El síndrome de la impostura es un fenómeno muy frecuente en sociedades occidentales donde el éxito y la autonomía priman sobre otros valores. Se trata de un patrón psicológico por el que se tiende a subestimar las propias habilidades y competencias en relación con los éxitos alcanzados.
La persona piensa que sus logros son debidos a factores externos, como la suerte o el favor de otros. Se siente como un fraude, ya que cree haber progresado a base de engañar al resto. Al miedo por ser desenmascarado/a, debemos sumarle los esfuerzos agotadores para evitar que esto ocurra.
Aunque este fenómeno psicológico fue bautizado como síndrome, hoy en día se pone en duda que lo sea. La experiencia de impostura es algo que cualquier persona puede experimentar, especialmente al afrontar cambios significativos y/o al no sentirse parte del grupo dominante; como suele ocurrir al emigrar. Para otras personas, la experiencia de impostura ha sido una constante en la vida, jugando un papel clave en su desarrollo tanto personal como profesional.
Desarrollo, mantenimiento y consecuencias del fenómeno
El aprendizaje de estos patrones suele comenzar en la infancia. El niño o niña recibe aprobación estrictamente condicionada a los logros (resultados destacables), y/o desaprobación cuando no logra destacar (visión dicotómica: éxito – fracaso). Si tienes éxito eres bueno; si no, malo. Bajo esta lógica se aprende que todo fallo es un fracaso, y fracasar se paga con el rechazo. El éxito, más que una meta de la que sentirse orgulloso/a, se convierte en una estrategia de evitación. El niño deduce que hay algo vergonzoso en él. La autoestima dependerá de las respuestas negativas o positivas del progenitor ante sus resultados. Más adelante, dependerá también de otras figuras de autoridad.
La persona aprende desde pequeña estrategias de rendimiento. Se esforzará por dar lo mejor de sí misma y esto determinará su desarrollo. Motivada por evitar el fracaso a toda costa, llega a adquirir unas capacidades formidables. La paradoja de este fenómeno es que se alimenta de los logros. Cuanto más presente esté el éxito, mayor es la ansiedad, ya que las expectativas de rendimiento aumentan.
Las pruebas de su competencia son rechazadas e incluso criticadas. Cree que su verdadero talento es el de engañar al resto y para lograrlo no puede nunca bajar la guardia. Si aceptase sus logros, se confiaría y podría cometer algún error. Teme que cualquier fallo la desenmascare; le aterra la vergüenza, la humillación y el rechazo que esto implica.
Debido a ello no es de extrañar que las personas que sufren el fenómeno de la impostura suelen ser bastante perfeccionistas. Cualquier fallo, por pequeño que sea, es percibido como un fracaso. El exceso de perfeccionismo suele estar influenciado por una visión dicotómica del desempeño y los resultados (o está perfecto o está mal – o lo sé todo, o no estoy preparado/a).
El alto nivel de exigencia lleva al agotamiento, sobre todo en el trabajo (burnout). La atribución interna de todo aquello que no sale como debería (no soy suficiente) (soy un/a fracasado/a) afectará muy negativamente a una autoestima ya de por si frágil.
Otra de las paradojas del síndrome de la impostura es que la procrastinación y el perfeccionismo se cogen de la mano. Si la persona cree no poder realizar la tarea de manera perfecta, evitará hacerla; si no tiene otra opción, le resultará abrumadora y se frustrará durante el proceso. La procrastinación entrará entonces en juego. Se evita aquello que frustra y aquello que se teme —al menos de que sea inevitable— por medio de un deadline, por ejemplo. A estas personas les resultará muy complicado embarcarse en proyectos en los que no tengan que rendirle cuentas a nadie y pueden procrastinar con ellos indefinidamente, ya que nunca serán lo suficientemente buenos.
Factores de riesgo
El sufrimiento que acarrea el síndrome de la impostura se intensifica en situaciones donde la persona se siente más insegura. Entre otras cosas, la autoconfianza suele verse mermada al no identificarse con el grupo dominante, durante los cambios importantes y/o al exponerse a la evaluación de los demás.
A menudo, vivir en el extranjero o formar parte de una minoría étnica incrementa el sentimiento de impostura, en especial, en entornos con escasa diversidad. Por ejemplo, si una persona es la única extranjera en un puesto de trabajo, puede sentirse diferente y verse obligada a dar siempre el máximo para demostrar que no es menos que el resto; incluso para defenderse de los estereotipos que cree que los demás puedan albergar. Un fallo por su parte sería interpretado como una decepción no solo para ella, sino también para los “suyos”.
Otra variable muy a tener en cuenta es el género. Aunque hay más hombres sufriendo este fenómeno de lo que en un principio se creía, la prevalencia en mujeres parece ser mayor. Mi experiencia profesional apoya esta hipótesis. El término surgió a finales de los años setenta analizando a mujeres que ostentaban posiciones de éxito.
Además de representar una minoría discriminada en su entorno, el éxito solía reducirse a la idea de estatus y poder, conceptos con los que las mujeres podían sentirse incómodas debido a la educación que recibieron. Aunque las cosas hayan cambiado, tampoco lo han hecho tanto. Aparte, existen otras muchas variables que fomentan en las mujeres la idea de que tienen que poder con todo y la creencia de que están siempre siendo evaluadas.
La última variable que citaré es la sociedad actual como sociedad de rendimiento. Una sociedad en la que la imagen del éxito, en términos de cómo uno puede-debe ser, se difunde a través del falso espejo de las redes sociales. Vivimos en un mundo que nos insta a mostrar continuamente la mejor versión de nosotros mismos (la que suponemos que es la mejor versión). La presión constante de rendimiento e imagen es el caldo de cultivo perfecto para el síndrome de la impostura.
Métodos para gestionarlo
El primer paso es hacerse consciente de lo que está ocurriendo, de cómo ocurre y de lo que ello implica (tanto lo malo como lo bueno). Esta última parte es muy importante, puesto que el fenómeno de la impostura cumple una función que ha podido y que puede ser positiva, como la de esforzarse al máximo para alcanzar las metas o la de ser una fuente fiable a la hora de compartir una opinión.
Lo cual me lleva al que para mí es el principal aspecto a trabajar: la compasión. Suele decirse que si tratáramos a los demás como nos tratamos a nosotros mismos, no tendríamos amigos. Los reproches tortuosos que resuenan en la cabeza “no eres suficiente”, “eres idiota”, “debería darte vergüenza”, y que son vividos como certezas absolutas, pueden corresponderse con momentos en la infancia y adolescencia en la que se sintió una gran humillación y rechazo.
Esa parte profunda del ser solo quiere evitar que esto vuelva a ocurrir; el problema entonces no sería lo que quiere, sino cómo lo lleva a cabo. ¿Qué le dirías hoy al niño/a en ese momento traumático si tuvieras la oportunidad? Haz las paces con él, sé consecuente con sus necesidades, pero no obedezcas sus mandatos; el mundo ha cambiado y tú con él.
Poner en contexto este fenómeno es clave. En el apartado anterior vimos brevemente cómo el síndrome de la impostura responde al contexto sociocultural en el que nos encontramos. Subrayar este hecho contribuye a cambiar la tendencia de atribuir internamente todo lo negativo que nos ocurra. Primero, porque otras muchas variables que escapan a nuestro control entran en juego; y segundo, porque no estamos solos. Lo mismo les ocurre a otras muchas personas en nuestro entorno.
Es por eso mismo que comunicar y compartir lo que nos ocurre es tan importante. No se trata de conseguir un “tú puedes con esto, como has podido con todo”, sino un “te entiendo, a mí también me pasa y tienes mi apoyo”. De este modo, no solo rompemos el ideal distorsionado que tenemos de los otros con los que nos comparamos, sino que ponemos en duda la relación entre mostrarse vulnerable y ser débil.
El trabajo en valores es el último punto que quiero mencionar. Darnos cuenta de lo que realmente es importante para nosotros nos ayuda a tomar perspectiva, a priorizar y a aceptar el sufrimiento como una parte inevitable de nuestro camino.
Para acabar, quiero invitaros a un webinar gratuito en inglés sobre el síndrome del impostor en expatriados que daré el jueves 27 de mayo para la IEEE Germany. Aquí podéis encontrar la invitación. Ver a miembros de la comunidad hispanohablante me ayudará a lidiar con mi propia experiencia de la impostura. Allí os espero.
Texto: David Guerra. Colaboración de Berlín Amateurs con Psicología Migrante (consulta de psicología especializada en el apoyo a migrantes y expatriados españoles y latinoamericanos)
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Muy buen artículo, preciso y bien enfocado. Me ayuda mucho y me pasa mucho también.
Gracias!