Los tres primeros conciertos a los que hemos podido asistir durante el Musikfest Berlin 2022 nos han cargado las baterías con un festival al máximo nivel tras dos ediciones con restricciones. Mahler, Shostakóvich, Beethoven y Adés nos sacuden con una descarga de la mejor música clásica en un viaje desde el temor a lo divino hasta el surrealismo de Buñuel.
Espectadores al borde de un ataque de nervios (7 de septiembre)
Lleno total en las gradas de la Filarmónica, casi olvidamos la pandemia. Pero la realidad es tozuda: Donald Runnicles no puede dirigir hoy a la orquesta de la Deutsche Oper, ya que ha dado positivo por coronavirus. Le sustituye Paolo Bortolameolli, que ha venido a toda prisa desde París y apenas ha tenido tiempo para ensayar con la orquesta. Pero nadie lo diría. Su dirección es decidida, la orquesta borda la Segunda Sinfonía del astrohúngaro Gustav Mahler en una interpretación cargada de una enorme tensión energética.
Resurrección es el nombre por el que se conoce a esta sinfonía, que no esconde los tonos fúnebres. Nos regala momentos de intimidad entre el lento frotar de las cuerdas y un suave viento metálico. Dicen que un ser humano no es capaz de concentrarse sin interrupción durante más de diecisiete minutos seguidos, aunque el público será desfibrilado varias veces durante los noventa minutos de la obra.
El último movimiento se apoya en un poema del prerromántico F. G. Klopstock y arranca con un diálogo celestial entre la contralto Karen Cargill y la soprano Heidi Stober. Se eleva con acometidas de orquesta y la irrupción del coro de la Deutsche Oper. El uso de la música coral en el último tramo de la sinfonía recuerda a la novena de Beethoven, en este caso funcionando como reverberación del exquisito dúo Cargill-Stober. Termina en las alturas (“habrá que llevarte a Dios: zu Gott, zu Gott”) y el público descarga la tensión acumulada en un baño de aplausos en pie de más de once minutos. Bortolameolli ha superado la prueba.
La ira de Dios entre Shostakóvich y Beethoven (9 de septiembre)
La orquesta del Gewandhaus de Leipzig ejecuta un programa entre lo ruso —Shostakóvich, Gubaidulina— y lo alemán —Beethoven— bajo dirección de Andris Nelsons. Empieza con la Sinfonía de cámara en Do menor op. 110a de Dimitri Shostakóvich, una pieza para instrumentos de cuerda que nos adentran en la tristeza e intimidad del invierno por venir. Shostakóvicih compuso la pieza tras ser obligado a entrar en el Partido Comunista. Quizás por eso la obra se sostiene en un solo íntimo de chelo que acaba desatando las pulsiones violentas del resto de instrumentos de cuerda. Se levantan los arcos, la pieza termina. Es el momento de cerrar los ojos y sentir el manto de aplausos envolviendo las gradas.
La ira de Dios es la pieza de Sofia Gubaidulina con el difícil papel de funcionar como nexo entre Shostakóvich y el Beethoven por venir. Gubaidulina, discípula de Shostakóvich, es conocida —a pesar de haber alcanzado su madurez en la Unión Sovíetica— por la profunda religiosidad de sus obras. En esta noche nos hace sentir el enfado divino con lo que parece el tañido de campanas en medio de una batalla campal de violas y trombones. Una música que penetra la piel, como bien dijo Nelsons en una entrevista previa al festival.
Tras la pausa es la hora de Ludwig van Beethoven y su Séptima Sinfonía. Se han terminado de llenar las gradas con algunos fanáticos del compositor alemán, que solo quieren oír a su Dios. A diferencia de las interpretaciones de Kirill Petrenko, Nelsons presenta a un Beethoven suave, casi domado. Conduce a la orquesta de Leipzig como un firme barco entre las tempestuosas olas beehtovenianas, apenas se le escapa algún golpe de pie en la tarima. Pero el genio escapa en cada esquina, ruge, vibra, sopla, nos estremece.
La inconfundible melodía del segundo movimiento, más fúnebre, hace caer lágrimas hasta en los pocos asientos vacíos. Una señora con vestido negro y chal rojo tiembla emocionada en el público, sonríe, llora, vuelve a sonreír. Y así hasta el último movimiento de esta sinfonía de madurez. Brotan los aplausos. “Si esto no es una llamada a la Revolución”, grita feliz la señora del chal rojo. Es viernes por la noche.
Cuando el arco gana a la batuta (10 de septiembre)
Esta noche al público le espera una noche complicada. A la batuta nos encontramos al compositor inglés contemporáneo más exitoso, Thomas Adès. Dirige a la Orquesta Filarmónica de Berlín en su debut en el Musikfest, pero no consigue llenar la sala. Quizá sea casualidad que hoy se celebre el Folsom en Berlín, pero Adès parece tener ganas de dominar. Arrastra a la orquesta con gestos de batuta-fusta a través de la apertura de la ópera de Berlioz Les francs-juges.
Brilla, sin embargo, el virtuoso violinista finlandés Pekka Kusiisto al interpretar las partes de solista en el concierto de orquesta y violín compuesto por Adès. Su “Concentric Paths” aúna sonidos chispeantes con veloces agudos. El violín funciona como fuerza centrípeta, mientras que el viento y la percusión descargan la tensión. Kusiisto domina la escena con su blusa tibetana negra, rubio y con gafas transparentes. Frunce el ceño, sonríe, hace muecas y vuelve a arrugar la frente. Rompe unas cuerdas que brillan mientras cuelgan del arco hasta que las arranca con la mano. Mira sorprendido al director y a veces al público en lo que parece un trance cósmico, que todos compartimos.
Proseguimos con 17 minutos de golpes de sonido abstractos y atonales sin estructura reconocible, interpretados casi sin parar en fortísimo. Se trata de Chevaux-de-frise de Gerald Barry, dedicada al 400.º aniversario de la derrota Gran Armada. La música es cortante y afilada. Es posible que así sonase el hundimiento.
Se despide Adés con un popurrí operístico de su obra El ángel exterminador, que se apoya en la surrealista obra homónima de Luis Buñuel. Recuerda a ratos a Ravel (La Valse) y a Shostakóvich, termina en un vals estirado y roto a veces por los estruendos de una orquesta excelente llevada a los límites de lo brusco.
Texto: Juanfran Álvarez Moreno para Berlín Amateurs © septiembre de 2022
Fotografía: © Fabian Schellhorn / Berliner Festspiele
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