Mercedes Benz city el berlin que desaparece gentrificacion

Escrito por: Actualidad Barrios Imprescindibles INSIDE BERLIN Sociedad

EL BERLÍN QUE DESAPARECE II: Adiós Kreuzberg, hasta nunca Friedrichshain

Goodbye to Berlin. Gentrificación en estado puro

Además de enunciar una despedida, este reportaje se basa en un hecho inquietante: gran parte de nuestros interlocutores temen represalias de propietarios, inversores o entidades, lo que nos obliga a preservar su identidad. No obstante, hay quien sí se presta visible, como la figura del techno berlinés Martin Böhm aka Housemeister, y al que le sigue, de manera menos arriesgada —estando al otro lado del Atlántico—, el célebre actor norteamericano David Hasselhoff. Él también lucha contra la transformación de la capital diversa y alternativa, a una secuestrada por especuladores, donde solo impere el dinero, el mal gusto y hasta la desmemoria.

Desde Los Ángeles, el protagonista de Baywatch publicó el pasado diciembre un vídeo en change.org, apelando directamente al alcalde, “Hey! Mister Müller!”, para salvar el memorial planetariamente célebre de la East Side Gallery de una nueva monstruosidad urbanística. Es la segunda vez que el actor se manifiesta, incluso presencialmente (2014), delante del homenaje pintado a las víctimas del Muro de Berlín. La primera fue contra la torre de apartamentos, a 8000 euros el metro cuadrado, llamada «Living Levels», y por la que se tiraron dos segmentos del memorial, supuestamente protegido, desde 1991, por el Senado berlinés.

La licencia de obra fue adjudicada entonces, según fuentes del sector y de la plataforma de protesta, a un antiguo agente de la Stasi y amigo del exalcalde Wowereit. A pesar de las enérgicas protestas de entonces, la torre se construyó en tiempo récord, disipando así el enfado ante la evidencia.

¿Cómo pudo acabar el mítico teatro berlinés Volksbühne ocupado por activistas? La primera parte de este reportaje aclaró cómo el templo cultural pasó a formar parte del Berlín que desaparece. Puedes leerla aquí.

Berlín, la nueva Ibiza

Al lado de ese coloso de viviendas de lujo, pegado a escasos centímetros del Muro, en plena “Franja de la muerte”, ensombreciéndolo y casi ocultándolo, se construirá ahora el hotel Pier 61/63 con 167 habitaciones y 62 exclusivos apartamentos. Paradójicamente, la promotora inmobiliaria, Trockland Management, se define en su página web como “comprometida con Berlín”, como una “compañía para la gente”. Y la pregunta es: ¿Qué clase de gente? ¿Turistas y nuevos residentes adinerados? ¿Es Berlín la próxima Ibiza? ¿O peor, si cabe…?

Trockland también es la encargada de la transformación, o más bien confirmación, del Disneyland berlinés —según definen los autóctonos a la falsa estructura donde unos tipos disfrazados te cobran por la foto— y líder en visitas turísticas, Checkpoint Charlie. Allí el mundo tembló en octubre de 1961, durante aquella jornada en la que Kennedy y Kruschev estuvieron a punto de pulsar el botón nuclear, con tanques enfrentados en ambas esquinas.

En breve, toda la zona será comercializada y tendrá el primer hotel Hard Rock continental europeo con 375 habitaciones. El primero de Europa fue el de la isla de Ibiza, donde, eludiendo la normativa medioambiental, luce cegadora la mayor pantalla cóncava LED del mundo (400 metros), con imágenes de tías en bikini y musculados en aceites.

Friedrich “Las Vegashain”

LED y neones a cascoporro destellarán por igual a lo largo de tres manzanas de la East Side Gallery y hasta la estación de S-Bahn de Warschauer Str., donde avanza imponente toda la city promovida por Mercedes-Benz y un megaespacio de entretenimiento comercial que también devorará al memorial.

Por dar solo algunos detalles: en el lado noroeste del Mercedes-Benz Arena, un complejo de siete pisos incluirá el hotel Indigo Design de 118 habitaciones y un hotel Hilton Business de 254. En el suroeste, se erige un edificio de seis pisos con 9000 metros cuadrados para la ampliación de Zalando, la mayor tienda europea de ropa online.

Pero lo mejor será, en palabras de los portavoces de la promotora Anschutz Entertainment Group, propiedad de un multimillonario estadounidense, la construcción en granito de una «plaza típica de la ciudad de Berlín» donde «comenzará Las Vegas», con un recinto para musicales “Music Hall” frente a otro del grupo UCI Kinowelt, para la proyección de blockbusters y una enorme bolera.

Por no respetar, no se respeta ni el idioma de la ciudad. Todo son nombres anglosajones, como “East Side Mall”, el gigantesco centro comercial que culminará el mapa de la nueva zona. Para ello, eso sí, los residentes en Berlín han atestiguado, después de más de siete lentos años, la aceleración milagrosa de las obras del nuevo hub de transportes de Warschauer Str., a punto para la inauguración del mall, este mismo 2018.

KiezCharakter: salvemos el barrio

En consecuencia, al barrio de Friedrichshain le toca olvidarse del carácter alternativo, artesanal, tan encantadoramente salvaje y, por supuesto, barato, que lo caracterizaba hasta hoy. Una especie de efecto contagio se extiende desde ese complejo del Mercedes-Benz, aún con más de diez grúas en el cielo, hasta Frankfurter Allee como también Tor, donde se acaba de inaugurar una residencia para estudiantes, a 635 euros el estudio de 18 metros cuadrados.

Incluso el club vecino y referencia de lo transgresor, Berghain, ha incluido un concierto de Kylie Minogue, la estrella del pop comercial, en su programa de marzo. “Berlín está acabado”, sentencia en su Facebook uno de los músicos callejeros más célebres de la capital, el canadiense Stephen Paul Taylor. El artista alcanzó notoriedad hace años desde una esquina del mercadillo de Boxhagener Platz, con su estilo synthpop y el irreverente tema «Everybody knows shit’s fucked». Hoy, nuevas normas impiden a los músicos con multas de hasta 50 000 euros tocar allí, condenándolos a buscarse la vida para tocar solo en recintos cerrados. Tristemente, aunque divierta e intrigue más, Taylor lo tendrá más complicado que Kylie a la hora de conseguir conciertos.

Más grave es que, desde la concepción de ese East Side Mall, el barrio y todo un estilo de vida perecerá con nuevas reglas impuestas por el gobierno del alcalde Müller. Las autoridades desean prepararnos para disfrutar solo de los interiores de estos nuevos espacios comerciales con una ley que limitará el uso de las aceras para las terrazas de cafés o los puestos de las tiendas locales. Uno de los deleites típicos de Berlín, la vida de calle en estaciones de sol, así como fuente de ingresos de pequeños comerciantes, está en riesgo de extinción.

Se ha querido experimentar su primera aplicación a la Mainzer Str., la calle paradigmática de la resistencia contra la gentrification o especulación inmobiliaria a principios de los años noventa, cuando se fraguó una batalla de varios días en Berlín y la mayor intervención policial desde la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la calle es una de las primeras en aparecer en referencia al fenómeno urbano en Wikipedia. Allí nos recibió el pasado verano el veterano de la escena underground berlinesa, Martin Housemeister, y su pareja, la madrileña dama del techno y residente del mítico Tresor, Dinamite.

Martin nos llevó de paseo por la calle para explicarnos la campaña contra la nueva norma, autodenominada KiezCharakter (carácter de barrio) y con sede en el plácido café bio Coffeein Centrale. Nos sorprendió comprobar cómo numerosos vecinos y tenderos acudían a hablar con él, saludándole cariñosamente, mientras nos explicaba, concienzudo, las medidas de la acera que anularían la argumentación municipal. Quién le iba a decir al DJ, cuando llegó de Rostock al Berlín experimental de 1983, que hoy sería líder vecinal y mosca cojonera de la municipalidad.

Housemeister ha hecho uso de su experiencia como artista en el Berlín más libre para acertar con lemas, organizar manifestaciones y acaparar la atención mediática y en redes sociales muy eficazmente. Tanto que, este mismo mes, tras una visita de la concejala de Los Verdes, Monika Herrmann, el Senado de Berlín ha prometido liberar a la Mainzer Str. de la nueva imposición. «Todavía no me lo puedo creer. Hemos cambiado una ley. La Mainzer se salva. Hay justicia», dice Martin feliz. Gracias a la campaña, puede que el librero de toda la vida, el Coffeein Centrale, así como Binh —la frutera vietnamita cuyo puesto da de comer, además de a los vecinos, a seis miembros de su familia— sigan ofreciendo su género a la vista de todos.

Kreuzberg, la Silicon Valley europea

Desgraciadamente, no hay garantía de que la ley de aceras no vaya a aplicarse al resto de los barrios y calles más lúdicas de Berlín. Además, la ciudad ya da muestras de ser solo de quien bien lo gana, presentando un mapa con demasiados frentes abiertos. De todos, el escenario más dramático está al otro lado del Spree.

Kreuzberg, el barrio multicultural más famoso de Europa, es ya objetivo de pequeños a grandes codiciosos, que se frotan las manos al saber de la llegada de un nuevo gran vecino. El barrio contestatario, de precios asequibles y vida alegre, ha sido, precisamente por ese carácter, elegido por Google para emplazar su campus de startups.

Dicen que en los primeros días de exploración de la zona, sus emisarios iban en parejas, como suelen hacer los mormones, a cada negocio y espacio, para ofrecerles toda una “optimización comercial” a cambio de data íntegra de sus clientes, actividad o comercio. “Imagina que llega un nuevo inquilino a tu edificio y se dedica a meter la mano en tu buzón, vigilar cuándo entras y sales, o espiar a través de la cerradura de tu puerta”, se queja un integrante de la protesta de la campaña “Fuck off Google”, que aparece en el documental sobre la especulación “Who owns Berlin?”.

Pero lo más criticado no es el futuro control de los hábitos e ideas de una población que, por encima de todo, ama su libertad —conseguida a base de la cicatrización de las heridas que dos regímenes totalitarios, con sus métodos de denuncia y espionaje, dejaron—, sino el efecto imán que la apertura del Google Campus ya tiene sobre los precios de alquiler.

Oranienstr. y la resistencia del Späti

«Para Google, Zalando y Airbnb, los barrios de Kreuzberg o Friedrichshain son solo emplazamientos de moda», explica Konstantin, portavoz de la organización vecinal Bizim Kiez. «Pero, para nosotros, son nuestro hogar». Este colectivo no da abasto en su denuncia contra los desahucios del barrio, que acabarán devastando, entre otros, la Oranienstr.

La emblemática avenida de Kreuzberg está actualmente en pie de guerra para salvar sus comercios tradicionales —más significativamente el Späti, o pequeña tienda, de la familia turca Tunc— del aumento de un 40 % del alquiler. Los dueños ven oportunidad de enriquecerse con otros inquilinos más solventes, como franquicias o tiendas chic. A día de hoy, solo uno de los negocios ha vencido al desalojo: la librería Kisch & Co., a la que pretendían sustituir por una tienda de gafas de sol.

Es evidente que los residentes futuros —se estima un incremento de 40 000 por año—, expats vinculados al mundo tecnológico de Google Campus o Zalando, no leerán alemán y necesitarán, preferiblemente, lucir gafas de sol mientras disfrutan de un futurible pase VIP en el Watergate. El mítico club a orillas del río también se plantea medidas del estilo para sobrevivir al nuevo propietario de su edificio, adquirido por seis millones y medio de euros, y a un incremento del 50 % de su renta. “Significa subir el precio de bebidas, de entradas, claudicar a tener sponsors o mayor exclusividad —comenta su fundador, Steffen Hack, en una entrevista a Der Tagespiegel lo que contradice el espíritu que nos rige, que es el de la subcultura de la ciudad”.

Berlín, una presa fácil

De esa “extinción de una cultura”, así como de la transformación alarmante de Berlín, trata Lorna Cannon en un tour de la gentrificación: “Para entendimiento de los que llegan dispuestos a pagar altos precios por una vivienda, pensando en lo cool que es Berlín sin conocerla realmente”.

Cannon narra la historia de una “Berlín siempre caótica”, de cómo la ordenación de la urbe, “desde la industrialización, pasando por sus guerras, la pobreza durante la República de Weimar o la división por el Muro”, ha obedecido siempre a la improvisación, resultando en un tejido social caracterizado por la mezcla. “Berlín es atractiva por su heterogeneidad, su capacidad de reinvención y, en definitiva, por una subcultura creativa”, apunta esta expatriada inglesa, que organiza otra ruta de Berlín a cargo de refugiados sirios. “Si los barrios pasan a la uniformidad de los alquileres caros, todo eso se acaba”, advierte.

En su tour recuerda cómo la Oranienplatz, origen mundial de la campaña Refugees Welcome, “se limpió para dar hoy cobijo al hotel de lujo Orania, cuyo dueño es también el del castillo bávaro donde se celebró el G7”. Y cómo los inquilinos, muchos en el desempleo, de las viviendas sociales de la Moritzplatz están este invierno sin calefacción ni agua caliente, al resistirse al desahucio por la temida nueva propietaria: Deutsche Wohnen.

Deutsche Wohnen fue la inmobiliaria más favorecida cuando el exalcalde Wowereit vendió un tercio (150 000) de las viviendas sociales de la ciudad a promotoras privadas. La estrategia de esta compañía —en la lista “Growth Champions” de Forbes— es que los inquilinos paguen cada vez más por apartamentos en condiciones bastante malas, hasta justificar las reformas pertinentes que, a su vez, permitan aumentos desorbitados del alquiler.

Así es la Berlín como “presa”, por doquier en venta —tal y como refleja el documental “Die Stadt als Beute”— a especuladores inmobiliarios y promotores del consumo de lujo, de todo el planeta, resultando en situaciones angustiosas para los residentes tradicionales.

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Capital de un nuevo duelo: desahucios

Medidas públicas, como el famoso tope anual al incremento del alquiler, son ahora eludidas por los propietarios realizando reformas cuyos costes sí pueden cargarse al inquilino. Es el caso de Daniel, un diseñador freelance al que, tras diez años en su vivienda de Friedrichshain, el propietario impone un aumento de 250 euros al mes por la construcción de un ascensor. Además, por tercer año consecutivo, le han comunicado un aumento de renta mensual de 45 euros, lo que —según la asociación de defensa de inquilinos Berliner Mieterverein— es ilegal.

A ella ha acudido Daniel para llevar a juicio a su propietario porque “aunque sé que me veré obligado a irme, al menos no lo haré sin que me indemnicen”. Mientras tanto, “desde hace meses y sin haber aún comenzado las obras”, Daniel se encuentra con sus ventanas tapadas por un andamio con gran telón publicitario de una aerolínea low cost. La publicidad en toda la fachada otorga al dueño un extra de miles de euros al mes, con los que quizá se podría costear ese nuevo ascensor. Al contrario, su fin es maximizar ingresos, mientras presiona con derramas a los inquilinos, para cambiarlos por otros de mayor nivel adquisitivo.

Berliner Mieterverein denuncia “la ola masiva de aumentos del precio de la vivienda” y admite haberse visto obligada a “ampliar significativamente sus servicios de asesoramiento”, para atender casos como el de Daniel. Así, la tensión crece y es palpable en múltiples puntos de la capital. Desde el Wrangelkiez a la Reichenberger Str. donde, a pesar de la protección municipal —la célebre, aunque escasa, Milieuschutz contra la desintegración social de algunas avenidas—, ya se venden apartamentos de cien metros cuadrados por el insólito precio de medio millón de euros. Los últimos en manifestar su zozobra son los vecinos del 55 de la calle, inmueble en manos de un nuevo comprador, que temen que utilicen los mismos trucos para expulsarlos.

“Berlín está creciendo con mucho dolor”, admite Ramona Pop, representante municipal de Los Verdes, en una reciente entrevista al semanario Der Spiegel. Un problema añadido es que, a la proliferación de viviendas y comercios caros, debe corresponder una suma de infraestructuras y servicios —desde aceras o farolas, a guarderías y colegios— irrealizable por un gobierno que aún tardará 800 años en pagar su deuda de dos trillones de euros.

“Morir para ganar, con sangre”

Al ritmo actual, ni siquiera harán falta ocho siglos para imaginar qué fue de Berlín. Gracias al descuido y falta de liquidez de las autoridades locales, el resto de barrios típicos de la capital y la mayor parte de sus símbolos señeros habrán sido vilipendiados mucho antes. De entre los que contribuyen al fenómeno destacan los billonarios hermanos Samwer, creadores de Zalando y conocidos en el mundo tecnológico como los “reyes de la clonación” o “despreciables ladrones” de startups.

«Moriré para ganar», juró Oliver Samwer en un memorándum interno filtrado a la prensa. «El momento de la Blitzkrieg —táctica de Hitler para la veloz invasión de Europa— debe ser elegido sabiamente”, continúa. “Cada país me lo dirá con sangre. Yo estoy listo. Quiero que firméis el plan con vuestra sangre», ordenó entonces a sus empleados.

Estos vampíricos empresarios, motivados por la competitividad extrema, con el único fin de “ganar, porque dinero ya tenemos de sobra”, cuentan entre sus inversiones con otras partes del suelo berlinés. La sede de su compañía Rocket Internet radica en Berlín, pero también acaba de caer en sus manos, por veinte millones de euros, el complejo de artistas Uferhallen, en el barrio de Wedding.

Los Uferhallen fueron cocheras de los autobuses municipales hasta venderse a un colectivo de artistas, dando lugar a los 19 000 metros cuadrados creativos más famosos de la ciudad. Allí cuentan con amplios estudios para artistas plásticos, cine y danza, y la nave del Salón Piano Christophori, donde virtuosos de fama mundial tocan por tan solo veinte euros la entrada.

Por medio de trampas y coacciones, según nos explica uno de los artistas, que ruega no desvelemos su nombre, uno de los socios se hizo con el control del complejo frente al resto. Así se encontraron, primero con que Adidas se instalaba en la nave principal, y después con la multimillonaria venta a los Samwer.

Los artistas temen su expulsión y una comercialización completa del lugar: «Un precio de compra tan elevado indica que se nos disparará el alquiler», augura nuestra fuente. Su única esperanza consiste en no ceder a chantajes y unirse para, con el posible apoyo ciudadano y mediático, comenzar un largo proceso de negociaciones con los Samwer que evite que los Uferhallen se conviertan en otro shopping mall.

Sin rastro de Tacheles

De cara a la galería, como reclamo publicitario y en un tono opuesto al del polémico memorándum de la Blitzkrieg, los Samwer apelan en la página web de su compañía a una Berlín “vibrante” por su cultura e historia, con toda una “oferta de teatros, cines y escenarios”.

Ese descaro propagandístico, rozando la farsa, se ha convertido en el procedimiento habitual de cara a cualquier operación inmobiliaria en Berlín. El sustento de la especulación sobre terreno berlinés reside en la explotación de las dinámicas artísticas para, a su vez, finalizar con las mismas. Los inversores y compañías, de Google a Trockland, pasando por Zalando —queda por verse qué harán los Samwer con los Uferhallen— y la impulsora del nuevo “Barrio Tacheles” —la estadounidense Perella Weinberg Real Estate— se apropian de las iniciativas que han aportado tan rentable concurrencia a la ciudad, para eludir a posteriori su conservación.

De ahí el premonitorio lema “How Long is now? (¿Cuánto dura el ahora?)«, pintado en la fachada del centro ocupado de Tacheles, donde hoy cincuenta camiones excavan once metros de subsuelo. Sobre la superficie se alzará un complejo de 46 000 metros cuadrados con tiendas, apartamentos y, de nuevo, otro hotel.

Frente a la decepción ciudadana, incluso a nivel internacional, por el desalojo del mítico centro, el inversor se comprometió a integrar un “Museo de lo Moderno” en el plan que ahora coordina el estudio suizo de arquitectos Herzog & de Meuron. A diferencia del diseño del resto del complejo, nadie sabe en qué consistiría aún dicho museo. Se especula con la idea de un hotel para artistas encumbrados, tipo Ai Weiwei. Para averiguarlo, hemos preguntado por correo electrónico al responsable de prensa de Perella Weinberg Real Estate, sin haber recibido aún la respuesta.

Un futuro de luces, ¿o de sombras?

Mientras tanto, no muy lejos de allí, “la cosa parece al fin avanzar rápido”, comenta la encargada municipal Regula Lüscher, en relación a la metamorfosis urbanística de Alexanderplatz. La operación para construir varios rascacielos, ensombreciendo al imponente símbolo del centro berlinés, la torre comunista de la televisión, había sufrido hasta ahora demoras por las protestas y objeciones de varios colectivos.

Sin embargo, el arquitecto Frank Gehry y la promotora rusa Monarch son dos de los primeros que ya parecen tener vía libre para erigir sus torres. Varias más están pendientes de aprobación para su ejecución. Predeciblemente, la idea es surtir a la zona de aún más hoteles, tiendas y oficinas.

En resumen, sobre el mapa, ¿qué nos queda del Berlín original? En el futuro inmediato permanece Mauerpark, también Tempelhof, y veremos el primer proyecto ciudadano para revitalizar el edificio de estadística de la RDA en Alex.

Aún existe Köpi, la casa okupa más importante de Europa, que acaba de celebrar su 28.º cumpleaños. También el patio de la asociación cultural Haus Schwarzenberg y el jardín con huerto vecinal Prinzessingarten. Quedan tesoros de la divina decadencia berlinesa como el salón de baile Clärchens Ballhaus o de la Ostalgie, como el busto de Karl Marx de la Strausberger Platz.

Queda el cielo sobre Berlín. Nos queda más de un verano y quizás su mejor primavera. Esperemos que nunca nadie pretenda su compra. Roguemos porque granito, rascacielos y neones jamás puedan con esa luz verdadera. Que siempre sople el aire valiente de una capital, tan harta como, al fin, libre de sus peores sombras.

Lara Sánchez para Berlín Amateurs © marzo 2018

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