Escrito por: Mi Berlín

«La ciudad difuminada»

Jose Pradas berlin

JOSÉ PRADAS

Que nadie espere en las próximas líneas un retrato excitante de Berlín, repleto de lugares desconocidos, de emociones encontradas, de vivencias intensas o experiencias interesantes. Mi relación con la ciudad se asemeja, después de casi nueve años, a la de un matrimonio bien avenido, tranquilo, sin sobresaltos, en el que cada cónyuge ha aprendido a desconocer al otro, a ignorar sus virtudes –amortiguadas por la rutina– y a tolerar sus defectos: cada vez me molestan menos los inviernos oscuros y eternos, los veranos que no son veranos, las semanas enteras sin sol, los capuccinos de café aguado y leche hirviendo servidos en una taza del tamaño de una palangana o los constantes cortes por obras en las líneas de metro.

Vamos a reconocerlo: al cine voy poco, hace una eternidad que no visito una exposición de arte, que no voy al teatro o a un concierto, que no descubro ningún rincón nuevo de esta ciudad. Y no será porque Berlín, como gran metrópolis que es, no ofrece una infinidad de oportunidades para el ocio y esparcimiento, para alimentar la inquietud cultural o satisfacer el hambre de aventuras urbanas.

Después de casi nueve años uno se instala cómodamente en sus hábitos, encuentra su “sitio” (cada vez más pequeño) y se descubre a sí mismo yendo al mismo trabajo, al mismo gimnasio, a casa de los mismos amigos, los fines de semana siempre en las mismas fiestas, encontrado a la misma gente, con la misma música, bebiendo siempre whisky-cola o vodka-energy y soportando al día siguiente las mismas resacas, que no por conocidas se vuelven más llevaderas…

La ciudad ha pasado a lo largo de estos años de ser un protagonista en la película de mi vida a ser un simple escenario, un escenario que se difumina paulatinamente y que es susceptible de ser intercambiado: Barcelona, Londres, Buenos Aires, Nueva York… Podría estar viviendo en cualquiera de estas ciudades y llevar exactamente el mismo tipo vida rutinaria que llevo ahora.

En este proceso de desvanecimiento de la ciudad que yo ya daba por irreversible se ha producido sin embargo un inesperado punto de inflexión. Hace unos diez meses decidí comprarme una cámara nueva y desde entonces me he propuesto aprovechar algunos ratos libres para salir a fotografiar la ciudad. No puedo decir que ello haya aportado una dosis extra de emoción a mi previsible vida pero por lo menos he dejado de ignorar a la ciudad que me acoge y he vuelto a mirarla con otros ojos más atentos.

Si he de verme obligado a retratar en cinco pinceladas mi relación con Berlín, ésta sería mi apuesta:

Moabit, el centro que es extrarradio

La casualidad y el destino quisieron que yo me mudara hace casi un año a este barrio céntrico pero que inexplicablemente no goza de demasiado buen nombre. Estar en el centro geográfico de Berlin no significa necesariamente estar cerca de todo. En mi caso tan sólo tengo cerca el Spree y el Tiergarten y… poca cosa más. Por contra, todos mis amigos y las zonas más animadas, con más comercios y bares de la ciudad se encuentran a no pocas paradas de metro y uno o dos eternos transbordos. Tener en pleno centro la sensación de extrarradio es otra de las muchas paradojas que ofrece esta ciudad atípica.

Sobre la supuesta mala fama del barrio habría mucho que discutir. Se basa principalmente en la abrumadora presencia turca en algunas calles que a ojos de muchos nativos puede parecer un ghetto y que eclipsa la realidad de un barrio cuya población es mucho más variada de lo que algunos pueden pensar. Moabit está –como todo Berlín– inconcluso y resulta tremendamente heterogéneo. Se encuentra además en el inicio de un proceso de cambio similar al que ya se ha dado en otras zonas de la ciudad que se han pasado en muy poco tiempo de ser marginales a estar completamente de moda.

El puerto sin marineros

Westhafen es un pequeño puerto fluvial ya en deshuso que ha vuelto a renacer gracias a las actividades de numerosas empresas logísticas y de comercio mayorista que se han instalado en él. El viejo puerto conserva aún como reliquias algunas grúas antiguas así como silos y almacenes construidos en el ladrillo marrón, característico de la arquitectura industrial de hace un siglo, que le dan a la zona un aire muy peculiar que a mí personalmente me fascina y que siempre me ha recordado a un pequeño Hamburgo. No es una zona para hacer precisamente turismo pero de tanto venir aquí cada día a trabajar y observar las construcciones antiguas no he podido evitar cogerle cierto cariño.

La elasticidad del tiempo

Si hay algún lugar de mi Berlín en el que Albert Einstein y Pedro Almodóvar se dan la mano, ese es el piso de mi amiga Sara. Cuando uno va a casa de Sara nunca sabe lo que va a hacer después, ni a qué hora va a volver a casa. Allí el tiempo es relativo, se dilata, se detiene, se comprime y se transforma sin previo aviso. Los cafés pueden durar una noche entera, las horas se pasan a menudo volando y cualquier día entre semana puede convertirse de repente en un sábado noche.

Y no sólo eso, en casa de Sara suceden cosas dignas de las más bizarras comedias de Almodóvar: aquí tienen cabida desde los fenómenos paranormales hasta las historias de pasiones más carnales. Es un continuo ir y venir de gente variopinta, un catalizador de energías, un refugio para recién llegados a esta ciudad y, en mi caso particular, supone el perfecto contrapunto de locura e imprevisibilidad a mi rutinaria existencia.

“Sex, Drugs and Rock’n’Roll Techno”

Teniendo en cuenta que algunas de las descripciones de mi Berlín que han precedido a la mía han mencionado este club, mi intención era en un principio evitar escribir sobre él para no resultar redundante. Sin embargo, su omisión no sería sincera ni honesta en un relato que pretende reflejar los lugares mas significativos y que mejor definen mi relación con esta ciudad.

Yo tampoco revelaré qué es lo que ocurre dentro del que es para muchos el mejor club de música electrónica del mundo. Quien ya haya estado en Berghain sabe de qué hablo y quien no ha estado todavía y siente curiosidad puede intentar probar fortuna y sortear la implacable criba a la que las horas de cola y el personal de seguridad someten a los osados.

Del mismo modo que el mítico Studio54 marcó una época en el Nueva York de los años 70, a mí siempre me ha dado por pensar que Berghain será recordado dentro de unos años como otro club legendario sobre el que se escribirán libros y rodarán películas. Los paralelismos están ahí para quien quiera y pueda comprobarlo.

Die blaue Stunde

Para terminar no me referiré a un lugar de Berlín sino a esa fracción de tiempo, justo antes de la salida y justo después de la puesta de sol, en la que el cielo se viste de azules eléctricos y cobaltos gracias al reflejo de la capa de ozono. La “hora azul” ha ocupado a poetas, pintores, fotógrafos y científicos durante mucho tiempo. A mí me resulta especialmente reconfortante y suele ser mi momento preferido para salir a hacer fotografías. Debido a su latitud tan al norte, en Berlín la “hora azul” es mucho más dilatada y de un color mucho más profundo que en mi Barcelona natal. Para los que adolecemos de un carácter más bien introspectivo y taciturno este cielo puede llegar a ser motivo suficiente para no abandonar nunca una ciudad.

Jose Pradas para Berlín Amateurs © mayo 2012
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