Klaus Wowereit ha cambiado de chaqueta. Berlín ya no quiere ser pobre, sino pretenciosa sin dejar de ser sexy. Lo de “Arm und Sexy”, consigna que él mismo acuñó en una entrevista televisiva en 2004, le debía oler ya a humedad. El lema ha evolucionado. “Reich und Sexy”. Desde unas postales promocionales de la ciudad/SPD se leía hace unos meses en el reverso: “Berlín no ha sido nunca rica en dinero, sino rica en ideas, creatividad, agarre, trabajadores luchadores de todo el mundo, rica en oportunidades, humor (sic), educación y rica en una cultura única. Así se ha visto enriquecerse a Berlín en los últimos años… Y somos sexy de todos modos”. Lo firmaba el alcalde-gobernador de Berlín.
La tierra prometida se está convirtiendo en una falsa promesa o en una promesa rota. En Neverland no cabe ya ni un insensato más. Aunque sigue siendo muy atractiva para artistas y clubbers de todo el mundo, el Berlín que los berlineses (difícil determinar quiénes son exactamente) adoraban, por lo visto, se está desvaneciendo. Aunque la gentrificación y todos sus demonios proceden de un plan estructural como estrategia política del gobierno de la ciudad, se busca a otros culpables del ruido, de la basura (¡el problema no es la basura en sí, sino el pésimo servicio de limpieza pública!), y del incremento de la renta. Y los tienen: los turistas irresponsables (easyJetsetters) y los residentes extranjeros.
Víctimas del capitalismo y de la lógica del libre mercado, no de los turistas
La gentrificación es un fenómeno común a todas las grandes ciudades del mundo que en Berlín toman como problema local exclusivo que es convertido hábilmente en arma arrojadiza contra los que ellos creen responsables de la progresiva subida del coste de la vida en esta ciudad: turistas y extranjeros residentes en Berlín. Un revuelo que sólo intenta ocultar otros motivos, los más serios, del problema: intolerancia y xenofobia. Que detengan el tiempo. Que construyan sobre la ciudad una campana de cristal. O que levanten otro muro; el sistema capitalista no se parará.
Gentrificación es un término que viene a significar aburguesamiento y se utiliza desde la segunda mitad del siglo XX, no es nada nuevo. En este fenómeno entra en juego la reestructuración del espacio urbano a consecuencia de la trasformación productiva y social (esto es, económica y demográfica) generada por el capitalismo actual que incide en el incremento de los precios y el desplazamiento de clases sociales y marca el crecimiento, declive y revitalización de las zonas metropolitanas.
Es lo que se conoce como el ciclo de vida de los barrios, teoría respaldada por el geógrafo Neil Smith. Una metrópoli supone agitación, cambio y movimiento. Nadie acude a las ciudades en busca de paz, tranquilidad, seguridad y comodidad. La gentrificación no es buena ni mala; es, ha sido y será.
Una lanza a favor de los turistas y extranjeros en la cruzada de la gentrificación
Sepan ustedes que el 60% de los turistas que anualmente visitan Berlín son alemanes y no españoles o italianos, que aquí se suele pasar por alto la migración de alemanes de otras regiones de Alemania a Berlín para prestar mayor atención a los procedentes de los Südländer (unas 12 mil personas emigraron a Berlín en 2011 de las que aproximadamente la mitad eran alemanes de otras regiones del país), que el término “extranjero” también debería incluir nacionalidades como la inglesa, la francesa o la americana, que a Alemania siempre le ha gustado mucho hacer diferenciaciones tipo, de ahí que para este país existan 2 Europas en lugar de la única: la Europa (del norte) que ellos capitanean y los Südländer, los países del sur (también conocidos de manera despectiva como los PIGS, ya sabemos todos cuáles son) que pisotean.
No pierdan de vista que la culpa de la gentrificación no es de los turistas ni de los extranjeros, meros monigotes al servicio de los gobernantes de turno, a su vez meros monigotes al servicio de los inversores o mercados de turno.
Tengan en cuenta que los berlineses respetan más al Ampelmann rojo que a los extranjeros; que, aunque se supone que debería haber de todo, coincidencias de la vida -porque quiero autoengañarme y creer que verdaderamente es fruto de la casualidad…-, siempre tropezamos con los que son abiertamente racistas, repugnantes, sádicos, abominables, hostiles e intolerantes, sólo que son también más hábiles (a veces) y apoyan sus argumentos en teorías de pensadores como Enzensberger –quien como el papa Benedicto XVI en su día militó en las juventudes hitlerianas, por cierto-, como ya hicieron hace unos meses 2 periodistas locales en un extensísimo reportaje publicado en Spiegel Online, de corte abiertamente antiturista/antiextranjero que logró una envidiable ovación en las redes sociales que ya quisiéramos para nosotros.
Exberliner: Stop blaming foreigners!
Sin embargo, era Exberliner, medio menor, aunque de gran alcance entre la comunidad angloparlante de Berlín también gestionado por expatriados, quien hurgaba de manera seria ya en mayo de 2011 en el trending topic berlinés por antonomasia: la gentrificación. Exberliner se adentraba entonces en la fisura hasta localizar con pinzas quirúrgicas rastros de la metralla.
Un gran artículo que nadie se molestó en considerar en el que con argumentaciones, datos y pruebas contrastadas se venía a proclamar, poco más o menos, que ya estaba bien de culpar a los extranjeros de la subida de los precios, de lo que es solamente responsable el gobierno, que con sus políticas restrictivas no permite que la ciudad crezca urbanísticamente al mismo ritmo que lo hace su población.
Se restringe la oferta y la construcción de nuevas viviendas y se desprotege a los ciudadanos ante el aumento de los alquileres, que es precisamente lo que quiere Wowereit o el titiritero mayor que apuntala sus hilos, por mucho que ahora se saquen de la manga un fondo de un millón de euros para proteger a los clubs de la ciudad víctimas de la gentrificación, en cuyas puertas proscriben precisamente a turistas y a extranjeros…
¿Qué autenticidad? ¿La identidad de Berlín en peligro? ¿A quién pertenece Berlín?
La gentrificación es imparable, no la avivan los medios de comunicación ni las redes sociales, ni los ingenuos turistas, ni todos los que tienen una habitación en alquiler en Airbnb, que antes de que irrumpiera internet y estos tinglaos, también existía. Las ciudades simplemente siguen su ciclo natural de evolución: la gentrificación es una de las paradas. El turista no destruye lo que persigue sino que acude allí donde es sugestionado a ir por alguien que realmente quiere destruir lo que al turista y al resto de la humanidad quiere hacer creer que persigue. Inversiones, especulación, mercados, dinero.
Lo que realmente da miedo no es la gentrificación en sí misma, sino constatar cada día como desde los medios de comunicación serios y respetables alemanes e internacionales o desde la opinión de un ciudadano de a pie ya sea alemán o extranjero, se usa la gentrificación como eufemismo para encubrir lo que en realidad es más peligroso: xenofobia. Habría que determinar quién y en qué medida exacta le dio la identidad a una ciudad internacional donde el 15% de la población es extranjera. Berlín es de aquel que aquí decida instalarse, no de 4 cretinos oportunistas que esgrimen panfletos que no tienen ni pies ni cabeza.
Turistas, extranjeros. Somos sólo actores pasivos, quizá víctimas, del engranaje de la gentrificación que nosotros no manejamos ni frenaremos. Y mientras se critica a los extranjeros se pasa por alto que esta ciudad es precisamente lo que es gracias a ellos/nosotros, que nuestras energías, ideas, iniciativas y propuestas cada vez son más notorias en el marco sociocultural de la ciudad, que ya es hora de sacudirse el sambenito del Hartz IV y del turista/residente fiestero. ¡Y que no nos engañen!: somos nosotros, los extranjeros, los que verdaderamente hacemos que esta ciudad sea en realidad tan especial.
Daniel Zimmermann para Berlín Amateurs © mayo 2012
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