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Schloss Rheinsberg. Museo Tucholsky

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Berlin Hauptbahnhof-Rheinsberg. Regional Express 38312 hasta Gransee, autobús 784 con destino Rheinsberg Bahnhof. Desde las profundidades de la sofisticada ingeniería de la estación central berlinesa, a las cumbres agrarias cercanas a Löwenberg. Una bocanada de aire fresco, de historia y efemérides alemanas. Territorio rural desconectado del universo con un orden cronológico distante, esquivo, perezoso. Un universo paralelo ralentizado. Lugar apacible donde no llegan las revistas de moda, el baby-boom de Prenzlauer Berg ni la promoción del nuevo disco de Madonna.

La atmósfera campestre me brinda la oportunidad de observar a un señor manejando un arado a tan sólo 50 minutos del centro de Berlín. Aquí un medidor de decibelios no tendría sentido, dada la explosión de silencio que asola el paraje. Ciertos detalles invitan a pensar que seguimos en Alemania: Plus Supermarkt, los letreros ahora azules de las calles, Imbiss, Lebensmittel. Faltan 22 Km para llegar a Rheinsberg.

Me entretengo imaginando la actividad parental de viviendas unifamiliares con lustrosos aleros, de teja pulida y fulgurante, cuyo brillo haría palidecer a los fabricantes de Swarovski. Me pregunto dónde será posible adquirir ejemplares tales. Faltan 15 Km para llegar a Rheinsberg.

Un paisaje relajante que activa en mi memoria el recuerdo –ahora intensificado– de un color ya casi en desuso natural: el verde. Pueblos reducidos a un puñado de casas a ambos lados de la carretera. Una yarda de tierra cultivada ha sido arrebatada al bosque. Ni una miserable raya de cobertura en la pantalla de mi Nokia. Postes enhebrados por la línea telefónica y torretas de electricidad irrumpen desentonando en medio de un verde vivo e inquietante. Caballos. Campos de lo que me atrevo a calificar como mostaza. Incluso árboles con una marca roja, listos para talar, intuyo. Faltan 5 Km para llegar a Rheinsberg.

Uno no se ha interesado nunca por la botánica ni ha estudiado en un colegio francés –donde dicen que los alumnos aprenden la nomenclatura de los árboles desde edades tempranas- para esclarecer aquí la diversidad de aquel latifundio. Y las típicas nubes blancas, benévolas, esparcidas y compactas que uno suele asociar a un día en el campo y que más que amenazar con tormenta, deleitan el paisaje, como si se trataran de un complemento de lujo.

Rheinsberg Bahnhof. Un establecimiento proveedor de tejas brillantes con muestrario en la entrada me da la bienvenida. Mi curiosidad de antes queda ahora satisfecha. Transeúntes que me miran con una curiosidad rayana en el asombro, incapaces de apartar ni reprimir una mirada hambrienta de novedades. Me ronda la sensación de que alguien podría preguntarme en cualquier momento por qué me encontraba yo allí. O quizá sólo sean delirios propios de megalómano.

Rheinsberg, ciudad para enamorados

Así lo vendió Tucholsky. Rheinsberg está situado a orillas del río Rhin, a unos 75 km al noroeste de Berlín, en la región de Brandenburgo. La adquisición del estado de Rheinsberg por el rey prusiano Federico Guillermo I (1688-1740) en 1734, aceleró la remodelación de la nada pretenciosa mansión renacentista hasta convertirla en lo que hoy es Schloss Rheinsberg: era necesario proveer una residencia para el príncipe de la corona Prusiana, Federico el Grande (1712-1786). Su hermano menor, el príncipe Enrique de Prusia (1726-1802), convocó una significativa corte artística que reacondicionó eficazmente el palacio y el jardín en un clasicismo temprano cuyo interior evolucionó hacia un rococó discreto, impregnándolo todo de suntuosidad prusiana.

Schlafkammer de configuraciones exóticas, de preferencia oriental marcando cierta predilección por la chinoisserie. Salones con profusión de espejos, motivos florales en telas y murales, pájaros extravagantes, lienzos de retratos geanológicos en paredes en lo que a mí se me antojaron expresiones bobaliconamente pálidas. Y brillo y profusión propios del rococó.

El Palacio/Castillo de Rheinsberg y el parque complejo que lo circunda a orillas del lago Grienerick, intentó ser una importante fuente de inspiración para los edificios reales y los jardines de Berlín y Potsdam. Los trabajos de remodelación del palacio y el parque fueron llevados a cabo en 1734-1740 por G. W. von Knobelsdorff, A. Pesne, Ch. F. Glume y J. S. Sello, completados en gran parte en 1744. Federico II concedió más tarde el estado a su hermano, Enrique de Prusia, quien residió en el palacio de Rheinsberg hasta su muerte. Con Theodor Fontane y el autor corrosivo Kurt Tucholsky, Rheinsberg adquirió cierto reclamo y fama literaria.

Una biblioteca cuya ausencia de libros proyecta en mi cabeza el mito de otra utópica biblioteca que quizá jamás existió: la de Alejandría. Vigilantes, mayoritariamente mujeres, entradas en años y en carnes. Algunas simpáticas, otra no. Nada que ver con los chicos estilosos y estirados que custodian el KW de Mitte. Trampantojos imitando mármoles verdosos en columnas, y motivos cavernícolas en otras dependencias de la planta baja. Un enclave recomendado si obviamos el tono salmón con el que han decidido pintar su fachada.

Kurt Tucholsky. La sátira mordaz que erizó a Alemania

El Museo Tucholsky (único en su especie) está dedicado al imprescindible autor, escritor satírico y crítico Kurt Tucholsky, que visitó Rheinsberg en 1911, lugar que le sobrecogió y donde acabría ambientando un relato romántico un año después: Rheinsberg, ein Bilderbuch für Verlibte. Alojado en el Palacio de Rheinsberg, el museo muestra una exposición permanente sobre la vida y obra de Tucholsky y exposiciones especiales de arte contemporáneo vinculadas de alguna manera a la literatura.

Kurt Tucholsky (Lübecker Str., 13, Moabit, Berlín, 1890-Hindas, Suecia, 1935) es uno de los brillantes escritores cáusticos de su generación. Activista de la tolerancia y el entendimiento. También poeta y autor de cabaret. De estilo ligero y humorístico, ingenio agudo que casi siempre termina por ser afilado: tiende a desembocar en sarcasmo mordaz e inmisericorde con excesiva frecuencia. Sátira perspicaz sobre la Alemania de su época. En 1924 emigró a París, y posteriormente se instaló en Suecia. En sus obras, publicadas con diferentes seudónimos, denunció las pasiones y debilidades de Alemania: Rheinsberg (1912), La sonrisa de Mona Lisa (1929), Alemania, Alemania por encima de todo (1929), Aprended a reír, sin llorar (1931).

Crítico de su sociedad, fiel a la tradición de Heinrich Heine, destacado defensor de la República de Weimar, Tucholsky siempre se definió como demócrata de izquierdas, pacifista y antimilitarista. Ejerció como periodista comprometido políticamente y coeditor temporal del semanario Die Weltbühne. Sus textos alertaron sobre las peligrosas tendencias antidemocráticas de su tiempo y la amenaza del nacionalsocialismo.

Después del ascenso de Hitler al poder en 1933, Tucholsky fue despojado de la nacionalidad alemana. El 10 de mayo de 1933, sus obras fueron prohibidas y quemadas —junto a los libros de otros escritores judíos o socialistas— en la plaza de la Ópera de Berlín por los nacionalsocialistas. En 1935, Tucholsky se quitó la vida en Suecia.

Gracias a su relato romántico –Rheinsberg, ein Bilderbuch für Verlibte (1912) llevada al cine por el director Kurt Hoffmann en 1967–, Kurt Tucholsky situó a Rheinsberg en el mapa sentimental de la literatura y por extensión de Alemania, con la historia de amor de Claire y Wolfgang. Un enclave idóneo para parejas inexpertas en la primera fase del enamoramiento.

En etapas posteriores, por favor, abstenerse.

Redacción Berlín Amateurs © 2010 © CAI
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