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Entrevista inédita, en homenaje póstumo, al maestro Jesús López Cobos (Toro, 1940 – Berlín, 2018)

Lopéz Cobos en su casa de Berlín, durante la entrevista

Los genios no tienen patria. Pese a ello, y obviando su excesiva modestia, le debemos nuestro sentido homenaje amateur a Jesús López Cobos, el más ilustre español de todos los tiempos en Berlín, la ciudad donde falleció, víctima de un cáncer, el 2 de marzo de 2018, y que él había adoptado como “suya”.

Fueron décadas de reconocimiento en Alemania, así como en el resto del mundo, por la labor y su talento al frente de la más sublime dirección musical. Era capaz de llevar a cabo cien óperas o representar durante doce horas las nueve sinfonías de Beethoven, tanto como director invitado, en los más importantes escenarios del planeta, así como titular de la Orquesta Sinfónica de Cincinnati a la Orquesta de Cámara de Lausana, y especialmente, desde 1981 a 1990, de la Deutsche Oper berlinesa.

En 2012 regresó a ella como el idóneo para celebrar el centenario de la institución y dirigir Turandot. Tuvimos la fortuna de asistir a los ensayos gracias a la cineasta Cristina Otero, cuyo equipo seguía al músico en grandes ocasiones, así como en sus localizaciones vitales, para la elaboración de una película biográfica, Música en las manos, que verá la luz en la primavera de 2018.

En su comunicado de despedida, la Deutsche Oper elogia al Maestro por su «nobleza, soberanía, versatilidad, y la seriedad infalible de su trabajo», cualidades por las que López Cobos podría ser considerado un “Rafa Nadal” de la música clásica. Al contrario, el director es venerado en Europa, pero fue maltratado en España. El suyo es un caso sangrante de cierta negligencia hacia su figura, la misma de aquellos años al frente del Teatro Real, cuando Cobos se topó con obstáculos a la valía artística, procedentes de nombres y despachos al custodio de otros intereses. Aún hoy, tras su fallecimiento y en contraste con las elocuentes manifestaciones de los alemanes, entristece leer un comunicado de tan solo tres líneas en el Facebook del Teatro Real.

“Ser director de orquesta en España es como nacer torero en Finlandia”, solía decir el Maestro. A López Cobos hay que —como él mismo nos indicó— recordarlo como pionero. Un creador hecho a sí mismo, nacido en la España del hambre, que logra, desde una localidad zamorana y perteneciendo a una familia nada privilegiada, ser de los primeros en transmitir la belleza artística fuera de nuestras fronteras, precisamente, cuando más cerradas estaban.

López Cobos nos concedió en 2012 el privilegio de un encuentro en su casa de Grünewald, Berlín. Allí, a pesar de su diagnóstico médico, pudimos comprobar cómo continuaba trabajando, de hecho, hasta poco antes del final. Aun interrumpiendo su preparación de una partitura de Rachmaninov —la interesante The Bells, basada en unos poemas de Edgar Allan Poe sobre las fases de la vida a la muerte—, el director mantuvo con nosotros, muy afable y atento, una charla de varias horas sobre la vida, España, su obra y, sin duda, milagros artísticos, que hoy publicamos por primera vez.

Sirva esta entrevista inédita como homenaje póstumo, en agradecimiento a su gran dedicación y talento:

Berlín Amateurs: La película probablemente lleve un título sugerido por usted mismo: El español errante. ¿Por qué?

López Cobos: Me tocó por generación. En mi época estaba claro que teníamos que marcharnos, que en España no teníamos nada que hacer. Me fui para estudiar y me he pasado dos terceras partes de mi vida fuera. Yo siempre me he considerado un «exiliado cultural». Exiliado de lujo, pero un exiliado, al fin y al cabo.

BA: ¿Le hace ilusión esta película sobre usted? ¿Cómo le gustaría verse reflejado?

LC: Sí, sobre todo por los que vienen detrás de ti, tus hijos, etc. Me haría ilusión que la gente me viese como alguien que fue un enamorado de su trabajo, que lo hizo como músico lo mejor que pudo. También que se reconozca mi papel de pionero, al salir y dar una imagen de España contraria a la que había en los años sesenta. Recuerdo cuando fui a estudiar a Viena que a los compañeros de otros países les parecía extrañísimo que un español se dedicara a una orquesta; se supone que éramos un país de flamenco y toros. Me siento muy afortunado de haber podido contribuir a romper esa imagen.

BA: Usted fue un niño de la posguerra.

LC: Totalmente. Aunque en la niñez no me di mucha cuenta, sí recuerdo la preocupación de mis padres, de mi madre aprovechando todo lo que podía… Fue posteriormente, cuando entré en la universidad cuando me di cuenta de lo que significaba vivir en un país donde no había libertad de expresión, donde queríamos hacer una manifestación y había problemas. Yo también corrí delante de los grises, porque empezábamos en los años sesenta con las manifestaciones. En la universidad uno de mis grandes profesores era Aranguren, uno de los primeros en sufrir la persecución de la época. Por desgracia la música también sufrió mucho bajo el Franquismo.

BA: ¿Qué le recomendaría a los jóvenes que deseen hoy dedicarse profesionalmente a la música clásica?

LC: Hoy día las posibilidades son inmensas. Hay muchas más facilidades para moverse y sobre todo hay acceso a la información. Cuando yo empezaba a estudiar, conseguir una partitura era una aventura. No existían, había que comprarlas fuera. Cuando empecé a salir de España, mi obsesión era comprar partituras. Todo eso, hoy día, ha desaparecido, así que los jóvenes deben aprovechar todas las oportunidades disponibles.

BA: Tanto el equipo detrás de la película, así como muchos de los jóvenes asistentes que han trabajado con usted, coinciden en calificarle como “uno de los directores de orquesta más accesibles”.

LC: No creo que por ser un reconocido músico deba ser uno inaccesible, más bien todo lo contrario. Yo llegué a esta profesión por carambola, por afición, por amor a la música y, además, tuve otro tipo de formación: primero pensé en hacerme sacerdote y luego me dediqué a estudiar filosofía. También he sido muy consciente de lo importante que es, en una profesión como esta, contar con alguien que te apoye. La enseñanza en un conservatorio está muy lejos de la realidad y se necesita experiencia. Yo debo toda mi carrera al haber sido asistente de Peter Maag. Siempre estaré encantado de ayudar a jóvenes directores.

BA: Es preocupante el olvido en el que la música puede caer hoy en el campo de la enseñanza. En Grecia, como en las universidades del Renacimiento, de hecho, se sumaba su enseñanza a la aritmética, la astronomía y la geometría. Entonces, se definía la música como “el estudio del número en movimiento” y se considerada una ciencia, no un arte.

LC: Sí, es cierto, está íntimamente ligada a las matemáticas. Nosotros estamos siempre en contacto con los números y el músico de orquesta igual, continuamente contando. Al fin y al cabo la música es la armonía de las esferas. La armonía del universo se traduce en sonidos, y consecuentemente en música. Es una pena que el mundo tan tecnificado de la enseñanza haya dejado muy de lado las enseñanzas artísticas. Con ello se olvida uno de los aspectos fundamentales del ser humano, que es el espíritu. Por eso da miedo que cuando llega una época de crisis, lo primero que sufre es el mundo de la cultura. Por desgracia, mucha gente piensa que es prescindible. Es una gran equivocación: los países que menos dedican a la cultura son, efectivamente, los más pobres.

BA: Desde su propia iniciativa se ha creado una escuela de música en su ciudad natal, Toro.

LC: Había una banda pero no existía formación. Pensé que sería estupendo para los niños de la ciudad tener una escuela, y las autoridades ciertamente apoyaron mucho. La respuesta ha sido increíble, un 2 % de la población está estudiando música. En total unos 200 niños en una ciudad de 20 000 habitantes. Lo genial es que, cuando empezaron a estudiar los niños, los padres también quisieron aprender. La escuela ha creado ahora un turno de tarde para ellos.

BA: Si usted se dedicara a entrenar un equipo de fútbol, al nivel al que dirige orquestas, sería nuestro Vicente del Bosque, y no pararía de hacer anuncios de televisión.

LC: Tiene mucho que ver con el papel que desempeña la música clásica en la sociedad. Está claro que no es un arte de masas. Y aunque no pienso que la música tenga que ser solo para una élite, en absoluto, no cabe la menor duda de que no llega a tantísima audiencia. De todos modos, hay músicos, como Plácido Domingo, que sí llegan a ese nivel.

BA: Pese a ello, usted es un apasionado del fútbol. ¿Y de qué equipo?

LC: Cierto, lo sigo mucho. Soy del Real Madrid, siempre.

BA: ¿Qué opinión le merece el desarrollo tardío de la Ley del Mecenazgo en España?

LC: Es fundamental en un momento en el que las arcas públicas están medio vacías conseguir que la gente que tiene dinero pueda ayudar a la cultura. Eso se ha conseguido perfectamente en otros países donde la cultura depende del mecenazgo, como es en Estados Unidos, también en Alemania o en Francia. Se puede compaginar la inversión estatal y la privada. En España hay una falta de cultura del mecenazgo porque se piensa que la gente que tiene dinero no está interesada.

BA: La música vive bajo nuevas amenazas. Hay mucha preocupación en torno al papel de las nuevas tecnologías y las descargas gratuitas.

LC: Yo creo que la música se ha adaptado siempre a las nuevas tecnologías. Cuando empezaron los discos se dijo que era el fin del concierto en vivo y fue al revés. Mucha gente que no tenía acceso a la música clásica y a la ópera comenzó a conocerla. Quizás sí haya habido una saturación de la oferta en el mundo occidental, por eso es por lo que, hoy día, el futuro de la música está más en otros países: en Sudamérica, con todo el sistema de las orquestas jóvenes de Venezuela, que giran por todo el continente, y también en Asia. Creo que el centro de nuestro repertorio de la música occidental no va a morir nunca, lo mismo que nunca desaparecerá una obra de Goya o de Rembrandt. Son las obras magistrales patrimonio de la humanidad, tan accesibles a un venezolano como a un chino. Nuestra gran música será siempre eterna.

BA: En esto fue pionero. Llevó El anillo de los Nibelungos por primera vez a Japón con la Deutsche Oper.

LC: Efectivamente, cuando fuimos en los años ochenta, era la primera vez que se representaba, y el entusiasmo fue increíble, casi mayor que en Berlín.

BA: ¿Conoce las redes sociales? ¿Tiene Facebook?

LC: No tengo, no quiero, ni tengo tiempo para ello. Eso sí, el mundo de internet lo utilizo, desde para ver diferentes actuaciones en Youtube, a escribir emails para gestiones de todo tipo.

BA: ¿Y conoce Spotify?

LC: Yo empecé a hacer una colección de discos desde muy jovencito en la que tengo de todo, así que no me hace falta. Pero siempre es interesante la disponibilidad, ya sea en Spotify o Amazon.

BA: ¿Qué es lo que más echa de menos de España?

LC: Sin duda el clima, la luz, y quizás por ello, un cierto modo de vida.

BA: Su vino favorito es…

LC: Evidentemente el de Toro, no solo porque haya nacido allí. Se ha desarrollado de una manera increíble en los últimos veinte años. Además, hago toda la publicidad que puedo fuera.

BA: ¿Y le ha hecho ilusión volver a Berlín, a su antigua casa, la Deutsche Oper?

LC: Sí, me ha hecho muchísima ilusión porque es un teatro al que le debo toda mi carrera. Yo empecé aquí hace cuarenta años, así que, de pronto, encontrarte otra vez aquí, con la misma atmósfera y con su público es fantástico. En especial, por su centenario, porque cuando llegué en 1972 de director musical era justamente el 60.º aniversario. ¡Quién me iba a decir en ese momento que me iba a encontrar en la Deutsche Oper para su centenario! Ahora nos hemos puesto de acuerdo para que dirija una vez al año. Esta ciudad fue al fin y al cabo en la que más estabilidad tuve. Al estar diecinueve años, siempre la consideré mi ciudad.

BA: ¿En Alemania se vive la música de un modo único?

LC: Es por la tradición. Yo estuve casado también anteriormente con una berlinesa, mi mujer Karin, que murió en los años ochenta, y toda la familia eran músicos. Entonces todos los fines de semana nuestra costumbre era ir a casa de sus padres y allí se hacía música: uno cantaba, otro tocaba el piano, etc. Esta tradición se llamaba Haus Musik, y era la cantera de toda la afición a la música en este país. Entonces en casi todas las familias alguien tocaba un instrumento. Así se ha logrado un país que ha dado tan grandes intérpretes, muy buenas orquestas, y en el que la música se vive de un modo muy especial.

BA: ¿Cómo funciona el público alemán? ¿Y el público de otros países?

LC: Es un público que ha escuchado mucho y al mismo tiempo es muy abierto. Sabe además distinguir perfectamente entre los diversos elementos que forman el espectáculo. Y son también muy fieles a los artistas que ha supuesto mucho en sus vidas; les guardan un respeto enorme, incluso si el artista no está en sus mejores años. El estadounidense es, en cierto modo, un público más superficial; lo aplaude mucho más todo, en general, pero te das cuenta de que lo hace con mayor indiferencia. Y en cuanto al español, percibes que está más desorientado. Hay un grupo, sobre todo en el mundo de la ópera, muy extremo, muy fan, y al mismo tiempo un gran público que no ha tenido tanta tradición y les cuesta trabajo formarse una opinión clara. Yo lo he visto en los años del Teatro Real, con las distintas reacciones ante un mismo espectáculo, en diferentes días.

BA: Dicen que su favorito es Mozart…

LC: Mozart un compositor que siempre me he llenado completamente. Creo que es porque está justamente en el centro del Clasicismo y el primer Romanticismo. El equilibrio en su música es total: el talento unido a la genialidad, con una naturalidad increíble. Empezó a componer con trece años. Pocos, quizás Bach o Schubert, han llegado a ese nivel de perfección.

BA: ¿Qué piezas y cuáles de sus actuaciones son sus predilectas?

LC: He hecho tantísimas cosas diferentes… Además, he tratado de no encasillarme nunca en algo muy determinado. Pero diría que tanto el repertorio que hice con la Orquesta de Laussane, con todas las sinfonías de Haydn, como con la de Cincinnati, cuando hicimos toda la colección de sinfonías de Bruckner, y el principio del ciclo de Mahler. A todo eso le tengo mucho cariño, porque son grandes recuerdos de mi época con esas orquestas.

BA: A España vuelve pronto (Galicia, Madrid, Valladolid…), pero también parará como director invitado en Viena o Colonia. ¿No le estresa mucho más su nueva vida profesional como director invitado que como titular?

LC: No, porque el estrés no te lo da dirigir, te lo da la responsabilidad de tener una orquesta, los problemas que siempre conlleva, etc. Ahora tengo más libertad, dispongo más de mi tiempo, puedo escoger. Yo noto mucho menos estrés ahora que en 2010.

BA: Precisamente en 2010 comentó de España: “En un país donde la tradición de la gran música no tiene las suficientes bases para pasar épocas malas, espero que, en la época de las vacas flacas, no se olviden de lo que se ha hecho en pro de la música y que no se pierda otra vez”. Dos años después, ¿cómo ve el panorama?

LC: Soy un poco pesimista. Creo que todo el mundo tiene miedo de que se puede destruir muy rápidamente lo que costó tanto. Veníamos de un desierto y conseguimos construir algo por lo cual mucha gente nos ha envidiado, a nivel de salas de conciertos y creando veintitantas orquestas profesionales…Pero destruir es muy fácil: en dos o tres años, se puede destruir toda una labor de dos décadas. Da miedo cómo se están desarrollando los acontecimientos, a qué nivel se están haciendo recortes en el mundo de la cultura, cómo está cayendo la ayuda a las orquestas, etc. Espero equivocarme, pero el panorama no es muy risueño. Solo queda esperar que quienes tomen decisiones se den cuenta de que, a pesar de que sea necesario encontrar soluciones para la crisis, los recortes en el mundo de la cultura tendrán consecuencias graves desde el punto de vista del futuro, y también con respecto al impacto que tiene la cultura dentro de la economía de un país.

BA: ¿Qué le queda de aquel joven estudiante de filosofía?

LC: Te sirve desde todos los puntos de vista. Pero sobre todo desde el punto de vista de la historia de las ideas y para comprender la historia de la música, porque los grandes compositores han sido todos hijos de su época. Me ha servido mucho.

BA: ¿Y qué le queda de aquel niño con vocación sacerdotal que entró en el Seminario en Málaga por afición a la música?

LC: Yo entré tan jovencito porque me impresionó mucho como niño cuando mi padre me llevaba a la catedral los domingos. Escuchaba la música y el coro, que cantaba en aquella época, como yo digo siempre, la gran música de la iglesia católica: Palestrina, Guerrero, Morales… Y quería ir a estudiar donde esos niños cantaban. Cuando, a partir de los 16 años, me di cuenta de lo que significaba el celibato, supe que aquello no estaba hecho para mí. De hecho, me he casado cuatro veces. Sin embargo, de ello saqué en claro el amor por la música.

BA: ¿Y es religioso?

LC: Sí. Creo en un contacto con un ser superior que se puede llamar el dios del catolicismo o del budismo o como lo quieras llamar. El alma humana es más que un trozo de carne, hay un espíritu por encima de la vida terrenal; quizás lo puedas llamar naturaleza, quizás el Panteísmo pueda ser una forma de religión fantástica… En cualquier caso, y en ese sentido, sí me considero religioso.

BA: En un mundo en crisis, ¿el contacto de la música con la religión es necesario?

LC: Necesitamos ese tipo de música más que nunca, la paz que te puede dar un Réquiem de Mozart o escuchar una misa de Beethoven… Te da un nivel que te hace salir de ese mundo puramente material. Sí, indudablemente lo es.

Lara Sánchez para BA © marzo 2018
Fotos: Helena Falabino
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