Escrito por: Aire libre Barrios De día OCIO

Paseo en barco | Berlín desde el agua

Bode Museum y Fernsehturm barco berlin turismo

No se necesita pitonisa ni bola de cristal para saber que Berlín puede explorarse de formas muy distintas, ya sea a pie, en bicicleta, en transporte interurbano o en barco: una de las opciones más atractivas para conocer la capital alemana. Arañad la superficie de Berlín y seguiréis encontrando múltiples caminos que conducen a sus distintas personalidades. Como bien es sabido, el Spree discurre por muchos lugares pintorescos surcando algunos de los barrios emblemáticos de la ciudad. Si el tiempo acompaña conviene escoger asiento en cubierta. En barco se puede admirar monumentos históricos y modernos mientras se disfruta de una cerveza, un bocadillo o un plato combinado a precios no precisamente de saldo.

Berlín desde el agua

Estos paseos en barco por el centro de la ciudad, ofrecen una perspectiva excepcional de Berlín aunque sesgada: el recorrido, por circunstancias que ennoblecen la razón y el sentido común, suele reducirse al cauce del Spree y sus canales. Es posible acceder a esta oferta entre abril y noviembre, aunque en invierno también hay recorridos especiales si cambiamos el verde por el blanco o, en su probable defecto, el gris. Los tours nocturnos o privados constituyen otra posibilidad.

Algunas compañías navieras recomendables son Reederei Riedel y su programa con itinerarios en barco por el centro de Berlín (río Spree y Landwehrkanal). Stern und Kreis organiza excursiones de tres horas y media por los puentes del Landwehrkanal y del río Spree, o recorridos escuetos de una hora. Esta compañía tiene además 18 líneas de transporte urbano por barco que cubren los alrededores de Berlín y además admiten kombiniertes Tages-Ticket, un billete diario combinado que da acceso a autobuses, S-Bahn y U-Bahn en torno a los 14 euros para adultos (aproximadamente la mitad para niños). La tercera a destacar es Reederei Bruno Winkler con tours similares a los de las otras compañías.

Los paseos de larga duración tienen lugar dos veces al día desde distintos puentes de Berlín: Schlossbrücke en Charlottenburg; el Hansabrücke, Haus der Kulturen der Welt o Moltkebrücke en Tiergarten; Friedrichstrasse, Museum Insel y Nikolaiviertel en Mitte; Jannowitzbrücke o Kottbusserbrücke en Kreuzberg. Los viajes guiados –la mayoría en alemán, aunque algunos ofrecen narración en inglés o español– cuentan con servicio a bordo.

Una tarde de verano surcando el Spree

Las nubes se abrieron de par en par como comentan que lo hizo el Mar Rojo en su día. Así resurge el sol y aquel bote de la naviera Reederei Riedel en el que decido embarcarme, parte desde Moltkebrücke am Bundeskanzleramt. Aguzando mucho la vista desde cubierta y ajustando una de las manos a modo de visera, uno podría divisar –o en su defecto imaginar– el trasluz de Angela Merkel (con su sempiterna chaqueta sastre de idéntico patrón, quién sabe si rescatado de algún especial de la revista Burda) después de una jornada fatigante cuajada de devaneos en el Parlamento. Yo al menos podía imaginarlo con tanta claridad como si se tratara de la línea superior de la tabla de un oculista. Y en la otra orilla, la rotundidad de cristal que compone Hauptbahnhof, esa obra arquitectónica de vanguardia que –presumimos– más de un disgusto y algún quebradero de cabeza ha causado a Meinhard von Gerkan, su arquitecto. No corresponde ahora esclarecer el porqué.

Todos los ojos –y cámaras digitales– de aquel barco también a la disposición del Reichstag, la Isla de los Museos, el Dom, lo que ya no queda del Palacio de la República para confluir en el barrio de San Nicolás (Nikolaiviertel). Uno de los clásicos recorridos que alcanza la hora de duración. Escoger el de casi cuatro horas hubiera tentado demasiado al destino: poco después comenzaba a llover.

Por esta época hace ya algunos meses que Berlín ha florecido como una planta vivificada con medio litro de sustancia adecuada servido desde una regadera. El verde retoza en su esplendor, sobre todo en el Tiergarten. El público que me circunda resulta de lo más previsible: estudiantes acreedores de rostros devorados por la virulencia implacable del acné en esas edades, familias de clase media en feliz compañía de su hijo único, parejas y grupos a punto de cruzar el umbral de la senectud. Y una señora que rezumaba arrogancia por cada poro susceptible todavía de hacerlo de su piel. Parecía una marquesa que acababa de subir a una carreta en la época en que se produjeron aquellas circunstancias tan desagradables en Francia.

La camarera se afana por endilgarnos lo que sea ejercitando sus nada persuasivas estrategias de venta, pero pocos parecen entregados a los placeres del consumo: cervezas, capuccinos de los que penden palmeritas artificiales de cintas violetas o helados en bandeja que nadie reconoce haber encargado.

Si uno se descuida y decide abandonar la silla de plástico azul eléctrico de la cubierta en el momento menos pensado, puede que encuentre a la Rueda de la Fortuna despistada o a su Ángel de la Guarda distraído y le atice un buen golpe en la sien uno de los numerosos puentes que salpican el recorrido. Lo que se puede admirar desde una pieza de la flota Reederei Riedel podría incitar a escribir poemas sobre crepúsculos, sobre todo si uno escoge el último paseo de la tarde de un día soleado.

El tour parece llamar poderosamente la atención de aquellos que se agolpan en las terrazas con los primeros rayos solares del día, o de aquellos otros pasajeros del barco de enfrente, como si buscaran en vano a algún conocido que difícilmente van a encontrar en los demás. Hay quienes se saludan como si en realidad se conocieran. Personas que de viajar frente a frente en un vagón indeterminado del U-Bahn agacharían la cabeza.

Uno se entrega al placer de este paseo como si se tratara de un recorrido celestial, ya redactado el testamento y dejado encargados los lirios. Decir sólo belleza es pecar de imprecisión. Sin embargo, la grandiosa decepción del tour es que a mitad de recorrido, repentinamente da media vuelta a la altura del reconstruido barrio de San Nicolás. Regresamos por donde vinimos, adivinando ahora el más que previsible final –ya recorrido– igual que en una película de serie B en la que se intuye el argumento desde el mismo momento en que se esbozan los personajes principales. Las nubes se cerraron como comentan que lo hizo el Mar Rojo en su día. Y en ambos casos, todo se llenó de agua otra vez. Menudo verano.

Redacción Berlín Amateurs © 2010; revisado 2017
© CAI
(Visited 55 times, 1 visits today)

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial