La novela por entregas de BA
Una historia de ficción. Por Daniel Zimmermann
—Bienvenido a funnyJet, le atiende O…, ¿en qué le puedo ayudar hoy?
—Buenas tardes, quería hacer una consulta porque la verdad es que estoy bastante preocupado.
—Adelante.
—Tengo previsto volar con su compañía el próximo doce de junio desde Madrid a Casablanca, volviendo el catorce. El problema es que el vuelo de Casablanca sale a las trece treinta y llega a las catorce veinte. Pero la vuelta despega a las catorce veinte y llega a las diecisiete cero cero. En el momento de la compra no me especificaron que tuviéramos que hacer una escala en ninguna parte, así que estoy bastante furioso con todo este asunto. ¿Me puede ayudar, joven?
—Verá, le informo. Ninguno de nuestros vuelos realiza escalas. Simplemente se trata del cambio horario en Marruecos. Tenga en cuenta que allí y en verano hay dos horas menos respecto a España, de ahí su, bueno, la confusión.
—Ah, pues no tenía ni idea. Pues nos deberían ustedes haber informado.
—Nosotros informamos puntualmente a todos nuestros clientes acerca de los horarios locales de nuestros vuelos. No es nuestra función instruir a los usuarios de funnyJet en cuestiones de cultura general respecto a los husos horarios. Gracias por llamar a funnyJet, buenas tardes. Y feliz vuelo.
***
OBJETOS PERDIDOS. Todos, absolutamente todos los objetos encontrados en un avión después de desalojar un vuelo eran depositados en el departamento de objetos perdidos del aeropuerto de destino. Ésa, al menos, era la teoría que debíamos comunicar.
Por favor, no pretenda hacernos responsables absolutos de sus descuidos, porque después de todo, ¿quién nos garantiza a nosotros que no perdió usted su cámara digital recién estrenada, su Ipod touch, sus gafas de sol de valor incalculable, su cartera de piel cara y de marca con toda la documentación y un buen fajo de billetes cuya cuantía era cuando menos sospechosa, su teléfono móvil última generación, los documentos profesionales de la carpeta azul importantísimos, su cuaderno de viajes de gran valor sentimental, el jersey rosa de su hija minusválida…, en cualquier otra lugar antes de que pusiera usted un pie delante del otro en nuestro avión?, ¿acaso puede probarlo?
Misteriosamente, independientemente de la naturaleza de los objetos perdidos, estos rara vez aparecían, lo que volvía interminable la cacería sin piedad que se desataba entre los clientes y nosotros, un método de comportamiento reiterativo, un loop de esos de naturaleza interminable, una espiral, atrapados en un patrón repetitivo que reconocíamos como tal y que te sacaba de quicio desde el momento cero. Ya sabes, complicamos a propósito las cosas más simples para que todo dure.
OCHOCEROSIETE (807). Línea a la que se debía llamar para cualquier consulta. funnyJet es una compañía low cost, así que ¿cómo puede pretender que dispongamos de una línea gratuita?, ¿de dónde cree usted que salen nuestros beneficios? Desde luego no de los 18,99€ que le ha costado su vuelo, cuyo importe no valdría ni para cubrir los gastos de siete mililitros —envasados al modo de las muestras de perfume que, ustedes, seguro conocen— de carburante.
Los beneficios que generaba un vuelo de funnyJet lleno de pasajeros ascendían a trescientas libras, esto es, sin contratación de maletas, ni servicios extras, ni venta a bordo y una vez había sido pagada toda la tripulación. Echa cuentas.
Es un planteamiento de pura lógica aplastante, así que por favor, un poco, sólo un poquito de sentido común. Si ustedes colaboran, nosotros haremos el resto. Sí, ya sabemos que el resto de líneas regulares y las empresas decentes disponen, en la mayoría de casos de líneas novecientos, novecientos uno o novecientos dos que comparten en última instancia los gastos de las llamadas.
Pero no precisamente es ése nuestro caso. Y usted debe ajustarse a lo que nuestra compañía le ofrece en estos momentos. Y si no quiere malgastar tiempo, y por lo tanto dinero, despotricando acerca de lo fuerte que le parece lo que cobramos por el minuto de llamada, aligere trámites y vaya directamente al grano. No se haga usted solito la cama, por favor.
OCU. Organización de Consumidores y Usuarios. Organismo oficial sin autoridad ni fundamento —desde nuestro humilde, aunque activamente experimentado, punto de vista— al que todos apelaban como si se tratase de Dios o de una de las grandes fuerzas indómitas de la naturaleza que nada o muy poca resistencia oponía ante nuestra soberana desfachatez.
A la OCU enviábamos los mismos textos predeterminados que en su momento habían servido para solucionar el incidente del reclamante que ahora se ponía en manos de este organismo de escasa y dudosa autoridad. El eterno retorno. El fenómeno cíclico de la reclamación que nunca se acaba. El loop, la espiral, la repetición de un patrón estúpido hasta el infinito.
Era necesario estar dado de alta y pagar las cuotas pertinentes para que la OCU tomara en consideración cualquier queja. Ciertamente, había gente realmente obstinada en una resolución que jamás obtendrían. Una pena que no supieran dirigir toda aquella rabia y decepción acumuladas, toda la inversión de energía y dinero hacia otros menesteres sencilla y llanamente más productivos. Y por mucho que los dirigentes de la organización aparecieran cada dos por tres en los medios de comunicación animando a los españoles a la reclamación, bien sabían ellos y los españoles que reclamar en funnyJet no servía absolutamente para nada.
OMIC. Oficina Municipal de Información al Consumidor. La versión municipal y democrática de la OCU que obtenía idénticos resultados. Ya sé que esta entrada se queda muy pobre con tan pocas líneas, pero es que no hay nada más digno de ser mencionado.
OPEN AIR PARTY. En inglés en el original. Lo mejor del verano berlinés cuando el sol hacía acto de aparición. Y gratis. Berlín. Donde lo general se volvía particular. Donde las sensaciones tenían una agudeza que no eran de este mundo. Donde la frontera infranqueable de lo desconocido se tornaba accesible, insultante, desafiante, abierta de par en par. Una pizarra borrada en la que se escribía una nueva lección cada día. Una ciudad que golpeaba con más fuerza cada vez, y golpear aquí no es una metáfora. Berlín, nuestros mordiscos a la manzana; el lugar donde todo ocurría.
El verano prematuro, las temperaturas permisivas, la atmósfera propicia, el tono de azul adecuado que separaba a un cielo verdadero —el real— de otro cielo terrenal —Berlín, un edén al fin y al cabo, del que unos pocos participábamos—, multiplicaban las posibilidades de ocio en una ciudad de por sí abastecida, casi saturada en menesteres tales. Cuando el sol —bien escaso en Alemania—, la bicicleta, la manga corta, el pantalón remangado y la sonrisa permanente parecía que habían transformado el ánimo berlinés con la intención de instalarse, era el momento de acudir a fiestas clandestinas convocadas al aire libre. De alguna manera, o de la misma manera de siempre, había que olvidar nuestro paso aquella semana por el trabajo. Siempre había una fiesta en la que uno siempre podía olvidarse de algo.
www.restrealität.de era el sitio web más popular, el más ambicionado. Para acceder al registro de esta página exclusiva —que tanto hacía por el ocio de la ciudad— y a su valiosa información, era imprescindible que uno de sus miembros te invitara. Solían anunciar de antemano la fecha y el lugar exactos de la celebración de fiestas al aire libre. Para evitar saturaciones de público y fastidiosas presencias policiales, ciertos datos relevantes como la ubicación, no eran desvelados hasta el mismo día de la fiesta.
Si la celebración tenía lugar al aire libre, era necesario abastecerse de factor solar dependiendo de la resistencia epidérmica de cada cual; de cerveza en un punto de los alrededores ya localizado de antemano (o contribuir con los precios que allí se estipulaban, cuando se habilitaba alguna barra espontánea expendedora de bebidas no demasiado frías, por cierto); de una actitud jovial y claudicar ante la conciencia del reciclaje bolsa de basura en mano (no olvidar que al fin y al cabo se estaba en un parque y no en un garito); el teléfono móvil para avisar al resto de amigos —si uno es prolífico en ellos—; día libre al día siguiente, pues asistíamos a una poderosa y grandilocuente víspera de nada; gafas de sol y complementos ad hoc ( un mechero convertido en abridor de cervezas nunca estaba demás).
Y lo que se podía encontrar aquí: una eclosión contracultural estandarte de la juventud exponente de la escena alternativa sin demasiadas intenciones de poner la venda antes de la herida; sin mucha prisa por forjarse una identidad equivocada, un porvenir asfixiante no exento de alienación. Seres jóvenes aún no instalados, no atrapados en la cotidianidad, en la monotonía inevitable que algún día dominará sus vidas.
ÓSCAR. Presumía de estar casado desde hacía diez años, esto es, tenía veintiocho por aquel entonces, de su tupé y de su banda de rock estilo Elvis años cincuenta. Y ya os podéis imaginar el resto: tupé engominado, rosal tatuado en el antebrazo, jerseys de rayas a millares (la cantidad de jerseys y las rayas), pantalones chinos y zapatos de suela gorda.
Las pocas conversaciones que llegué a cruzar con él trataban acerca de las marcas de colirio que solíamos probar de vez en cuando; ambos padecíamos de rojeces en el lóbulo blanco del ojo que se acentuaba trabajando frente a un ordenador. No tenía mucho que decir, quizá por eso era solista en su banda de rock. Uno siempre debería saber cuándo es el momento adecuado para llevar la voz cantante. Y por eso le admirábamos. También en secreto, por supuesto.
OSSIE. En alemán en el original. Siempre me jacté de ser un chico de Berlín este, aunque en realidad, geográficamente había nacido un servidor en África y mis rasgos poco tenían que ver con los caucásicos. Ossie era un término despectivo que se usaba para calificar a los alemanes originales de la RDA. En contrapartida, teníamos Wessie, conceptos que hacían alusión a los habitantes del este y del oeste respectivamente.
Vivir en Berlín este impactó en mi personalidad, en mi actitud frente a la vida, en mi visión de las cosas y en mis hábitos de consumo de alguna manera. Al principio inconsciente, asimilada por un mimetismo involuntario de lo que veía a mí alrededor: vestimenta básica y descuidada, tatuajes y piercings, gente joven y despreocupada, punkis con su perro de toda la vida, gente rebelde e insatisfecha —aunque a veces de una pasividad insultante— cuya conciencia social anti-sistema cantaba a la legua.
No es que me convirtiera en una réplica de Kurt Cobain, pero muchos hábitos de consumo que me habían acompañado durante toda mi vida se desvanecieron por arte de magia desde que residía en Friedrichshain. Siempre mantuve mi fondo de armario, pero podían transcurrir meses sin que me comprara nada nuevo. Esta austeridad no sólo afectaba a los precios sino también a los estampados y a los colores: pasé de motivos estridentes que dañaban la retina a la neutralidad de los tonos lisos.
Lo mismo ocurría con la comida. Me convertí en un adicto a los supermercados descuento, una de las modalidades low cost de consumo alimenticio más asequibles en Alemania, en los que los precios eran más bajos que en los supermercados tradicionales. La baja en el precio de los productos se debía a que reducían al máximo los costes de almacenamiento y manipulación de la mercancía, generalmente, productos de marca blanca.
Para lograrlo, los artículos se exponían al público, directamente en su embalaje original y se buscaban los productos más baratos dentro del mercado global. De igual forma, el personal, la decoración, el mobiliario y la publicidad en el interior del lugar, se limitaban a lo mínimamente indispensable.
La segunda mano se convertía entonces en una de las modalidades de consumo más atractivas que, en Berlín, abarcaba cualquier cosa: electrodomésticos, bicicletas, artículos de electrónica, muebles, ropa, fontanería. Muchas de esas tiendas contemplaban la posibilidad de compra-venta, sobre todo en Berlín este. Digamos que sólo despilfarraba con mano pródiga en la compra de drogas y alcohol.
OSTALGIE. En alemán en el original. Ostalgie era un término alemán acuñado para referirse a la nostalgia de la vida en tiempos de la antigua República Democrática Alemana. Una metáfora surgida de la unión de dos términos alemanes: Ost y Nostalgie (este y nostalgia, respectivamente). Añoranza de aspectos de la cultura y el día a día que desaparecieron tras la reunificación, cuando las marcas comerciales de la RDA se esfumaron de las tiendas para ser sustituidas por productos capitalistas. Y con las marcas, una actitud, una ideología, un modo de vida. Películas como Good Bye Lenin! son estandartes de esta melancolía nostálgica en su vertiente naïf y bienhechora.
Mil artículos de prensa y otras tantas guías de viaje hacían alusión a este fenómeno como un rasgo especial y distintivo —siempre potenciando su lado positivo—, como signos de supervivencia y rebeldía asociados a la desaparición de la RDA. Pero no nos olvidemos de otros aspectos negativos provocados por la misma caída del socialismo en Alemania: tasas de paro y alcoholismo preocupantes y la radicalización de algunos grupos de extrema derecha cuyos miembros eran jóvenes herederos de aquellos padres Ossies alcohólicos que se quedaron sin empleo y sin posibilidad alguna de reinserción laboral.
Berlín podía ser muy cosmopolita desde una visión puramente superficial si no se traspasaba ciertas fronteras físicas, territoriales, prohibidas para cualquier extranjero. Siempre oíamos historias espeluznantes que tenían lugar en barrios como Lichtenberg o Marzhan —no tan lejos de los barrios neurálgicos de la ciudad—, donde nunca nos atrevimos a poner un pie si estábamos solos.
OULET. En inglés en el original. Petersmann estaba tan bien relacionada con otras empresas, quién sabe si de su propiedad, que beneficiaba a sus empleados con descuentos especiales en algunos outlets que proveían de moda joven street wear a los que quisieran aprovecharse de ellos.
No fueron pocos los que frecuentaban estas naves —desprovistas de sistemas de seguridad— repletas de ropa más barata que en las tiendas, pero no para comprarla sino para robarla. Comprábamos unos vaqueros y una camiseta, pero nos llevábamos puestas otras cuatro camisetas y más de un complemento, amén de lo que cupiera en la bolsa.
Y, claro, eso sólo podía ser en invierno. Eran nuestros mordiscos a la manzana. Digamos que así restábamos liquidez a nuestra plusvalía sintiéndonos acreedores absolutos de lo que mangábamos. Creíamos en un mundo justo e igualitario. Y hacíamos lo que estaba en nuestra mano para conseguirlo.
OVERBOOKING. En inglés en el original. El temor principal de los pasajeros, compartiendo posición de ranking ex aequo con los retrasos y las cancelaciones, intuimos, desde la más subjetiva de las percepciones, pues esta opinión no es fruto de ningún sondeo. ¿A quién le interesa la opinión pública —como ciencia social— cuando podemos echar mano de la opinión personal?
El overbooking o venta de billetes por encima de la capacidad del avión, se sustentaba en análisis de probabilidades, en pronósticos con base matemática —y por lo tanto científica— que cuantificaba la cantidad de asientos pagados que se quedarían libres en cada vuelo. Aunque las matemáticas son una ciencia exacta, todos sabíamos que los overbookings se terminaban produciendo tarde o temprano.
¿La excepción que confirma la regla? A los afectados se les prometía una compensación de doscientos cincuenta o cuatrocientos euros —dependiendo de la distancia entre los destinos—, y otro vuelo para la misma ruta en cuanto hubiera disponibilidad. La indemnización no era pagada en el acto sino algunas semanas —y eso con suerte si no se convertían en meses— después. La indemnización nunca era pagada si el afectado estaba acreditado a recibirla, pero no la solicitaba.
La demora en el pago no era fruto de un maquiavélico plan para minar la paciencia y las expectativas de los usuarios afectados como común y vulgarmente suele pensarse que actúan los departamentos de atención al cliente en cualquier empresa. No era nuestra misión dilatar hasta el infinito una resolución de un caso —aunque teníamos nuestras tretas vengativas para según qué casos especiales—, así que desbaratamos de este modo una de las creencias populares, una leyenda urbana más, extendida entre los consumidores de cualquier tipo.
fuunyJet tenía su sede en Londres y sus departamentos de atención al cliente estaban repartidos por Alemania, India, Polonia y Marruecos en aquel momento. En estos casos, los responsables de ALO (Airport Liassons Airport) debían cumplimentar una lista en la que los afectados por overbooking debían figurar para que nosotros pudiéramos finalmente pagar la compensación que establecía el reglamento de la UE. Como vulgarmente también suele decirse, pues nosotros también éramos en ocasiones vulgares: las cosas de palacio van despacio.
OVERWEIGHT. En inglés en el original. Nunca creímos que un avión pudiera tener problemas de sobrepeso hasta que trabajamos para funnyJet. Y lo cierto es que entre nosotros, pocos eran los que se englobaban en la categoría de peso ideal.
Incluso había una señora del equipo inglés, por mencionar tan sólo a una de la plantilla, que renunció a su envidiable puesto de trabajo en funnyJet, por el simple hecho de que durante los seis meses que aguantó, no pudo conseguir que le asignaran una silla que sencillamente le permitiera reposar la inmensidad de aquellas carnes que hubieran contribuido a saciar el hambre, al menos en alguna pequeña región de Somalia durante muchos días si ella hubiera consentido el sacrificio.
Aquella mujer tenía que hacer verdaderos ejercicios malabares para insertar toda su carne trémula entre los reposabrazos de la típica silla estándar de oficina. Después de todo, la chica en cuestión era maja, que es lo que suele decirse para enmendar con cierta ternura encubierta la crueldad sin piedad contenida en las líneas anteriores.
Volvamos al tema de discusión verdadero. El sobrepeso en un avión actuaba a efectos reales como un overbooking: un cierto número de pasajeros tendría que quedarse en tierra afectados por este contratiempo inesperado. Generalmente, cuando el avión registraba complicaciones técnicas de algún tipo, por ejemplo, que una de las puertas tuviera problemas de cierre, la reducción del pasaje era inevitable. Indemnización y otro vuelo posterior en la misma ruta, actuaba como recompensa para los afectados.
OWEN. Su osamenta daba escalofríos. Sus preocupantes piernas famélicas eran dignas de observación, aunque no de deseo. Pensábamos que iba romperse en dos en cualquier momento. Era inevitable imaginárselo desnudo y nos preguntábamos qué textura tendría realmente la carne casi inexistente de su culo inexistente. Todo él era pura estructura ósea.
Owen trabajaba en el equipo inglés, primero como agente, más tarde como coach. Parecía un tipo simpático, otro de nosotros con aspiraciones que pujaba por marcharse de allí, pero nunca lo conseguía. Hacía sus pinitos como fotógrafo de moda. Y otra vez cuestionándonos hasta qué punto un trabajo te atrapa cuanto más lo detestas. Como una mujer maltratada que en lugar de huir a un centro de acogida, de denunciarlo a la policía, vuelve a casa a por más.
A pesar de todo, Owen poseía aquella elegancia distinguida tan inglesa hasta cuando llevaba camisas de cuadros de franela que, en realidad, era prácticamente lo único que vestía, si es que no era siempre la misma. Un chico cordial, también reservado.
***
Ya escribimos para preguntar por los vuelos de Sevilla a Londres. ¿Cuánto tardáis en contestar a estas preguntas? ¿Se va a casar mi hermana antes de que me contestéis o qué?
Fátima López
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Estimada Sra. López:
Gracias por contactar con nosotros.
Lamento comunicarle que de momento no operamos ni existen planes de operar ninguna ruta desde Sevilla.
Generalmente, respondemos a nuestros clientes en un plazo máximo de 48 horas. A usted sin embargo, le respondemos 15 horas después de que haya formulado su pregunta.
Atentamente
Óscar Prat
funnyJet Atención al Cliente
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Pues muy bien señor Prat, señores groseros los hay en todos lados. Buscaremos otra compañía para volar que atienda mejor a los clientes.
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Estimada Sra. López:
Gracias por contactar con nosotros.
No sabemos a qué grosería apunta usted, a menos que se refiera a su propia intervención. En cualquier caso, lo de buscar otra compañía no es aquí una alternativa viable en sí misma —pues no les queda otra opción— respecto a nuestros servicios. DEBEN ustedes volar con otra compañía desde Sevilla porque nosotros, sencillamente, no operamos ninguna ruta desde esa ciudad. ¿Ha quedado claro?
Atentamente
Óscar Prat
funnyJet Atención al Cliente
Una historia de ficción que podría ser increíblemente real. Por Daniel Zimmermann
CONTINUARÁ…
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