en particular es una herramienta tan relevante. Si la memoria autobiográfica se organiza en forma de narrativas, escribir sobre nuestras experiencias se convierte en un proceso de autoconocimiento y reinvención. No solo nos ayuda a comprendernos, sino que nos permite reescribir nuestra historia de una manera más integradora y resiliente. La escritura nos da la posibilidad de dar nuevos significados a los episodios de nuestra vida, lo que facilita el desarrollo personal, especialmente cuando el proceso migratorio nos ha llevado a cuestionar nuestros recuerdos e identidad.
El orden de la memoria y la tentación del pasado
La memoria ofrece una ilusión de orden que resulta tentadora ante un futuro incierto. Cuando el mundo nos parece inestable, nos aferramos al pasado, idealizándolo. En él no existe el miedo al qué pasará, sino la ilusión de una realidad en la que todo tiene sentido.
En el debate se habló ampliamente sobre el libro Las tempestálidas (Refugio temporal), escrito por el autor búlgaro Gueorgui Gospodínov durante su estancia en Berlín. En un escenario distópico, los ciudadanos europeos votan por regresar a una época específica de su historia nacional. Las fronteras dejan de ser geográficas y se convierten en cronológicas. Las recreaciones de eventos pasados generan consecuencias reales en el presente: conflictos y guerras condenadas a repetirse.
Los nacionalismos se construyen sobre relatos épicos: el pueblo heroico despierta frente al invasor y, no solo se alza victorioso, sino que alcanza su apogeo, expandiendo su poder e influencia por el mundo, pero, claro, desde una causa supuestamente justa (elija la suya). El pasado se repite porque la identidad nacional se construye a través de esta narrativa. Necesita de un enemigo, de una lucha “justa” y de la promesa (o profecía) de una victoria (o gloria).
Alemania, pensábamos, había aprendido de su pasado. Berlín, en concreto, es una ciudad con una relación muy peculiar con su historia. Fabio Morábito, en Berlín también se olvida, escribe un capítulo sobre el Muro desde el absurdo, en el que los habitantes reconstruyen este símbolo de orden y caos, para derribarlo de nuevo al día siguiente. Al fin y al cabo, este es el verdadero sentido de las ruinas: no devolvernos al pasado, sino salvarnos de él.
Nostalgia y migración: entre la memoria y el regreso
El término “nostalgia” proviene del griego nostos (regreso) y algos (dolor). Fue acuñado en 1688 para describir una supuesta enfermedad que aquejaba a los soldados suizos desplazados a otros países.
En La ignorancia, Milan Kundera nos dice que la Odisea es la obra nostálgica por excelencia y trata el dilema de Ulises, atrapado entre el deber de recordar quién era —rey, esposo y padre— y la tentación de olvidar ese deber para permanecer en el eterno presente del paraíso de Calipso. Ulises pasó más tiempo con ella que con su esposa, sin embargo, se suele exaltar el dolor de Penélope y menospreciar el llanto de Calipso.
Para los migrantes, el duelo migratorio refleja esta ambivalencia. Vivir entre dos mundos implica una constante negociación entre el recuerdo y el olvido, el volver y el quedarse, las pérdidas de un lado y del otro.
Conclusión: entre lo que recordamos y lo que elegimos olvidar
La memoria es un arma de doble filo. Por un lado, nos otorga una narrativa coherente por la que definirnos como un único ser a través del tiempo. Por otro, nos puede atrapar en una rigidez identitaria, especialmente cuando nos aferramos a un pasado idealizado que probablemente nunca existió. El olvido, aunque temido, puede ser también una forma de liberación.
La pregunta que me hago tras el debate es: ¿qué olvidamos? Lo irrelevante, sí, pero también aquello que no encaja en la historia que luego nos contaremos. Metemos bajo la alfombra el desorden, las fichas que no encajan; es decir, escondemos lo incierto.
Los migrantes aprendemos a movernos entre estos extremos. Recordamos para no perdernos, pero olvidamos para poder avanzar. En este proceso, la narrativa personal se convierte en un ejercicio constante de reinvención, un acto necesario en tiempos de cambio e incertidumbre.
Texto: David Guerra. Colaboración de Berlín Amateurs con Psicología Migrante (consulta de psicología especializada en el apoyo a migrantes y expatriados españoles y latinoamericanos)
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