Volksbühne 2017

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El Berlín que desaparece I – La batalla cultural y el fin de Volksbühne

Berlín va perdiendo su encanto como en la historia de Peter Pan, cuando muere un hada cada día y se hace mayor. El viernes 10 de noviembre, se oficia supuestamente el fin del icónico teatro del pueblo o Volksbühne con el estreno del coreógrafo Tino Sehgal y bajo la nueva dirección de un acorralado Dercon (exdirector de la Tate Modern de Londres) entre protestas de más de dos años, e incluso una ocupación de seis días, por el sector creativo más combativo berlinés ante la especulación urbanística o gentrificación.

Tras la esplendorosa reinauguración de la primera ópera, Staatsoper, la exclusiva nueva sala de conciertos Pierre Boulez, la colosal Isla de los Museos prevista para 2023, la reconstrucción del Palacio Real prusiano o la modernización de la Neues National Galerie, (y entre desastres de gestión como el fallido nuevo aeropuerto, con un sobrecoste de más de 4000 millones de euros), las autoridades de Berlín se enfrentan a esta primera, y quizás última, gran batalla de la política cultural en la ciudad, resultante en un rompecabezas de dimes y diretes, e insultos plenos en ira y hasta xenófobos, sin que nadie sepa ya cómo parar esta guerra, de diferentes víctimas y más de un traidor.

¿Qué ha supuesto la gentrificación para Kreuzberg y Friedrichshain? En la segunda parte de este reportaje se explican las graves consecuencias sociales de este proceso. Puedes leerla aquí.

Intelectuales versus inversores

La razón: la sustitución del equipo de los últimos veinticinco años del emblemático teatro Volksbühne am Rosa Luxemburg Platz y su director Castorf, incluso eliminando del nombre la mención a la líder del socialismo alemán Luxemburg, sin consulta alguna al propio público o pueblo berlinés (incluyendo a residentes y espectadores no alemanes, como la artista austriaca afincada en Berlín, Barbara Breitenfellner, que hasta ahora era asidua al templo escénico y hoy nos confiesa no sentirse atraída por la nueva programación).

Mientras, la elegante novelista Sarah Waterfeld, portavoz del colectivo de más de 40 000 firmas contra el cambio, así como de la ocupación del edificio en septiembre llamada “Dust to Glitter (Polvo a la purpurina)”, ya anuncia, en exclusiva para Berlín Amateurs, que su lucha continuará: “Volveremos a ocupar. Han querido destrozar el lugar y con ello a la comunidad en el centro de Berlín anticapitalista. Para mí, los socialdemócratas son criminales, solo quieren hacer dinero con la ciudad”. Volksbühne, nos explica, “hasta ahora representaba un teatro desafiante, intelectual, aunque no te enteraras a veces de lo que quería decir la obra, pero eso es sano, te hace pensar”. Pero Waterfeld insiste en que el lugar “es mucho más que un teatro, es el símbolo antiespeculación y un espacio de comunicación, de encuentro… De hecho, nuestra plataforma de acción no se considera okupa. Somos muchos, académicos, artistas, escritores; no somos unos vándalos…”

Arte para el pueblo, pero ¿cuál?

El Teatro del Pueblo (Volksbühne), nació antes de la Primera Guerra Mundial por suscripción popular. Su espectacular diseño arquitectónico en oval y hormigón se atribuye a Oskar Kaufmann y su primer  director fue el cineasta Max Reinhardt. En la fachada se instaló una inscripción que decía “Die Kunst dem Volke (Arte para el pueblo)”.

Sus primeros años y su emplazamiento corresponden a los del crecimiento de Berlín hacia los barrios obreros como Prenzlauer Berg o Pankow. También los de los refugiados judíos vagabundeando alrededor como “en una avalancha de miseria y mugre”, según el periodista y escritor Joseph Roth, “supervivientes de la Gran Guerra procedentes de Ucrania, Galitzia, Hungría (…) viejos, decrépitos y acabados, amontonados en los barrios del este de Berlín”.

Precisamente hoy, los mismos barrios acogen a un residente antagónico. Como Benjamin, californiano y freelancer internacional del diseño, que lleva tres meses pagando un alquiler de 2200 euros mensuales por 90 metros cuadrados en un loft cercano al teatro. Busca un alquiler permanente “algo más barato” y, de momento, solo ha encontrado un piso por seis meses en Friedrichshain. Ben forma parte de los 40 000 nuevos residentes anuales, de profesiones creativas de alto rango, que no saben alemán ni conocen la escena intelectual berlinesa. Son el público potencial al que las autoridades de la capital parecen dirigir hoy sus iniciativas.

No importa lo “interdisciplinar” y abierto que el nuevo director ha prometido que será el nuevo Volksbühne, ni que las representaciones de repertorio que caracterizaban el espacio hasta el cambio (famosas en la escena mundial, por experimentales y estruendosas), puedan seguir disfrutándose en escenarios de la capital, como el Schaubuehne, que ha iniciado su temporada, precisamente, con una alocada versión de la obra Zeppelin de Ödön von Horváth, a cargo del director mítico de la era Castorf en Volksbühne, Herbert Fritsch.

No es relevante la nacionalidad del nuevo equipo. Tampoco los berlineses contra el cambio se declaran comunistas fanáticos de la Ostalgie (algunos partidarios del nuevo director, belga de nacimiento, han querido desprestigiar a Sarah y los suyos llamándoles “AfD – Alternative for Dercon”, pero lo cierto es que las redes sociales del Volksbühne ya se habían inundado mucho antes de insultos graves de los contrarios, de corte xenófobo, hacia el nuevo equipo).

Los traidores

Quizás lo más relevante es cómo la política abandona a la ciudad y su historia. Berlín está en el corazón del continente europeo. Por muchas décadas ha sido la capital mundial del dolor, y aún hoy la ciudad de las grandes ideas. Denostarlo es algo que, según Sarah, “ni el propio Dercon se esperaba. No creo que imaginara que le utilizan para hacer dinero”.

Pero tampoco la plataforma de Sarah se esperaba que el partido de la izquierda, Die Linke, fuera el mismo que les ha mandado a la policía durante la ocupación del edificio. Fue el nuevo consejero de cultura de Berlín, Klaus Lederer. El mismo que hizo campaña electoral en la emotiva fiesta de despedida de Castorf e incluso participó en un folleto que definía a Dercon como parte del “mundo del arte neoliberal, con actitud de jet set global”. Poco después, el partido obtuvo esa última de las concejalías importantes, la de Cultura, dentro de la coalición municipal gobernante.

Además, no hay que olvidar que el antiguo Volksbühne albergó varias celebraciones en torno a la dudosa figura de Julian Assange y organizó una charla de Varoufakis por el “Plan B” europeo, por la que hoy, contradictoriamente, el propio exministro griego cobra 4000 euros a banqueros, ayudándoles así  a aliviar su conciencia en seminarios privados de varios días y a todo lujo.

El futuro

El nuevo director tiene un contrato de cinco años. Cancelarlo costaría entre cinco y ocho millones de euros. El espectáculo debe continuar, y de modo “más abierto que nunca”, nos cuenta Marina Prados. Ella llegó al grupo joven de teatro del Volksbühne, el conocido como P14, en el último año del director relevado, y está siendo testigo del cambio desde antes del verano.

En marzo estrena junto a Paula Knüpling, HERE, un espectáculo simultáneo entre Berlín y Barcelona. Marina grabó durante la ocupación de seis días el documental testigo de cómo los que protestaban “en realidad no hablaban de teatro”, comenta. “Tenían una energía destructiva y muy caótica. No mostraron consideración a los trabajadores del teatro, los cuales han sufrido muchísimo. Rechazaron la oferta de Dercon de tener y programar una sala del Volksbühne porque lo querían todo, pero no supieron qué responder cuando les pregunté por su proyecto global para el espacio”.

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“En realidad al Volksbühne le hacía falta un cambio” opina Prados. “Castorf era director absoluto, el más longevo en un escenario público, estaba estancado”. Por eso, el futuro, según ella, es esperanzador: “Dercon va a traer muchísimos artistas potentes y muy interesantes ideológicamente, hasta de género, y de izquierdas, como Susane Kennedy, que Castorf no programaba. También se está notando en una mejora de las condiciones en todo el espacio. Se puede hacer una labor de enganche entre pasado y futuro. Sin miedo al cambio. Y yo veo que el que se supone es (Dercon) más liberal o conservador está siendo más de izquierdas que los que se han marchado o protestan”.

Curiosamente, la apertura del Volksbühne en 1914 tuvo que retrasarse inesperadamente  al estropearse el mecanismo de giro del escenario en la misma noche del estreno. Parece que un fantasma travieso reina en el edificio hasta hoy. Esperemos que el fin de semana del 10 al 12 de noviembre, uno de estreno para una nueva etapa, las acciones de Tino Sehgal con textos de  Samuel Beckett, que se desarrollarán por todo el edificio, logren exorcizar o al menos contentar a ese espíritu juguetón del escenario del pueblo.

Lara Sánchez para Berlín Amateurs © noviembre 2017
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