Al campo de prisioneros de Sachsenhausen se entraba por la torre A y se salía por la estación Z.
El campo de concentración, con sede en las afueras de Oranienburgo –a unos 35Km al norte de Berlín-, es hoy una fundación que pretende divulgar y mantener vivos los horrores del nazismo. No era un campo de concentración destinado únicamente a judíos, si no más bien orientado a personalidades políticas disidentes y a parias sociales en general. Muchos de los edificios son reconstrucciones en las que se puede comprobar cómo llegaron a dormir 400 personas en un mismo barracón, cómo hacían sus necesidades o se duchaban en letrinas inmundas, cómo los vestían con un uniforme de franela a rayas verticales azules y grises, cómo los clasificaban con triángulos –forma geométrica que también disponía el campo de prisioneros- de colores según su estrato (a los homosexuales les otorgaban el rosa, a los judíos el amarillo, así hasta llegar a 18 tonalidades), cómo eran las celdas de castigo, cómo eran los instrumentos de tortura, el patíbulo, la fosa de fusilamiento, las cámaras de gas o el crematorio. Todos los elementos necesarios para despojar a una persona de su identidad y de su vida en última instancia, o casi desde la primera. ¿Fue realmente tan horrible? Mil veces peor.
En todo momento, uno podría imaginarse siendo observado por las almas de todas esas víctimas que aún deben vagar por aquí. Atrapadas en una muerte horrible. Sin escapatoria después de la vida. Después de la muerte tampoco. Se suponía que Sachsenhausen era un campo de trabajo, no de exterminio.
Al campo de prisioneros de Sachsenhausen se entraba por la torre A y se salía por la estación Z.
Construido en 1936 tras el nombramiento de Heinrich Himmler como jefe de la Policía alemana, este campo de concentración geométricamente pluscuamperfecto, plasmó arquitectónicamente la imagen del nacionalsocialismo. Aquí se entrenaba al personal de otros campos. Entre 1936 y 1945 fueron más de 200.000 los prisioneros recluidos. Enfermedades, trabajos forzados, malos tratos, hambre o víctimas del exterminio entre las causas frecuentes de mortalidad. Una vez aquí, descubierta la realidad desgarradora, todos los pequeños demonios cotidianos –el tirano de tu jefe, tu vecino quisquilloso, tu compañero de trabajo insufrible- parecen más… soportables.
Se trata de un centro didáctico abierto que incluso puede ser usado para jornadas de trabajo, congresos y conferencias ofreciendo para ello alojamiento. Un sistema de señalización informativa dirige al visitante a través de la amplitud del recinto. Trece lugares de exposiciones históricas. Treinta y siete puntos recogidos en una audioguía disponible en castellano, alemán, inglés y francés en el Centro de Información al Visitante. A este Lugar Nacional de Recuerdo y Conmemoración –así se llama, inaugurado el 22 de abril de 1961- se debe acudir en buena forma física y sobre todo emocional. Por muy ejercitado que esté tu optimismo o por muy elaborados e ingeniosos que sean tus recursos humorísticos –los necesitarás, en cualquier caso, a ambos-, no será suficiente. No es una excursión turística más ni una aventura lúdica con la que ilustrar tu álbum de fotos o rellenar la cinta de tu flamante cámara de vídeo. No es un lugar al que uno quiera regresar. Ni siquiera mentalmente. Pero es una experiencia que no se debe olvidar. Ni repetir. Una energía extraña te impulsa a querer abandonar el lugar en cuanto acabas de poner los pies en él. Durante aproximadamente dos horas, vas a tener que hacer un ejercicio de reanimación constante. Aquí no valen las medias tintas in las imágenes edulcoradas.
Sin embargo, los encargados de llevar a cabo los planes de este proyecto no optaron por mantener las construcciones originales que todavía existían cuando llegaron aquí. En su lugar, levantaron un complejo conmemorativo que pretendía simbolizar la victoria del antifascismo sobre el fascismo, en el que se incluían solamente ciertos restos de edificios y algunas reconstrucciones. Quizá la sensibilidad del público no estuviera preparada para asestar el horror original o quizá los responsables de la ejecución del proyecto lo hicieron por meros y preventivos cuidados paliativos. Hasta su desmantelamiento en marzo de 1950 y desde 1948 –curiosamente después de la guerra se usó con las mismas funciones como campo de prisioneros vinculados al nazismo, denominado Campo Especial Soviético, donde los cazadores fueron finalmente cazados-, por este campo de concentración pasaron unos 60.000 prisioneros, de los cuales, al menos 12.000 murieron por enfermedad o desnutrición.
Al campo de prisioneros de Sachsenhausen se entraba por la torre A y se salía por la estación Z.
El Centro de Información recibe al visitante. A continuación, una maqueta del campo muestra la totalidad del complejo, destacando el recinto en su plano de triángulo isósceles. El recorrido prosigue a través de Lagestrasse –calle principal del campo- y la comandancia hasta llegar al campo de prisioneros al que se entraba por la Torre A, flanqueada por la franja de muerte, una alambrada eléctrica y el muro del campo. ‘Arbeit macht frei’, frase forjada asociada al horror que nos ocupa, daba a los prisioneros –y ahora también a los visitantes- una ambigua bienvenida desde la verja. En la pista para probar botas, los prisioneros asignados al comando de castigo tenían que marchar continuamente sobre este terreno que servía para probar la resistencia de las suelas de las botas fabricadas para el ejército. En los barracones 38 y 39 –todavía en pie- se hacinaban los judíos. En ellos se ilustra la vida de los prisioneros judíos en el campo de concentración de Sachsenhausen mediante material audiovisual. En las fotos, caras donde la piel se hundía formando cavidades sombrías. Completan el recorrido el paso por el patíbulo, por la lavandería y la cocina de los prisioneros, por el obelisco conmemorativo –monumento central de 40 metros de altura-, por la fosa de fusilamiento. Encontramos rosas estratégicas en todas partes. Hasta llegar a la estación Z: el crematorio.
‘Huele a muerto’, dijo mi acompañante, paralizada al llegar a la fosa de fusilamiento. Aquella frase me sobrecogió. Un escalofrío recorrió cada centímetro cuadrado de mi piel. ¿Cómo podía distinguir ella aquel hipotético olor en un espacio completamente abierto y sobre todo algunas décadas después del horror? Sea lo que fuera lo que ella percibió, por irracional que parezca, lo admití como verdadero. Al campo de prisioneros de Sachsenhausen se entraba por la torre A y se salía por la estación Z en forma de cenizas y humo cuando los cuerpos torturados eran finalmente calcinados. Víctimas exentas de final feliz. Ésa era la broma de rigor imperante entre los funcionarios de la época que allí desempeñaron su labor. No tiene gracia.
Más información, horarios de apertura y accesos desde Berlín en:
www.gedenkstaette-sachsenhausen.de
Entrada gratuita
Redacción Berlín Amateurs © 2010
© CAI
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