(con la colaboración especial de Deutsche Oper Berlin)
Las cosas nuevas casi siempre generan rechazo en su primer estadio hacia la normalización. Modas y estilos de vida, corrientes filosóficas y artísticas, tendencias políticas y económicas, orientaciones sexuales y tribus urbanas, emigrantes y refugiados. Ante la vanguardia, conviene siempre mostrarse cauto y no esgrimir en lugar de una aceptación, que debería ser natural, ese previsible rechazo tan primario en el ser humano. Para no pecar de intolerantes. La ópera Don Giovanni de Mozart presenta en Deutsche Oper Berlin una perspectiva muy contemporánea de la historia que su director de escena liga indudablemente al Berlín de nuestros días.
No quisiera yo caer en la misma enfermedad que padecen ciertos periodistas tipo Javier Marías. Esa mezcla de rabia y desprecio, fruto, me atrevería a aventurar, de una sobredosis de soberbia que contamina todo lo que escribe, y que él debe creer sumamente ingenioso. En su última columna publicada en El País Semanal, expone unos argumentos que nos vienen como caídos del cielo. Pero no para aceptarlos, sino para rebatirlos: “Si uno va hoy al teatro se expone a cualquier sandez de directores que adaptan grandes clásicos a las tontunas contemporáneas. (…) Y ahí caben todas las supuestas genialidades de muchos adaptadores y directores, convertidos en las verdaderas estrellas. Si hace años que no voy al teatro, es porque no deseo exponerme a sobresaltos”. Es cierto que en la ópera Don Giovanni, que se representa durante enero en la Deutsche Oper Berlin, adquiere gran protagonismo la escenografía, a qué negarlo. Ante lo cual solo podemos exponernos sin más. Sin sobresaltos.
El mito literario del eterno Don Juan
Compuesta por Mozart por encargo y estrenada en Praga en 1787, esta ópera bufa o drama jocoso de gran éxito inicial cuenta con libreto en italiano de Lorenzo da Ponte —quien trabajó también con Mozart en Las bodas de Fígaro—, basado en la obra de Antonio de Zamora y en sus propias peripecias como Casanova profesional en la vida real. Este must en el repertorio operístico estándar representado hasta la extenuación combina comedia, melodrama y elementos sobrenaturales. Se trata de la tercera ópera más aclamada de Mozart tras La flauta mágica y Las bodas de Fígaro. De idea no original y acción dispersa, rica en esas de historias colaterales que despistan en cualquier ámbito del arte que no sea el de la literatura, este drama-cómico aborda el arquetipo literario del Don Juan y resume en dos actos —con ocho cuadros temáticos, cuatro en cada acto— la historia de la venganza de una dama mancillada contra un aristócrata libertino que cuenta sus conquistas nacionales e internacionales por miles. Alabada por Goethe, Byron o Flaubert, se trata de una historia sobre el dolor, la pasión, la soledad, la promiscuidad, la venganza, la ira y la muerte.
Sádico prototipo de la abyección moral, ¿qué conectaría en la actualidad a Don Giovanni con una ciudad nueva como Berlín, donde todo se prueba, todo se combina, todo se experimenta? Desde luego existe una correspondencia, que igualmente valdría para otras grandes ciudades. Aunque la trama original se sitúa en Sevilla durante el siglo XVII, la magia de la escenografía de Deutsche Oper Berlin en realidad podría inducirnos a ubicarla fácilmente en un Berlín muy contemporáneo. “Hay que tener en cuenta que estos compositores lo controlaban todo. Puccini, por ejemplo, componía con un pequeño teatrito al lado e iba moviendo los personajes según componía; todo eso merece un respeto. Modernización sí, pero desde el conocimiento más absoluto”, matiza el tenor M. Á. Muñoz.
La trama transcurre durante las últimas 24 horas —una suerte de Crónica de una muerte anunciada— del aristócrata y libertino Don Giovanni/Don Juan. Cínico, malvado, seductor e irreverente para unos; un pobre hombre acabado y decadente de dudoso poder seductor para otros. La obra culmina con un histriónico y catártico descenso a los infiernos, lo que lo también la emparenta con Fausto.
Esta ópera presenta a varios grupos continuamente en escena; sus personajes son el noble libertino Don Giovanni encarnado por el barítono Davide Luciano; su alevoso sirviente Leporello, en la piel del atractivo y exhibicionista bajo Seth Carico; el Comendador interpretado por el bajo Iegven Orlov; la soprano Laura Aikin en el papel de Donna Anna, hija del Comendador, testigo y móvil de la venganza; Don Ottavio, prometido de Anna —pareja en la que subyace la intensidad emocional de la obra— recae en el tenor Matthew Newlin; la soprano Jana Kurucová como Donna Elvira, dama abandonada por Don Juan; el campesino Masetto en el pellejo del bajo Noel Bouley; y su flamante esposa Zerlina, que no es otra que la soprano Adriana Ferfezka. Además del coro compuesto por campesinos, sirvientes, damas, músicos, demonios. Bajo la dirección de Daniel Cohen y la escenografía de Roland Schwab.
One-night-stand y libertad: un Don Juan para cada época y lugar
Como Romeo y Julieta, el mito literario de Don Juan ha encontrado en cada país una versión. Abordado por Molière, Espronceda, Byron o Balzac, ese “seductor sevillano” que emergió en 1613 de la pluma de un monje español —El burlador de Sevilla de Tirso de Molina— ha vagado por escenarios de ópera y teatro, por las pantallas de cine y monitores de plasma domésticos. Estrenada en el umbral de la Revolución francesa, con el telón de fondo de diferentes actitudes morales, la exaltación de la libertad que el libertino exento de humildad proclama lo aúpa como estandarte mismo de la anarquía. Sus maneras desenfrenadas están marcadas por una vida diseñada a partir de dictados hormonales y profundamente mundana.
Cada época ha otorgado su importancia y su valor a Don Juan; en cada ciudad tiene una cara diferente. Roland Schwab, director de escenografía de Don Giovanni en Deutsche Oper Berlin, se planteó qué cara tendría ese Don Juan hoy en Berlín. ¿Qué fronteras podría dinamitar y qué tabúes romper en esta ciudad, con un gran espacio para las fiestas y los clubs y los intercambios de carne con ayuda de internet o sin ella? “Hoy en día un hombre con solo un ratón y suficiente paciencia puede atraer a las 1003 mujeres de Don Juan”, explica Schwab en el libreto de la ópera. ¿Hasta dónde llega su libertad? ¿Dónde encontramos el límite? Ahí radica el punto de partida de la escenificación de Schwab, según sus propias palabras.
Cierto es que el efectismo escenográfico de la representación de Schwab en ocasiones despista y a veces atrae más la atención sobre los elementos de atrezzo y de figuración que en el núcleo de la representación. Berlín se presta bien como escenario para el desbarre, ideal para escenografía tal; aquí la libertad, entendida más bien como libertinaje, es un must. El “Viva la libertad”, aclamado en el segundo acto de esta ópera, pega más en esta ciudad que en ninguna otra parte. La promiscuidad, apuntar conquistas y polvos en una lista imaginaria sigue siendo una cuestión vital sumamente actual. Entre hombres homosexuales y heterosexuales. La historia de Don Juan es una alegoría sobre la soledad e insatisfacción de un hombre que se burla de las mujeres, y de un destino y un público que a su vez se ríe y se compadece de él.
Estética queer para el Don Giovanni del siglo XXI en Deutsche Oper Berlin
El perfil de Don Giovanni, libertino sin conciencia social, se asocia a una soledad que solo es aliviada por el sexo. Nunca satisfecho ni saciado, siempre insensible; un esclavo de la libertad. Cierto es que Don Giovanni y Leporello se ganan siempre el desprecio del público. Sin embargo, en el Don Giovanni de Deutsche Oper Berlin, parece que sea Leporello, mero contrapunto secundario, el protagonista de la obra: deslumbra con su vitalidad que barre de escena al donjuán principal. La escenografía se come la mayor parte del tiempo la representación; y Leporello, a Don Giovanni. Leporello-Seth Carico eclipsa en cuerpo y alma a Don Juan. Carico incluso se queda literalmente desnudo en el escenario para exhibir un cuerpo curtido a golpe de gimnasio tan poco habitual entre tenores tradicionalmente fondones. Uno incluso podría pensar que el responsable de escenografía siente cierta predilección por este barítono… Un exhibicionista prototipo de lo gay que quiere acapararlo todo: escenario, miradas, elogios, aplausos.
Con una escenografía de indudable estética queer —con guiños incluso a La naranja mecánica—, también muy ad hoc a Berlín, Roland Schwab nos presenta a su Don Giovanni en un cosmos misterioso inicial sobre un escenario tenebroso, que poco a poco va llenando una treintena de figurantes masculinos con palos de golf. Coqueteando entre lo minimal y el horror vacui, más tarde irán apareciendo neones, bidones oxidados, bolsas de basura, desperdicios, decadencia a raudales… alcanzando esa esencia trash y fetichista de clubs de sexo tan berlinesa como la que representa el Laboratory de Berghain. En su apoteósico final, Don Juan se entrega al infierno sin temor a la muerte. Esta pieza termina con el descenso a los infiernos del protagonista; en otras representaciones se incluye una escena final con el resto de personajes a modo de moraleja que ha sido omitida en esta versión.
Dido (Michael Hirsch y Henry Purcell): 31 de enero, y 9, 10 y 11 de febrero Madame Butterfly (Giacomo Puccini): 13 y 18 de febrero El lago de los cisnes (Tschaikovsky): 20 y 22 de febrero Fausto (Charles de Gounod): 23 de febrero
Paco Arteaga, con la colaboración especial de Deutsche Oper Berlin, para BA © febrero 2017
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