La novela por entregas de BA
Una historia de ficción. Por Daniel Zimmermann
—Bienvenido a funnyJet, le atiende H…, ¿en qué le puedo ayudar hoy?
—Quería hacer una consulta, por favor.
—¿De qué se trata?
—Quería saber qué tenemos que hacer para transportar doscientos litros de leche hasta Bulgaria volando desde Madrid.
—Si desea facturarlos, tenga en cuenta que cada pasajero podría facturar veinte kilos. Cada kilo que sobrepase el peso permitido le costará a usted quince euros.
—¿Y cuánto tendría que pagar en total?
—Tendría que saber primero cuántos pasajeros vuelan en la misma reserva y cuántas maletas han reservado ustedes previamente para facturar.
—Pues dos.
—En ese caso, pueden ustedes facturar en su equipaje cuarenta kilos.
—¿Y qué hacemos con el resto?
—Pues si desean facturarlo, deben pagar primero por las maletas necesarias para volar, cuyo precio es de once euros por pieza y trayecto, a lo que habría que sumar cada kilo de sobrepeso a quince euros la unidad.
—Ah.
—Mire, sinceramente. Le saldría infinitamente más rentable si usted compra la leche una vez que haya llegado a Sofia, ¿no cree?
—Pero es que la leche la cede una ONG para un campo de refugiados…
—Yo hago lo que usted desee, pero considere que con el dinero que va a invertir en transportar la leche le podría cambiar la vida a unos cuantos refugiados.
—Vale, vale. Lo consultaré entonces.
—¡Gracias!…, por llamar a funnyJet. Le ha atendido H… Buenos días.
***
HAKIM. O el lobo con piel de cordero. Hakim, lejos de haber nacido en oriente medio, era de procedencia latinoamericana; un latin king. Se convirtió en el único team leader del equipo español, pero hubo un tiempo en el que fueron dos los supervisores de nuestro equipo y fue precisamente entonces cuando Hakim jugaba al policía bueno concediéndonos lo que la otra jefa no podía o adelantándose a nuestros deseos o simplemente actuando con más rapidez y eficacia. No es que su contrincante fuera una incompetente sino que Hakim conocía a unas cuantas personas en determinados departamentos que agilizaban ciertos trámites cuando él les hacía una llamada. Sin embargo, la cosa cambió en cuanto él se quedó solo al frente de nuestro equipo. Ya no había contra quien competir, ante quien lucirse, nadie a quien ridiculizar de alguna manera ante los subordinados.
Fue entonces cuando Hakim sufrió una metamorfosis y se transformó en un bicho ruin. Lo que antes conseguía con un chasquido de dedos ahora lo negaba desde primera instancia o te hacía creer lo complicado del asunto cuando en realidad la cosa era bastante sencilla. Pedir un día libre se convertía en una odisea, si tenías un problema con Management o con Recursos Humanos te derivaba directamente al sindicato con una pasmosidad que desarmaba. Y si le alzabas la voz o mostrabas el más mínimo indicio de desacato a su autoridad infalible, te hacía la vida imposible hasta que te endosaban un Warnung o te despedían. O te castigaba si te ponías enfermo: si así era, sabías de antemano que el mes siguiente trabajarías los cuatro fines de semana sin tregua. Hakim pasó de ser nuestro ídolo a convertirse en el peor de los villanos. El típico retrato que por regla general suele atribuírsele a un jefe nauseabundo al que no se le transfiere el más mínimo afecto.
En un guiño de complicidad solía intentar ganarse la confianza de algunos trabajadores desvelando datos internos que él conocía de las reuniones entre miembros de su rango, invitando a según qué agentes a tomar ron guajiro en su casa o criticando la vestimenta de según qué miembros de nuestro propio equipo, como si él ostentara el rango de persona más elegante del call center, nada más lejos de la realidad. Su manera de actuar denotaba desconfianza a raudales, así que muchos decidimos distanciarnos y pasar todo lo humanamente desapercibido en nuestros puestos de trabajo para evitar despertar al hijo de la gran puta que llevaba no tan adentro.
HANDLING. En inglés en el original. Empresa responsable de las operaciones que cada aeropuerto contrataba directamente para la gestión de sus servicios. La empresa de Handling era la responsable absoluta del transporte de las maletas desde los mostradores de facturación hasta la bodega del avión, y desde la bodega del avión hasta las cintas de recogida de equipajes. El aeropuerto que más robos en maletas registraban nuestros clientes era el de Madrid Barajas. Todos conocemos —y ahora nos referimos a los lectores también— a alguien al que han sustraído algo de la maleta en Madrid Barajas, cuando la bolsa no era completamente desvalijada. Y no creemos que se trate de una situación reciente ni olvidada. Lo vergonzoso era comprobar que nadie en el aeropuerto hacía nada al respecto. Y no. funnyJet no era responsable de esas desapariciones. Recomendábamos denunciar el caso en la comisaría más cercana y aquí hoy paz y mañana gloria, para frustración y asombro de los clientes. ¿Un consejo? Olvídate del candado y de asegurar con plástico de embalaje, distintivo que solía animar a los salteadores.
Sin embargo, qué curioso: los perjudicados siempre solían echar en falta artículos valiosísimos como un ordenador portátil, preferiblemente marca Apple, nuevo y sin estrenar del que curiosamente no conservaban la factura; un i-Phone que contenía los contactos empresariales; una cámara digital última generación y ochocientas libras. Todo en una misma maleta. Sí, has leído algo parecido antes, pero es que era muy-muy habitual encontrarse con estas descripciones…
¿Existía alguien realmente tan ingenuo capaz de facturar todos esos artículos de valor en una sola bolsa o nos encontrábamos ante un caso ordinario y recurrente de picaresca torpemente perpetrada? Fuese cual fuera la respuesta innecesaria a esta pregunta retórica, lo cierto es que funnyJet advertía a sus clientes a través de la página web de no incluir objetos delicados o de valor en el equipaje facturado. Porque lo que es valioso para usted, para nosotros no tiene ningún valor. Y por lo que no le ha costado casi nada, léase su billete con funnyJet, no pretenda otorgar un valor irrazonable llegadas las tribulaciones.
HARTZ IV. En alemán en el original. La manera más sofisticada de pedir limosna. O más bien tosca. Ayuda social, subsidio indefinido por desempleo en el que el estado alemán se hacía cargo de tus costes de alquiler y además te pagaba trescientos cuarenta y seis euros adicionales en concepto de manutención. El paro en Berlín sobrepasaba el quince por ciento de la población activa. Hartz IV era un estilo de vida muy extendido entre los jóvenes emigrantes europeos que llegaban a Berlín con la lección bien aprendida.
Era repugnante comprobar cómo la idea de emigrar a otro país con la intención de prosperar se convertía en un burdo truco para conseguir ayudas sociales ideales para vagos. No era de extrañar que los impuestos fueran tan elevados y que la economía alemana sufriera importantes reveses si tenía que abastecer, mantener a flote, a toda aquella panda de gandules de por vida. A los beneficiarios del Hartz IV se les dejaba por imposibles. Nadie les llamaba ni les acuciaba para que enviasen currículos y buscasen trabajo. Sin embargo, un trabajador que se acabara de quedar en paro y empezara a cobrar el subsidio que en realidad merecía, era acosado con saña de serial killer precisamente para que enviara currículos y buscase trabajo. El mundo al revés.
Se decía que en las oficinas del Job Center donde eran tramitadas las solicitudes para el Hartz IV, los funcionarios eran crueles y despiadados y debías mostrarte muy humilde y dejar caer un buen torrente de lágrimas si no querías que tu expediente fuera a parar al último puesto —por abajo— del montón. A veces, las lágrimas brotaban solas, solían decir, ante los argumentos feroces de aquellos trabajadores bien entrenados. Engañarles para salirte con la tuya, al fin y al cabo. Y aunque la idea de un estado de bienestar social que pudiera permitirse el gran lujo, el gran despilfarro, de dotar a sus ciudadanos con este tipo de cobertura era muy buena, siempre habría alguien dispuesto a sacar partido.
Por derecho, cualquier alemán adulto tenía asegurada su casa y su manutención cada mes. Para los extranjeros, en teoría, era necesario trabajar un año en Alemania para acceder al paro remunerado. Sin embargo, en ocasiones era posible acceder al Hartz IV sin haber dado un palo al agua en tierras teutonas, algo que los cafres españoles recién instalados sabían muy bien. Suponemos que estos eran sus mordiscos a la manzana.
En el trabajo, los contratos no eran renovados por parte del trabajador si ya había cumplido un año. El paro principal consistía en cobrar el sesenta por ciento de tu sueldo neto la mitad de lo que había sido tu vida laboral. El Hartz IV venía a ser la segunda parte del paro. El paro infinito para holgazanes. La subvención bendita de un generoso cómputo de haraganes. Muchos camuflaban las necesidades no reales del Hartz IV en una interrupción temporal en la que se dedicaban a estudiar alemán –clases subvencionadas también por el estado- para conseguir un puesto de trabajo mejorado, pero lo cierto era que una vez instalado en el Hartz IV, nadie tenía verdaderas ganas de mudarse.
HIGIENE. Asignatura pendiente de los alemanes y de media humanidad. En Alemania lo de ducharse todos los días no lo tenían nada interiorizado. Descubramos por qué. En el importe total del alquiler se incluía siempre una partida destinada a los gastos adicionales: calefacción y agua caliente. Al final de cada año, cada finca administradora enviaba a cada inquilino el Nachzahlung o Abrechnung correspondiente, esto es, el suplemento adicional. Se hacía un balance del consumo real y del consumo previsto por aquellos Nebenkosten pagados en cada mensualidad. Un ligero abuso de agua caliente o un uso desmedido de la calefacción implicaba que aquellos costes al final de año se incrementarían. Así que no sólo tenías que afrontar la tan anunciada y consabida cuesta de enero sino que tenías que contar también con el pago imprevisto del suplemento aquel.
Vivir con alemanes significaba a veces que la temperatura de la casa fuera regulada hasta niveles polares con tal de ahorrarse algunos euros al final de cada año. Asistimos a casos en que los demás compañeros de piso controlaban si otro compañero de piso se había olvidado aquel día la calefacción encendida o si la rueda del radiador que regulaba el calor en las habitaciones estaba demasiado alto. El consumo de agua caliente incidía en tales gastos también. Una de las razones por las que dedujimos que los alemanes se lavaban poco, era precisamente para deducir gastos en el Nachzahlung a finales de año. Porque en raras ocasiones el balance era negativo y era entonces la finca administradora quién devolvía una pequeña suma a sus inquilinos. Si el coste a final de año había sido positivo y muy alto, el precio del alquiler aumentaría con el inicio de aquel nuevo año.
Y en un país de guarros, chocaba encontrarte en los azulejos del baño de la empresa un cartel con dibujos que indicaba el modo exacto en el que debías lavarte las manos en siete pasos. Una hoja explicativa que te dejaba perplejo la primera vez que la veías. Más tarde supimos que aquello atendía a la prevención de una gripe mutante asesina que padecía el planeta en aquellos días. Y las manos eran uno de los focos principales de propagación.
Y colisionaba más aún con el sentido del olfato que la persona que peor olor desprendía en aquellas instalaciones —y no era Craig de Group Bookings, ¡cuidado!— era la encargada de ocuparse de la limpieza de los baños. Ya te puedes imaginar el resultado. ¿O quizá deberíamos habernos encomendado a aquel dicho tan español? En casa del herrero, cuchara de palo. Así y bien mirao, pues oye… Aquel señor olía a una mezcla entre orines y sudor rancio fermentado que impregnaba los lavabos hasta mucho tiempo después de que él físicamente se hubiera esfumado, no así su hedor. Todavía es recordado. ¡Qué ascazo!
HISTERIA. Otra señal de ansiedad indebida. No sé cómo ha podido colarse un término que jamás tuvo nada que ver con el comportamiento de los clientes que hacían uso de nuestra aerolínea. Nunca detectamos una palabra más alta que la siguiente, un tono fuera de lo cortésmente permitido, unos modales que escaparan a la perfección, un diálogo irrespetuoso que hiciera palidecer a responsables de protocolo diplomático, un saludo y un cierre indignos de manual de anfitrión de todos los tiempos. No sé. Por más que lo releo, no consigo explicármelo.
HOJA DE RECLAMACIÓN. No, no estábamos obligados a tener hojas de reclamaciones formato papel de toda la vida, por mucho que usted se ampare en la ilegalidad de un tema que, en realidad, desconoce. Los que apenas sabían leer y escribir, esgrimían el fundamento mismo de las leyes como si de un abogado del estado veterano se tratase. Nos preguntábamos constantemente en qué película lo habrían visto. Según un informe de la Abogacía del Estado del Ministerio de Fomento y de la Dirección General de Salud Pública, Alimentación y Consumo de la Comunidad de Madrid: ni Aena ni las Compañías Aéreas debían disponer de hojas de reclamaciones del Sistema Unificado de Reclamaciones de la Comunidad de Madrid. No obstante, las compañías aéreas tenían obligación de disponer de medios para recoger las reclamaciones que demanden los usuarios de las distintas compañías.
Y nosotros disponíamos de esos medios a través del formulario de la sección Ayuda en nuestra página web. Si lo encuentra. Digamos que tendría que ser usted muy listo. Para dar con el formulario a través del cual era posible hacernos llegar una duda o una reclamación, había que atravesar unas cuantas pantallas y ser lo suficientemente sagaz para no perderte —ni perder la paciencia— en el intento. En este caso, y sólo en éste, aunque para nosotros era harto sencillo, perdonábamos a los clientes y reservábamos el calificativo de idiota para la siguiente ocasión.
HOLOCAUSTO. La gran escabechina de judíos tenía un monumento conmemorativo solemne en Berlín inaugurado sesenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Un solar de diecinueve mil metros cuadrados donado por el estado alemán, una parcela estratégica de valor incalculable rodeada de las embajadas aliadas, de la Puerta de Brandemburgo, del Reichtag y de Potsdamer Platz. El Holocaust Memorial era una explanada laberíntica creada por Peter Eisenman a partir de dos mil setecientas once estelas. Bloques huecos, realizados en hormigón, plantados cerca del que fuera el búnker de Hitler, con alturas oscilantes entre los cero y cuatro metros y con una cubierta especial a prueba de graffitis.
En Alemania se salvaban pocas empresas que no hubieran colaborado con el nacionalsocialismo. Sería imposible excluir a todas las compañías alemanas relacionadas con los crímenes nazis. Pronto se descubrió que la empresa contratada para el revestimiento anti graffitis había sido también proveedora de gas anti judíos —también conocido como Zyklon B— en tiempos del genocidio. Otro escándalo que terminó en perdón público y la donación gratuita del revestimiento, bastante caro, por cierto, de haber sido pagado. La obra, vista en conjunto, recordaba el caos y el anonimato de las viejas lápidas borradas por el tiempo de los viejos cementerios judíos centroeuropeos.
Cada mes, la revista in-flight de funnyJet dedicaba su portada y páginas centrales a una ciudad que se disponía a promocionar, desde la que la compañía operaba. Las portadas de aquella revista inspiraban cualquier cosa menos ser abierta. Siempre jugaban con el elemento arquitectónico más representativo de cada ciudad en formato dibujo. La Fersehturm de Berlín quedó convertida, por obra y desgracia de un editor gráfico sin talento, menos escrúpulos y nula sensibilidad, en una especie de peonza con punta de lápiz calamitosa que le hacía un flaquísimo favor a la estética verdadera de la torre. El reportaje sobre moda había sido disparado en los exteriores del Museo Judío y en el Holocaust Memorial.
Sin embargo, olvidaron un pequeño detalle: pedir permiso. Y ya sabes lo desdeñosos que se muestran los judíos con el tema, con esa sensibilidad rota tan herida y tan suya. funnyJet fue acusada de trivializar el genocidio. Una banalización del antisemitismo con el derroche de mal gusto habitual de la compañía. Digamos que los judíos se habrían atemorizado si hubieran escuchado los predestinamientos vergonzosos que según nosotros convertirían el Memorial Holocausto en una sofisticada zona de cruising. Ya sabes, el típico recinto al aire libre donde los maricones se follan anónimamente por las noches. Los judíos deberían dejar de lamerse heridas cicatrizadas, al menos, por una temporadita.
El Memorial de los Judíos era un monumento serio, protegido, de simbología respetada rayana en el paroxismo y severamente vigilado en el que las fotografías, saltar de bloque en bloque o merendar en la superficie de las tumbas simuladas estaba, ante todo, mal visto y además, prohibido. La revista, bueno, los trescientos mil ejemplares, queremos decir, fueron retirados de la flota a los pocos días de inaugurarse aquel mes. Lo mejor de todo era que la publicación de aquel número coincidía con el lanzamiento de la nueva ruta de funnyJet: Londres Gatwick-Tel Aviv. Una denuncia había sido interpuesta; y la multa, notificada al hangar sesenta y nueve de Luton. Una falta de respeto más como otra cualquiera, aunque infinitamente más cara. Ya sabes, lo barato sale caro. Y de eso, sabemos, ¿no?
HOTEL. Juego de Mattel. También producto, servicio adicional que ofrecíamos a modo de viaje a su medida, paquete vacacional completo. Eventualmente, funnyJet procuraba a sus clientes códigos promocionales engañosos de descuento para hoteles que misteriosamente nunca funcionaban a la hora de validar la reserva en internet. Aunque nunca tuvimos la certeza, sí llegamos a acariciar la idea de que todo era un burdo error informático en el proceso, provocado deliberadamente para que los clientes se pusieran en contacto telefónico con nosotros. Suponemos que no hay que recordar nuevamente lo que costaba cada llamada, ¿verdad?
HUELGA. De hambre no, a juzgar por el sobrepeso de gran parte de los trabajadores en plantilla. Hubo un gran momento en el que organizamos nuestra pequeña gran venganza contra Cagator Services que nunca fructificó. Planear una huelga frente a una filial del holding empresarial Petersmann, pronto fue sofocada, amenazas mediante. Y es que cuando se trabaja para una empresa colosal de dimensiones tales, más vale agachar la cabeza y seguir adelante, pues según los altos cargos, debíamos estar muy agradecidos al poder contar con el trabajo que ellos generosamente nos habían dado, a pesar de que pagaran la hora a seis euros la unidad. Así que empezamos a vengarnos con pequeñeces. Hay muchas posibilidades de venganza constructiva; con insignificantes incomodidades, con actos de sabotaje.
No se quién se atrevió a colgar un artículo en el lounge que trataba sobre el promedio de la cuantía de los sueldos según profesiones y oficios en Alemania. Pues bien, de aquella noticia se desprendía que incluso una limpiadora ganaba un euro y medio más por encima de nuestro trabajo aparentemente cualificado. Estaba claro: volvíamos atrás en el tiempo hacia épocas de imperialismo, de servidumbre. Mientras las tecnologías se desarrollaban vertiginosamente, mientras la ciencia se sorprendía cada día a sí misma respecto a sus progresos y proyectos, mientras la sociedad avanzaba a paso firme y ligero hacia un futuro desconocido, el mercado laboral se había convertido en una especie de esclavitud inconcebible, una suerte de tela de araña flexible y resistente de la que era muy difícil zafarse.
funnyJet ostentaba las tasas más irritantes, no sólo en el recuento de bajas por enfermedad, sino también de absentismo laboral de todos los proyectos en manos de Cagator Services. ¿Las razones principales? El sueldo y la ubicación de la empresa. La empresa se tomaba muy a pecho aquellas deserciones, como si hubiéramos sido nuevos conversos que habían perdido la fe. La mayoría de los trabajadores vivía en Berlín. Acudir a Potsdam cada día a trabajar, implicaba una inversión de tres horas en los viajes de ida y vuelta a los que había que sumar las ocho que componían la jornada. Para motivar a los trabajadores se decidió aquel septiembre trasladar el call center a Berlín a principios del año siguiente. Primero se trasladaría ese mismo mes a Berlín el equipo francés al completo, ya que era el más desmotivado y cuyos componentes más rápidamente abandonaban la empresa. Los demás nos reuniríamos con el resto seis meses después.
Fue un amargo consuelo, como esos medicamentos que alivian el dolor sin curar al enfermo. Eso prometieron. Esta decisión fue pospuesta una y otra vez hasta que al final nos comunicaron que definitivamente, el equipo francés se disolvería: la presencia de Cagator Services en Marruecos permitía la contratación de mano de obra a precios de ganga. Un sueldo en Marruecos estaba por debajo de la mitad del nuestro: unos trescientos euros jornada completa. Y ya hemos explicado aquí a lo que ascendía esa cuantía. Nuestros contactos en el Betriebsrat nos pusieron sobre aviso de esta estocada. Tocaba movilizarse. Era fácil ver cómo se extendía la cosa. La rabia, el desconcierto y la insatisfacción, queremos decir. Como el incendio de un bosque. Como el sida en cualquier punto de África. La idea era realizar una huelga encubierta. Aquella idea era de las que más teníamos arraigada en el corazón desde el principio. No éramos miembros oficiales del sindicato Verdi, así que organizaríamos algo por nuestra cuenta. Se decidió que todos nos pondríamos enfermos al día siguiente de que se hiciera oficial el comunicado. Todavía no sabíamos a lo que nos expondríamos ni cómo Management pretendía sofocar nuestras reivindicaciones laborales.
Acababan de despedir a trescientas cincuenta personas en la central europea de e-Bay, anunció, Kai-Uwe Etwas, antes de añadir de manera draconiana:
—No hay presupuesto para trasladar el call center a Berlín. Ya sabéis, la crisis… Así que si decidís no venir el día después de que se comunique oficialmente que no nos moveremos de Potsdam, recordad que hay al menos trescientas cincuenta personas en búsqueda de trabajo, cuyos perfiles podrían caer muy bien en este proyecto. Dad gracias a que tenéis un trabajo.
¿Cómo podía una empresa como Cagator Services, filial de Petersmannn, que había facturado el año anterior a que esta historia tuviera lugar en el tiempo más de quince billones de euros, no tener presupuesto para trasladarse a Berlín cuando tenían un contrato cerrado con funnyJet en el que, más bien poco o casi nada, influía la crisis financiera mundial que noqueaba al planeta en aquellos tiempos de mierda? Cuando aquello sucedió se nos paró el corazón en seco. Decir de alguien que el corazón se le para en seco es fisiológicamente inexacto. El corazón nunca se para en seco. Necesita seguir funcionando al mismo ritmo, independientemente de los sentimientos de su propietario.
Así que seguimos adelante. Berlín, Potsdam, Potsdam, Berlín. Tic tac, tic tac. Y así quedó la huelga solventada. Por mucho que frunciéramos mucho el ceño o que cerráramos de golpe e impotencia los párpados apretados por el asco, no había nada que hacer. Al fin y al cabo, vivíamos de aquel trabajo. Así que debíamos mostrarnos agradecidos y resignados, serviciales y dóciles. Intentaron responsabilizar al Betriebsrat del soplo, pero una metedura de pata certificable con documento acreditativo, probaba que la noticia estaba en manos de muchos departamentos, gracias a una cagada procedente de Francesco Stronzzi que hizo público mensajes en cadena procedentes de miembros del training que por aquel entonces se estaba impartiendo en Marruecos. Digamos que un delator ‘Grüsse aus Marrakech’, había alertado a los receptores de aquel mensaje vinculante.
HUIR. Nos pasamos la vida huyendo. Huir sin poder escapar del todo. De nuestros estados de ánimo, sin ir más lejos. Naturales y artificiales. Cuando estamos tristes queremos estar alegres. Si lo conseguimos, nos empeñaremos entonces en buscar una razón absurda que desbarate esa sensación. Y es así como volvemos a sentirnos desgraciados, cuando en realidad queremos vernos dichosos. Si nos encontramos agobiados, deseamos con todas nuestras fuerzas hallarnos libres de cualquier fatiga. Pero no hasta el punto de sabernos (o que nos crean) inútiles. Lo mismo ocurre con las drogas: cuando estamos borrachos, necesitamos un tiro. Un desmedido enzarpe, suplica un porro. Demasiados porros demandan de nuevo alguna raya, ya sea de speed o de perico. Si el globo de pastillas, setas o cristal es lo suficientemente potente, otra vez estamos pidiendo a gritos una ronda de tiros. Siempre incapaces de disfrutar de nuestra primera elección. De un estado permanente. Siempre huyendo.
Huir sin poder escapar tampoco de tu trabajo.
HUMANIDAD. Delirio de grandeza del que no adolecía la empresa. Digamos que en Management nunca afloró esta fragilidad y flaqueza propia de la especie. Management. Siempre a años luz de la sensibilidad y la compasión de las desgracias de nuestros semejantes. ¿Cómo podía una empresa exigirnos empatía respecto a los clientes, cómo, Dios mío? ¿Somos realmente humanos? ¿Quién lo dice? ¿Por qué? ¿Lo eran ellos? Si alguna vez prevaleció entre nosotros esta benignidad, rastros de mansedumbre, indicios de afabilidad, debió ser algo fugaz y puramente accidental.
***
Tengo dos dudas:
1.- ¿Algún ser humano lee estas preguntas?
2.- No responder a sus clientes una vez que han cobrado el dinero de la compra del billete: ¿forma parte de su política de empresa?
Gracias (si es usted humano)
11000101101110100001011100000111 (si eres una máquina)
***
Estimado Sr. Montes:
Gracias por contactar con nosotros.
Respondiendo a sus preguntas imprudentes y desafortunadas:
1. Sí, somos humanos, de carne y hueso, y leemos sus preguntas. Las de otros clientes también.
2. No sabemos a qué se refiere: una vez revisado su historial, comprobamos que todas las preguntas formuladas por usted hasta el momento han sido contestadas. ¿Qué pretende usted enviándonos links de Lufthansa o enviándonos mensajes que sólo constan de signos de interrogación? Aclárenos este punto, por favor. Exprésese como es debido. Quizá no se haya dado usted cuenta de que la política sobre ‘price promise’ (tarifa más barata), sólo se aplica entre vuelos de nuestra compañía: funnyJet. Y si es otro el asunto, explíquelo con palabras precisas y rigurosas, por favor, y esclarezca la confusión.
Le agradecemos una vez más que se haya puesto en contacto con nosotros y quedamos a su entera disposición para cualquier consulta adicional. En caso de necesitar nuestra ayuda de nuevo, utilice la sección ‘Ayuda’ en nuestro sitio Web.
Atentamente
Claudia Casares
funnyJet Atención al Cliente
Una historia de ficción que podría ser increíblemente real.
CONTINUARÁ…
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