Escrito por: Actualidad Sociedad

Wowereit: un político para Berlín

Klaus Bowereit en la clausura de BFW 2008

Ha llegado el día que muchos esperaban. El martes 26 de agosto, a las 13 horas, Klaus Wowereit anunció su dimisión como alcalde de Berlín. Se pone así fin a un periodo de trece años en los que la ciudad ha experimentado tremendos cambios. Pero, ¿quién es Wowereit? ¿A qué problemas se ha enfrentado? Y, ¿por qué dimite ahora? Intentemos aproximarnos a su figura.

“¿Cómo se dice ardilla en lituano?”, le preguntaron a la travesti Olivia Jones en televisión. Respuesta a elegir: a) Wowereit y b) Merkel. “Wowereit!”, interrumpe otra candidata. “¿No fue ese una vez tu…?”. Olivia sonríe algo perturbada y le responde: “Sí, pero solo una vez…”. Desde entonces pesa sobre Olivia una denuncia por injurias. Ella y Klaus Wowereit se conocían desde hace una década. Y hasta ese día eran amigos. El denunciante es un hombre de sonrisa provocativa y pose estudiada, de ojos de un color indefinible en el centro de un rostro indiscutiblemente fotogénico. Durante años la imagen se completaba con una copa de champán. Chaqueta o esmoquin, según la ocasión, y un sobrenombre: Partymeister. Al día siguiente algo de bronca en el Parlamento. Por la tarde, inaugurar otra obra más. Este es Wowereit: un animal político, un buen actor y, sin duda, un berlinés en toda regla.

Inocente el que crea que su camaleonismo se limita a una cuidada escenografía. La capacidad de adaptación –una forma de, con perdón de Olivia, travestismo pospolítico– es un requisito vital para triunfar en la política alemana.

Su idea de Berlín

El todoterreno Wowereit, procedente de una familia humilde en la que él fue el primero en estudiar en una universidad, fue elegido alcalde de Berlín en 2001. Desde entonces, es a todas luces el rostro de los socialdemócratas del SPD en la ciudad. La actuación de sus gobiernos –dos legislaturas en coalición con Die Linke y desde 2011 en forma de Gran Coalición con la CDU, el partido de la canciller– no ha de subestimarse al observar el cambio que ha experimentado la capital alemana, que a partir de los esfuerzos y fuertes remodelaciones en los años 90 ha recuperado su impulso –casi 100 años después de su época dorada–.

El Berlín que Klaus Wowereit tiene en su cabeza es un Berlín abierto al mundo, una metrópolis social –adjetivo que él de forma nada aleatoria elige en su biografía– y que, en el estilo vital, palpitante y harto gamberro de sus habitantes, pretende convertirse en un centro económico y a la vez mantener su enorme personalidad, quizá para evitar la infame comparación con Múnich, Hamburgo o Fráncfort. Esta política de impulso económico y de atención a lo social se fundamenta en la que podría ser máxima del alcalde: en Berlín la educación es y ha de seguir siendo accesible a todos. En los últimos años este concepto se ha extendido hasta las etapas más tempranas de la enseñanza, y actualmente se trabaja en la extensión del programa de guarderías –las famosas Kitas– que tienen unos costes mensuales muy bajos para los padres. Este hecho ha suscitado las críticas de muchos políticos del sur de Alemania, que ven injusto el tener que pagar elevadas cuotas mensuales por la educación de sus hijos (desde preescolar hasta la universidad) mientras, creen, en Berlín se permiten “lujos” a costa de sus impuestos; Berlín es desde los tiempos imberbes de Wowereit receptor neto de los presupuestos federales.

Pisos por las nubes

El problema de la vivienda constituye uno de los mayores quebraderos de cabeza de un ejecutivo que, en este aspecto, se ha visto superado por el vertiginoso crecimiento de la demanda en el último lustro. Las limitaciones a las subidas del alquiler no han conseguido frenar esta tendencia, cuyas causas son sin duda más complejas de lo que el anti-hipster medio podría afirmar: la masiva llegada de expatriados con la cartera llena y la cabeza vacía de consideración por los habitantes locales o los que pagan poco alquiler. La realidad es sin embargo tozuda: en Berlín no se han construido viviendas al ritmo que crecía la demanda, apenas existen viviendas vacías, y la vivienda social no ha sido la excepción. Es evidente que una metrópoli en ebullición no puede mantener eternamente precios “del este”, pero la política no puede quedarse al margen de la explosión descontrolada de los mismos.

Cuando se acaba el champán

Hubo un tiempo en el que Wowereit marcaba los ritmos del debate público al son de ingeniosas frases, como aquella en la que salió oficialmente del armario: Ich bin schwul, und das ist gut so (soy gay, y eso está muy bien así); o el eslogan para las horas sin esmoquin arm aber sexy (pobre, y sin embargo sexy), con el que marcó a la ciudad, que ahora describe con un nicht mehr so arm (ya no tan pobre). Sin embargo ni siquiera el Wowereit guionista encuentra palabras que suavicen sus últimos fracasos.

Los últimos doce meses han transcurrido como el annus horribilis del alcalde. La inauguración del nuevo aeropuerto Berlin-Brandenburg (BER), pospuesta apenas cuatro semanas antes de la fecha oficial de apertura, supuso un golpe brutal a su credibilidad. Desde entonces no han parado de aflorar las informaciones acerca de una nefasta organización, de sistemas de alarma antiincendios mal instalados, de cables que no conectan y de sistemas de facturación de equipajes mal dimensionados. Cada mes la obra faraónica dilapida millones de euros del dinero público. A quienes conozcan bien España les resultarán familiares estos procedimientos. El oscurantismo en la gestión de obras públicas, la incompetencia de los responsables y el malgasto de los recursos públicos son también aquí posibles. Si nos preguntamos cómo puede afectarnos directamente esta obra catastrófica, es fácil asumir que los elevados costes de la obra repercutirán en los futuros precios de los servicios aeroportuarios y –lamentablemente– en el precio de los billetes de avión.

Durante un tiempo, Klaus Wowereit pudo respirar tranquilo. Su decisión de dejar el Consejo de Administración del nuevo aeropuerto le alejó del centro de las críticas. A pesar de ello, su valoración en las encuestas no se recuperó (la conservadora CDU, socio minoritario en la coalición, está por delante en los sondeos). Hacía meses que se especulaba que no volvería a presentarse a las elecciones, hecho que él mismo confirmó el 26 de agosto. La presión demoscópica –quizá también del partido– y la pesada carga de la gestión del aeropuerto lo hacían ya insostenible. Se abre así la veda de las intrigas políticas en torno a la sucesión. Los candidatos preferidos son Raed Saleh (actual jefe de la fracción del SPD, nacido en Cisjordania en 1977) y  el denominado izquierdista Jan Stöß, jefe del partido en Berlín. Deberíamos no perder de vista a la Consejera de Trabajo e Integración Dilek Kolat, que desde hace años realiza un trabajo bien valorado y que se está labrando, lenta pero imparable, una carrera hacia la cima. Su origen turcoalemán de persona hecha a sí misma sería  visto con buenos ojos por el votante berlinés.

Para unos un dinamizador, para otros un irresponsable. En palabras de Peer Steinbrück, candidato socialdemócrata a la cancillería en septiembre, Klaus Wowereit “ha cambiado Berlín de forma increíble”. El balance global de su gestión se decidirá en los próximos dos años. Mientras tanto, habrá que descorchar la siguiente botella. Y quizás esta vez mirar la factura.

Juanfran Álvarez para Berlín Amateurs ©   actualizado, agosto 2014  – original, septiembre 2013
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