La novela por entregas de BA
Una historia de ficción. Por Daniel Zimmermann
—Bienvenido a funnyJet, le atiende C…, ¿en qué le puedo ayudar hoy?
—Vamos a ver, tengo un problema y bastante serio… Resulta que en el avión en el que he llegado hoy a Londres Stansted me he olvidado algo muy valioso para mí… ¿Cómo se procede en estos casos? Porque necesito recuperarlo de inmediato…
—Los objetos personales que se encuentran en el avión son depositados en el departamento de objetos perdidos del aeropuerto donde fueron hallados. Un segundo que le doy el teléfono de Stansted… 004421685798005.
—Pero bueno, ¿y no tienen un correo electrónico o algo? Supongo que habrá alguien allí que hable español…
—No tiene por qué…, recuerde que, después de todo, funnyJet es una compañía inglesa y que usted ha perdido algo en el Reino Unido. No nos consta ninguna dirección de correo electrónico…Puede buscarla en la página web del aeropuerto. Lamentablemente, nosotros no tenemos acceso a internet.
—¿Pero qué clase de servicio es éste? ¡Yo he pagado por mi billete y ustedes me tienen que solucionar esto!
—Usted ha perdido algo en un avión de funnyJet en Londres y yo le estoy facilitando el medio con el que puede intentar alcanzar su fin. Llame a ese teléfono y pregunte por una dirección de correo electrónico si la tuvieran…
—¡¿Pero esto qué coño es?! ¡Y en qué idioma quieres que hable yo con ellos, ¿en ruso?
—Si habla usted ruso y la persona que le atiende también, no habrá ningún problema, aunque mejor en inglés, la verdad…
—¡Pero tú te estás riendo de mí o qué? ¡Dame ahora tu nombre y tu apellido!
—Calma, por favor. Analicemos la situación. No puede usted hacernos responsable de sus descuidos y de no saber inglés. Me limito a hacer mi trabajo y ya le he dado la solución posible a su caso. Hasta ahí puedo llegar.
—¡Pásame ahora mismo con tu supervisor, maricón de mierda!
(…)
***
CAGATOR SERVICES. En Spanglish en el original. Empresa infame para la que trabajábamos directamente. Nuestro sueldo se cimentaba en máximas capitalistas que no nos permitían cobrar más de siete euros ¡brutos! la hora. Y se suponía que debíamos estar agradecidos por ello. Sin embargo, Cagator Services siempre era mencionada en reportajes sesudos sobre economía, del tipo Der Spiegel, como una de las empresas más productivas y rentables, no ya de Alemania, sino del Sistema Solar y aledaños. Sin duda, habíamos avanzado muchísimo en todos los sentidos. No en vano asistíamos a los primeros años del siglo XXI. Pero por alguna extraña razón, nos sentíamos como si hubiésemos retrocedido un par de siglos: a los tiempos de la colonización. Digamos que allí todo era deplorable y no había ni un hueco azul entre las nubes. Donde estábamos tan lejos de la meta que quizá fuésemos los primeros en la carrera siguiente. La vida se reía de nosotros y cada vez que lo hacía nos enviaba un recordatorio de nuestro fracaso.
CALL CENTER. En inglés en el original. Palabras malsonantes que nos cuidábamos muy mucho de no pronunciar jamás, ni en público ni en privado. Porque no trabajábamos en un call center. Nos vendíamos mucho mejor: ofrecíamos nuestros servicios de agente de viajes para una compañía aérea low cost. ¿Acaso no sonaba aquello infinitamente mejor? Puede que fuera un cortés y embaucador eufemismo tan barato como volar con funnyJet a veces, pero no queríamos vernos asociados a aquella terminología tan poco digna de nosotros y de nuestras trayectorias profesionales anteriores y previsiblemente futuras.
El call center era un espacio cuadrangular de unos doscientos metros cuadrados dividido por un pasillo central en cuyos lados había tres hileras dobles con capacidad para catorce agentes cada una y algunas hileras simples de ocho y de cuatro reservadas a Management y a grupos especiales de trabajo. Menos las sillas y nosotros a veces, todo era de color amarillo.
CAMPO DE CONCENTRACIÓN. Sachsenhausen. Enfermedades, trabajos forzados, malos tratos, hambre o víctimas del exterminio entre las causas frecuentes de mortalidad. Una vez aquí, en Berlín, descubierta la realidad histórica desgarradora, todos los pequeños demonios cotidianos —el tirano de tu jefe, tu vecino quisquilloso, tu compañero de trabajo insufrible— parecen más… soportables. Este campo de concentración reunía todos los elementos necesarios para despojar a una persona de su identidad y de su vida. Las celdas de castigo, los instrumentos de tortura, el patíbulo, la fosa de fusilamiento, las cámaras de gas y el crematorio. Una energía extraña te impulsaba a querer abandonar el lugar en cuanto acababas de poner los pies en él. Tenías que hacer un ejercicio de reanimación constante. Aquí no valían las medias tintas ni las imágenes edulcoradas.
Digamos que Cagator Services era la versión post contemporánea de este tipo de recintos. En Cagator Services, al igual que un condenado en un campo de concentración, se nos daba un número y una tarjeta, se nos prohibía facilitar nuestro apellido a los clientes y se controlaban en todo momento todas nuestras acciones, ya fueran productivas o improductivas, a través de códigos. Un sitio del que quisimos huir desde el primer día. Pero cambiamos la máxima Arbeit macht frei por Spass macht frei y todo prosperó.
Al campo de prisioneros de Sachsenhausen (campo de concentración, con sede en las afueras de Oranienburgo —a unos 35km al norte de Berlín—, en aquel entonces una fundación que pretendía divulgar y mantener vivos los horrores del nazismo), se entraba por la torre A y se salía por la estación Z en forma de cenizas y humo cuando los cuerpos torturados eran finalmente calcinados. ¿Cómo saldríamos de funnyJet, barra, Cagator Services, barra, Petersmann? Bastante quemados, eso desde luego. De la A a la Z. ¿Te suena?
CANCELACIÓN. Palabra que nadie desea escuchar frente a los mostradores de facturación en el primer día de unas merecidas y ansiadas vacaciones. ¿Idílicas? No, si andaba funnyJet de por medio. Nadie solía conformarse por muy contundente que fueran las causas de la cancelación, aunque hubiera catástrofe aérea de por medio, como una vez sucedió. Resultaba asombroso encontrarte con gentuza que no atenía a razones, por muy contundentes, elaboradas y evidentes que éstas fueran. Que se había estrellado un avión de Spanair en la pista cuatro de Barajas, pues siempre había alguien que cuestionaba por qué su vuelo de funnyJet no había despegado a pesar de los pesares y otros sí. Si había nieve que no sólo había impedido despegues y aterrizajes, sino también la llegada de pasajeros al aeropuerto por las carreteras cortadas, pues lo mismo:
—¿Y cómo es que se ha cancelado mi vuelo?
—Señora, no sé si se ha dado cuenta de que un temporal de nieve está azotando a Madrid en estos momentos.
—Pues estoy mirando por la ventana y ya no nieva…
Otra prueba fehaciente de que de animales racionales nada. Más bien animales a secas y en abundancia. Irremediablemente nos veían como jugadores de cartas tramposos. Si una compañía aérea low cost cancelaba más vuelos que otro tipo de compañías debido al mal tiempo a una huelga o a cualquier otro motivo extraordinario, era porque esas otras compañías, por licencia, disponían de muchos más slots, esto es, más permisos, más ventanas dispuestas para acceder al espacio aéreo, para que lo entienda usted bien y de una vez por todas.
Las cancelaciones avisadas con más de catorce días de antelación no preveían el pago de ninguna compensación. Estos vuelos, aunque a los clientes se les comunicaba que habían sido cancelados por motivos operacionales misteriosos sin aportar ni un dato más, lo cierto era que se cancelaban por motivos comerciales: no se habían vendido las plazas suficientes que podían convertir un vuelo en rentable. Sin embargo, dada la antelación del aviso, las causas eran irrelevantes a cualquier efecto, según la normativa. Y si tenías vuelos de conexión, hoteles, coches de alquiler y traslados ya pagados en pleno puente de la Constitución, te jodías y te las apañabas como Dios te diera a entender. funnyJet, de acuerdo con las condiciones de la compañía aceptadas por usted en el momento de hacer la reserva, no se haría cargo de ningún gasto derivado de estas cancelaciones.
CAOS. Noción controvertida que se incrustó a nosotros como un diamante ensartado en una sortija, pero que brillaba infinitamente menos. Un caos benevolente que más que perjudicar, relajaba. Saber que el control no andaba en manos de nadie nos tranquilizaba. Nos protegía, por extraño que suene.
CELINE. La heterosexual del equipo francés de funnyJet que jugaba a ser lesbiana. Yo no la conocía, pero contaban que todo aquel artificio de que le gustaban las tías, no era otra cosa que un reclamo que, al parecer, según la propia interesada y los que estaban más interesados aún en analizar su vida, era bastante efectivo. Celine jugaba al baloncesto mucho mejor que cualquiera de los chicos con los que practicaba, lucía una cresta que haría temblar a la de cualquier punky de Friedrichshain y usaba camisetas holgadas sin mangas y pantalones caídos dos tallas por encima de la de ella, que nada tenían que envidiar la vestimenta de un fanático del hip hop de raza negra.
Su actitud manaba desprecio y chulería dirigida a un público hipotético que la observara a su paso y que ella debía creer muy concurrido e interesado en unos encantos de dominátrix que eran puro plástico. Celine nos contemplaba siempre desde su particular atalaya. Todos sus gestos, toda su comunicación no verbal que atañía a su cuerpo, eran completamente sobreactuados. Celine sólo se enrollaba ocasionalmente con alguna chica para potenciar su proyección de mujer-femme-fatal morbosa. Su actitud excesivamente masculina, incluso llegó a dar miedo a algunas de aquellas chicas con las que estuvo involucrada. Si Celine hubiera sido macho, se habría estado restregando el paquete en cualquier momento del día. Y ocasionalmente, incluso habría ejercido de violador.
CÉLULAS MADRE.
¿¿Las células madre son material peligroso?? ¡¡¡¡Material peligroso serán sus acciones cuando estén a la baja!!!!
***
Spam.
Solved.
Éstas, concretamente, sólo contaban con dieciséis horas de vida. Hubo una ocasión en que funnyJet tiñó su mala reputación en un tono negro más oscuro del habitual que ya de por sí lucía, por mucho que su color corporativo fuera de un amarillo canario estridente. Digamos, para simplificar, que funnyJet puso en peligro un transplante de tráquea por negarse a transportar células madre, a pesar de que un agente ya había ratificado el transporte vía telefónica mediante. Desde Brístol a Barcelona. ¿Las consecuencias? Un golpe nefasto en su noqueada reputación de repercusión mediática universal. Un acto desafortunado y vomitivo que luego pretendieron subsanar.
Dicen que pagaron los costes del jet privado de alquiler al que se vieron obligados a contratar los médicos implicados en el asunto. Un roto de catorce mil libras que, aunque cuantioso, poco efectivo en el lavado de cara y de cerebro. Un avance médico y científico empañado por la ineficiencia de funnyJet. A la mañana siguiente todos los trabajadores habían recibido en la bandeja de entrada de su correo electrónico el link delator que evidenciaba la mierda en la que estábamos sumidos, con la nitidez del que distingue sin titubeos la primera línea de caracteres en una prueba oftalmológica.
CENA DE EMPRESA. En las contadísimas cenas de empresa de funnyJet se pisoteaban con desprecio todos los tópicos y estereotipos que acompañan al concepto. Las típicas prohibiciones ‘no te enrolles con ningún trabajador, no te emborraches, no hables más de la cuenta, no le digas ninguna burrada al jefe, no consumas drogas ni en público ni en privado’, se invertían hasta convertirse en el leitmotiv de la celebración. Generalmente solían convocarlas cuatro veces al año coincidiendo con cada estación de la naturaleza. La clásica y más concurrida solía ser la de navidad hasta que dejaron de hacerla. Aunque todas prometían bebida y comida gratuita a destajo, lo cierto es que la oferta esplendorosa menguaba hasta límites miserables. El alcohol se limitaba a cerveza y la comida, si es que en realidad se la podía calificar así, nunca iba más allá de media docena de canapés insulsos para más de una centena de trabajadores muertos de hambre, y aquí la expresión ‘muertos de hambre’ tampoco es una metáfora. Vamos, que había que ir cenados.
CHRISTIANE VERA FELSCHERINOW. Más conocida como Christiane F. a secas. Aquella chica nacida en Hamburgo y residente, más tarde, de Gropiusstadt, Berlín. La misma que siempre llevaba sus deportivas en bolsa de plástico blanca todo el tiempo que aguantara la vertiginosidad de las sandalias de tacón de su madre, y de aquella vida. Como si el intercambio del calzado le otorgara automáticamente otra personalidad, dos vidas, desde las que era más fácil sobrellevar y disociar su existencia. El mismo tiempo que aguantara todas las mamadas a veinte marcos la unidad. Una anti-heroína enganchada a la droga homónima.
Christiane F. se hizo popular gracias a la novela juvenil autobiográfica Wir Kinder vom Bahnhof Zoo, publicada por una de las filiales editoriales del grupo Petersmann, que narraba sus peripecias en la noche berlinesa y su adicción a la heroína a finales de los setenta —cuando apenas tenía trece años— que incluso la empujó a prostituirse en los alrededores de la estación Zoologischer Garten para poder costearse el vicio.
En cierto sentido, nos sentíamos herederos de esta mujer: aunque rozábamos o sobrepasábamos la treintena, en Berlín nos sentíamos como adolescentes experimentados. Cambiamos el Sound por los clubs del momento, la estación Zoo por la de Potsdam, la heroína por otras drogas menos drásticas y un poquito más amables y en lugar de prostituirnos en la calle, lo hacíamos en las instalaciones de Cagator Services, desperdiciando el talento que creíamos en nosotros, ejerciendo un trabajo que detestábamos por un miserable sueldo. Y como Christiane, también intentábamos sobrevivir.
CIRCUNSTANCIAS EXTRAORDINARIAS. Suena bien, ¿eh? Concepto vago aunque contundente y aplastante con el que desarmábamos y frustrábamos a los clientes. Estos motivos eran los que provocaban la mayoría de las veces que los vuelos se cancelaran. Completamente ajenos al control de la empresa. Paradójicamente y para asombro de clientes y agentes, las averías constituían una de estas circunstancias. Y todo para impedir el pago de la compensación que preveía la UE para cada afectado en caso de cancelación de vuelos y grandes retrasos.
Siempre se rumoreó, sobre todo en boca de clientes, que la flota de funnyJet adolecía de escasez de aviones que impedían que las rutas quedaran cubiertas si una aeronave de la cadena de servicios que tenía que cumplir cada día se averiaba. Esto quería decir que si un vuelo se retrasaba, todos los demás previstos para ese mismo avión se retrasarían sin remedio. Y si se averiaba o quedaba inutilizado, el retraso o se incrementaba para los vuelos programados siguientes o se producía una cancelación igualmente en cadena. También se decía que algunos retrasos no eran más que tretas para reagrupar el pasaje escaso de dos vuelos en uno solo, en el vuelo siguiente de la compañía para la misma ruta: misteriosamente, nunca despegaban dos aviones de funnyJet a la misma hora ni figuraban en las pantallas del aeropuerto dos vuelos diferentes que sustentaban estas sospechas.
CLÄRCHENS BALLHAUS. En alemán en el original. Clärchens Ballhaus. Una sala de baile. Un restaurante. Un café. Un reducto donde poner en práctica nuevos pasos que se han ido atesorando con astucia tras cada clase de bailes de salón. Aquí celebramos algunas de las cenas mensuales que organizaba el equipo español de funnyJet. Es aquí también donde la gente plasmaba con esmero lo que había aprendido de esas lecciones. Tango, swing, cha-cha-chá, valls, foxtrot, disco prematuro, rumba, bachata. Música para bailar de reconocible influencia old school. Bee-Gees. La Lupe. Billie Holiday. Incluso Bonnie Tyler. Parejas mixtas y homogéneas si hablamos de género. Jóvenes y Adultos. Más adultos que jóvenes. Situemos la media de edad en una posición ventajosa bastante madura.
Adorábamos este espacio anacrónico en el que nos reuníamos a menudo para beber cerveza después del trabajo. Clärchens Ballhaus había sido inaugurado en 1913 como un local destinado principalmente al baile. El negocio conservaba entonces su nombre original, diminutivo —en alemán— de la viuda del dueño, Clara. Se decía que podría haber sido el emperador Guillermo II quien honrara con su presencia la reapertura del salón tras la Primera Guerra Mundial. Aunque quizá sólo fuera otra más de las innumerables historias que había generado Clärchens Ballhaus. Incluso Franz Biberkopf, el protagonista de la célebre novela de Alfred Döblin, Berlin Alexanderplatz, era cliente regular de este local en la ficción.
Hasta los años cuarenta, el espacio quedaba diferenciado en una gran sala de espejos y una bolera alojada en el sótano. En los portales de los alrededores era común que los vecinos encontraran pequeños monederos femeninos extraviados y condones usados. Poco antes del final de la guerra, Clärchens Ballhaus sufriría las restricciones de Josef Goebbels contra las reuniones públicas. Lo fascinante de Clärchens Ballhaus era que no tenías que hacer esfuerzos de imaginación para viajar en el tiempo a un lugar en el que te sentías protegido entre jarras de cerveza. Cuando queríamos evadirnos, inconscientemente terminábamos aquí.
CLÁSICO. ‘Finalmente, aunque me imagino que para su compañía esto no tiene la menor importancia, les informo que no volveré a volar con ustedes. No obstante, tengo el convencimiento de que este comentario les debe llegar con bastante frecuencia… Compañías de bajo coste. ¡No me hagan reír!’
CLIENTE. Nunca se situaba por debajo de la imperfección. Digamos también, dato fundamental, que a la versión de la realidad del cliente a veces le costaba ser… realista. Un cliente podía ser un usuario de funnyJet, generalmente con poca educación, insuficiente formación y muy mal café que decía ‘muchas gracias’ y ‘por favor’ menos de lo necesario. Ante el que súbitamente, y al menor imperceptible cambio de registro para mal, nos enderezábamos como una cobra decidida. Por norma general, esperaba un servicio excelente, esto es, de línea regular superior y, ya puestos, de clase preferente. Que nosotros supiéramos, aunque no era la intención de una compañía low cost fastidiar deliberadamente las vacaciones de sus clientes, a veces se daba el fatídico caso.
Lo que duraba la conversación, los nervios del cliente se retorcían como serpientes de cascabel anudándose en los extremos. Porque la mayoría de ellos podían haber sido clasificados sin vacilación dentro de la categoría de los reptiles. Unos reptiles muy impertinentes, debemos aclarar. Y de rabia inofensiva, contrastada con la nuestra.
A veces nos preguntábamos si toda aquella gente tenía la inteligencia necesaria para abrir la boca no sólo cuando tenían hambre o para perpetrar una reclamación. Y digamos, una vez más que, desgraciadamente, el cliente con carácter de oro rara vez volaba en nuestra compañía. Incluso había días en los que nosotros mismos experimentábamos una gentil benevolencia hacia toda la especia humana, que por suerte, aquella jornada, no excluía a los clientes de funnyJet.
COACH. En inglés en el original. Era nuestro entrenador. La persona que más sabía del producto. Cada equipo nacional contaba con el suyo. El español era nuestra salvación. Un individuo donde el cargo y el significado del mismo confluían, algo que casi nunca sucede, por cierto. Sergio era el encargado de evaluarnos cada mes. Cinco llamadas y cinco mails. Determinaba nuestro nivel de calidad con imparcialidad subjetiva. Para superar la prueba debíamos estar por encima del ochenta por ciento en los niveles de calidad. No como personas, sino como trabajadores. Nos apreciaba. Quizá un cómputo generoso de fiestas en común le predisponían a ello.
CÓDIGOS. Un infierno en todas sus manifestaciones. Teníamos los nuestros propios al conectarnos cada día al ordenador, al teléfono y a cada uno de los diferentes programas y páginas de interés; los códigos de error que impedían que una compra se realizara con éxito en la página web; los códigos promocionales que misteriosamente pocas veces funcionaban, quién sabe si con la intención de incrementar el índice de llamadas preguntado por el particular a ochenta y siete céntimos el minuto de conversación que a todas luces compensarían la rebaja del diez por ciento que prometían en la compra de los vuelos.
Había un código para cada cosa y un código de conducta general que dominada todas las esferas empresariales de Petersmann. Código de conducta al que tuvimos acceso después de llevar dos años contratados por la empresa. Digamos que aquello podía ser comparado con educar a un niño cuando ya era mayor de edad. Más tarde que demasiado tarde. Tuvimos acceso a este código a través de una presentación interactiva en vídeo ofrecida en el idioma de cada trabajador. El contenido daba ganas de echarte a reír. O a llorar. Ambivalencia que nos dominó durante nuestro paso por la empresa. Realmente, ¿era aquella la empresa para la que trabajábamos?
En el vídeo intervenían directores o consejeros delegados de las distintas divisiones empresariales de Petersmann. Intervenciones tópicas. Siempre se apoyaban en metáforas poéticas del tipo ‘la empresa es como un grupo de música; cada uno cumple una función distinta aportando ideas o críticas, donde se confía en la contribución de cada miembro para que el resultado final suene fantástico’. Si nuestra empresa se acogía a esta comparación, una cosa era segura: se trataba de una orquesta donde una única persona dirigía al personal a golpe imperativo de una sola batuta. ¿Por qué lo revestían de democracia si estaba claro que aquello era una dictadura opresiva?
Se apelaba a utópicos valores idealistas que ni siquiera Management poseía. Ni ejercitaba. Se especificaban los cauces adecuados para denunciar problemas e irregularidades internas cuyas soluciones nos parecían más épicas que veraces, y se cuidaban muy mucho de recalcar que nadie tomaría represalias al respecto. El código de conducta apelaba a los derechos humanos sobre todas las cosas. Derechos de los que fuimos despojamos desde el primer momento en aquella empresa. Derechos que Petersmann se había pasado por el forro de los cojones durante el régimen nacionalsocialista con quien enérgica y generosamente había colaborado.
COINCIDENCIAS. Cualquier parecido con la realidad.
COLGAR. De decisiones así estaban hechos nuestros días. Colgar o no colgar. En determinados supuestos, teníamos el derecho moral y la venia de la empresa para interrumpir llamadas excesivamente groseras o fuera de tono y lugar, siempre sin perder los estribos y avisando de que la comunicación sería finalizada en aquel momento. Ésa era la ingenua teoría. Colgábamos llamadas a destajo, sin avisar o incluso después de ponernos al mismo nivel de insolencia al que forzosamente nos veíamos arrastrados. El lado despreciable de esta actitud se nos escapaba totalmente. Colgábamos el teléfono y nos olvidábamos del asunto. Puede que la misma persona de antes llamara de nuevo y fueras tú el que la atendiera otra vez.
—Bienvenido a funnyJet, le atiende…, ¿en qué le puedo ayudar hoy?
—Soy la misma a la que has colgado antes…
—Es que se ha cortado la comunicación…
—Sí, ya…
Teníamos dos opciones: volver a colgar y hacer uso de una pausa de baño los próximos cinco minutos, o asumir el fracaso personal y seguir adelante con la conversación. Generalmente, la segunda opción no pronosticaba el desenlace de la primera llamada: el cliente había sido indirectamente aleccionado de que el poder de la llamada estaba en nuestras manos. En nuestros dedos. Y seguramente no querría dilapidar su pequeña fortuna llamándonos una y otra vez, sobre todo, teniendo en cuenta los suplicios del contestador y el coste final de la llamada. Digamos que éramos de temperamento irritable, a qué negarlo. Los clientes, en ocasiones, temblaban ante nosotros de pies a cabeza como flanes sacudidos. Era su sino.
COMPAÑERISMO. El compañerismo en el trabajo sólo beneficia a las empresas. Un invento muy sagaz que se cuidan muy bien de fomentar e incluso de aplaudir, pues con ello la empresa gana en producción y recorta necesidades evidentes de personal. Se apelaba a la falta de compañerismo cuando a las ocho de la tarde, ya finalizada la jornada, entraba alguna llamada en cola que debía ser atendida. Muchos desconectábamos nuestros teléfonos y nos íbamos. Ciertamente, la jornada había terminado. Otros, los más temerosos, permanecían atrapados en sus asientos por miedo al despido. Y quedarse cinco minutos más implicaba que se perdería el tren regional que una hora y media después nos dejaría más cerca de nuestra casa.
COMPENSACIÓN (EUC). Digamos que era como la moneda bajo el cubilete del escamoteador, que tan pronto se ve como desaparece, pero que está siempre allí o rondando por los alrededores.
COMPLAINT. En inglés en el original. Queja, en cristiano. Todos nuestros sufrimientos estaban causados por el descontento, por la negativa de aceptar el hecho de que existen limitaciones. Así que, por favor; no se agarre usted a una reclamación como si fuera un salvavidas.
Si deseabas interponer una reclamación en nuestra compañía, tenías que rellenar un formulario —no de muy fácil acceso— en nuestra página web. No. No teníamos hojas de reclamación para mayor y honda indignación de los reclamantes. Que una compañía aérea no tuviera hojas de reclamación no era ilegal, por mucho que usted nos gritara que sí. O recurrías a esa opción escurre bultos, o acudías a los cauces oportunos que decidieras y/o tuvieras a tu alcance: abogados, oficina del consumidor y AENA eran los más frecuentes e igualmente ineficaces ante la implacable política de la empresa que todos aceptaron en su momento al convalidar la compra.
No existía en ningún recoveco de aquella página web una opción que explícitamente se denominase ‘reclamación’ o, en su defecto, ‘formular una reclamación’, que era una de las observaciones en la que incidía buena parte de los reclamantes. Todo se reducía a formular una pregunta. Todas las preguntas se encabezaban con ‘esto no es una pregunta, es una reclamación’.
COMUNISMO. La herencia de la RDA era todavía palpable en Berlín en esas fechas. Al menos en Berlín este, donde se condensaba la flor y nata artístico-cultural de la capital alemana. Aunque el muro había caído hacía ya muchos años, lo cierto es que la grieta de la reunificación seguía todavía allí; un muro invisible que nos separaba y nos protegía de todo lo común, de todas las semejanzas que pudiera tener Berlín con otras ciudades. Un muro sin identidad que seguía imponiendo sus reglas. Como una de esas estrellas que, aunque hoy sigue brillando, hace millones de años que se extinguió. Las fronteras físicas habían caído. Pero no había que hacer un ejercicio de imaginación para convencerse de que las fronteras mentales seguían ahí.
CONFIRMACIÓN. Otra treta mercantil con la que engrosar las arcas de la empresa. Era necesario llamar un día o dos antes al costosísimo número de atención al cliente para confirmar un vuelo que por muy confirmado que estuviera en el momento de efectuar la llamada, podía cancelarse en el último minuto sin previo ni ulterior aviso.
CONTÁCTENOS. Pestaña que daba acceso al formulario de reclamación y/o de pregunta. Evolucionó hacia la palabra ‘Ayuda’. Recibíamos numerosas llamadas solicitando el acceso al formulario de pregunta o reclamación. Había que pasar por las preguntas frecuentes antes de llegar a él, después de algunos pasos y no pocas pantallas dejadas detrás. funnyJet pagaba a su servidor por cada palabra que se introducía en su buscador de preguntas frecuentes no encontradas. De ahí el camino de obstáculos para llegar al método de consulta y al formulario. Muchas veces recibíamos mensajes preguntando, con indignación, por nuestros números de teléfonos que, según todos ellos, no aparecían en la web. Cada vez que esto sucedía, algún agente exclamaba horrorizado:
—¡Pero si es más complicado dar con el formulario que encontrar el teléfono!
CONTESTADOR AUTOMÁTICO. Aparato caprichoso que mantenía a los clientes a raya de cinco a quince minutos de charla innecesaria lo que duraba la conversación, su monólogo. Digamos que el contestador automático nos hacía un flaco favor al predisponer a los clientes al mal humor y a la soberbia. No. La llamada no era gratuita: el minuto rondaba un euro. Nunca supimos a ciencia cierta si el dinero recaudado con las llamadas iba a parar a la cuenta de Cagator Services o a las de funnyJet, aunque se especuló mucho sobre el particular. Desde luego, donde no caía era en nuestros bolsillos.
Lo que no tenía sentido, si es que algo sí lo tenía, era que mantuvieran un contestador que alcanzaba los cinco minutos de grabación y en cuyo contenido se mencionaba ridiculeces tales como los números de teléfono que el cliente ya conocía y al que estaba llamando, y después nos pidieran que procurásemos liquidar la llamada en tiempo record, por debajo de los cuatro minutos. Ni que decir tiene que si nuestro tiempo medio de llamada era considerablemente alto, te llevabas la consiguiente reprimenda por parte del supervisor.
CONTRASEÑAS. La contraseña se componía de una palabra de más de seis letras que empezara con mayúscula y que terminara con un número. Una para encender el ordenador; otra para entrar en el sistema de reservas; otra para acceder al programa con el que respondíamos quejas por escrito; otra para visualizar tu plan mensual de trabajo; otra para comunicados internos; otra para conectar el teléfono. Lo habitual era que al regresar de unas vacaciones no recordásemos ninguna. Si uno no era muy astuto, utilizaba la misma contraseña en todas las bases de datos y programas necesarios para llevar a cabo el cometido por el que habíamos sido contratados. Lo malo era que tenían que ser regularmente cambiadas, sin saber todavía muy bien a qué criterios atendía ese cambio constante cada cuarenta días. Y aunque podíamos recordar la palabra, el número se nos escurría entre los pliegues de la memoria. Éramos de ese tipo de personas.
CONTROL. Berlín era el sitio ideal en el que podías sentir que la libertad al final existía. Y cuando eres demasiado consciente de la libertad, cualquier atisbo de control se vuelve muy perceptible. El control empresarial interno te hacía sentir carne de campo de concentración: cualquier movimiento debía ser registrado de forma oral, analógica y digital. Si querías tomarte una pausa para fumar un cigarrillo tenías que informar al team leader antes, firmar en un papel registrando el intervalo de tiempo que se iba a usar y pasar la tarjeta por el contador electrónico después de que hubieras activado el código cigarrette break en tu teléfono. Fumar un cigarrillo en cuatro pasos.
Lo mismo pasaba con los turnos de comida: cada día por la mañana, era necesario apuntarse en una lista en la que no más de dos personas al mismo tiempo podían comer cada media hora. Quien llegase primero se apuntaba, sin doblegarse a una necesidad e instinto primarios, a algo tan humano como tener hambre o que se te dispare el apetito. Era cierto que los teléfonos debían ser atendidos por suficientes agentes en todas las franjas horarias, pero cuando trabajaban quince en un mismo turno, ¿qué necesidad había de aquellas restricciones? Sin embargo, cuando faltaban diez agentes de golpe cada lunes aduciendo enfermedad, no era necesario apuntarse previamente en ninguna lista.
Y qué decir de Peter Porkins… Los deseos de Peter debían ser consumados como órdenes, como mandatos celestiales que, en realidad, procedían del mismísimo infierno si tenemos en cuenta que provenían de él. Otra forma de control a la que estábamos supeditados. Actuaba como si estuviera en posesión de todas y cada una de nuestras escrituras. Existíamos para él en calidad de propiedad. ‘Trabaja para mí’. Éramos sus pertenencias. Pesaba sobre nosotros la decisión de rescindir el contrato entre funnyJet y Cagator Services. Se comportaba como un niño mal educado al que su padre nunca debió dar los azotes necesarios ni suficientes ni suficientemente fuertes. Un adulto ya, un niño-hombre consentido y caprichoso al que gustaba, como un pequeño gran tirano, que todos estuvieran a sus pies.
Peter amenazaba constantemente con romper el contrato. Cagator actuaba y proponía el traslado del call center de algunos equipos por idiomas a otros parajes donde los sueldos eran cinco veces inferior al que teníamos nosotros, ya ínfimo de por sí. Pero, aunque él mismo anunciara que le interesaba mantener al equipo español y al italiano en Berlín por sus niveles de productividad, niveles que paradójicamente siempre criticaba y encontraba insuficientes, no hacía falta ser un detective privado ni un pensador elemental para intuir que aquello se debía más al propio affair que Peter mantenía con el estado libre de Berlín y buena parte de sus habitantes. Otra marioneta al servicio de los dictados imperativo-liberales de la capital alemana.
El control era también externo. Otro escollo. Y Facebook era una de las armas más efectivas de control en el que la intimidad quedaba del todo difuminada. ¡He visto una foto tuya en el Facebook de no se quién! Era normal escuchar ese tipo de comentarios. Posar para una foto implicaba que dabas tu consentimiento para que la imagen fuera colgada en Facebook, con permiso formal o sin él. Generalmente sin él. Facebook se había convertido en la nueva revista del corazón donde nosotros mismos éramos los nuevos famosos y aquellas vidas interesaban mucho más que las que aparecían en el papel couché. Facebook agredía la intimidad de los demás sin que uno fuera muy consciente del todo.
Facebook arrojaba datos y pruebas más contundentes que las que pudiera reunir un cualificado investigador privado. Facebook delataba a los usuarios, incriminaba a los trabajadores. Cuando las relaciones entre compañeros llegaron a la amistad, cuando esas relaciones se estrecharon del todo, los límites se confundieron del todo. Ya no era fácil delimitar dónde terminaba el trabajo y empezaba el tiempo libre, dónde y cuándo habíamos dejado de ser compañeros de trabajo para convertirnos en amigos y viceversa. ¡Ay¡ de ti como estuvieras de baja por enfermedad y se te ocurriera acudir a algún acto social donde pudieras coincidir con otros compañeros de trabajo con o sin cámara en ristre.
CRAIG. Su fragancia era amoníaca, que no demoníaca, aunque también. Si esta marica australiana lánguida y desgarbada de casi dos metros de altura se duchaba, jamás sus olores corporales nos dieron muestra alguna de ello. Craig apestaba. Trabajaba en la sección inglesa del departamento de Group Bookings, esto es, gestionaba las reservas para grupos de más de cincuenta personas. Parecía un chico majo y enrollado muy en la onda trash berlinesa en la que estaba plenamente sumido. Hasta tocaba el bajo en una banda de rock cuyos componentes procedían también de otras partes del mundo. Craig dejaba su estela de mofeta allá por donde contorneara sus caderas famélicas. Su ropa jamás había sido embadurnada en suavizante porque jamás había pasado por una lavadora. Craig ni siquiera tenía casa permanente, aunque sí una visa del Deutsche Bank con un agujero de menos dos mil euros que provocaba visitas constantes de la policía en su domicilio. Cuando esto sucedía, solía dormir en casa de los compañeros de trabajo que estuvieran dispuestos a acogerle a él y a su pestilencia nauseabunda y si no, se ligaba algún tío que le diera cobijo al menos la primera noche del romance.
Craig solía preguntar cosas en el trabajo del tipo:
—Darling, do I smell? I didn’t get any sleep. In fact, I’ve just had a pill right now.
Acto seguido se levantaba el brazo y acercando su nariz al sobaco añadía:
—Yes, I smell a little… Ha!
Su hedor era perjudicial para el olfato humano —y no digamos ya para el de un animal, felino depredador, pongamos por caso— e incluso para la salud de quienes se encontraran a unas decenas de metros a la redonda. Craig no era más que una bomba fétida humana, que ya era bastante. Iba sembrando arcadas a su alrededor a cada golpe de los tacones psicológicos que siempre llevaba puestos. Aunque nunca lo hicimos, no nos faltaron ganas de gritarle:
—Craig, por lo que más quieras: ¡Lávate, guarro!
CREDIT FILE. En inglés en el original. Versión biensonante del bono que nadie aceptaba de primeras. (Ver bono). Visto así, incluso parece que la cantidad atesorada se compusiera de bastantes nueves.
CRÍTICA. Este glosario constituye un tributo sincero y merecido al gremio de teleoperadores en bloque que cada día tienen que luchar para sacar su jornada laboral adelante, aguantando altanerías y malhumores, gritos e insultos, incoherencias y vejaciones de personas generalmente con formación inferior, educación escasa, una mente no excesivamente despierta que contempla el amilanamiento de una lógica de reducido e incomprensible alcance. Porque sobre el hipotético servicio defectuoso de todos los departamentos de atención al cliente de cualquier empresa del mundo se ha escrito mucho, pero casi nada acerca del comportamiento y expectativas de unos clientes en los que la exigencia, más que un recurso desesperado, parece un excelso don, inherente a sus personas. Esto es una calle de doble dirección. El cliente no siempre tiene la razón y al final de estas páginas lo habremos demostrado.
CUTRE. Este término nos parece tan exquisito que no sabemos si concederlo finalmente o no a funnyJet. La palabra suena tan mal como su significado en su vertiente peyorativa, aclaramos. Porque hay cierta cutrez que más que intimidar y revolver tripas, en realidad, cautiva. Sin embargo, no estamos hablando de ésa. Prueba a decir la palabra cutre en un tono de ira moderado y sabrás de lo que estamos hablando. El adjetivo cutre es fantástico porque sin ser del todo un insulto produce un efecto mucho más devastador si, por ejemplo, lo arrojas en plena discusión a la cara de tu contrincante. ¿Acaso escrito también no seduce?
La cutrez de funnyJet, Cagator Services y Petersmann era del tipo abyecta. De la que no querías que te rozara, ni que te la acercaran a tus dominios con un palo. Porque se puede ser cutre y se puede ser al mismo tiempo una de los colosos empresariales más destacados del planeta, ecuación difícil que trataremos de resolver con pasmosa facilidad más adelante. No entraba en ninguna cabeza que una empresa que facturaba más de dieciséis billones de euros de beneficios anuales ni siquiera obsequiara a sus trabajadores con una miserable cena –¡de verdad!- de empresa por Navidad.
En Berlín se podía vivir muy bien con muy poco sin necesidad de ser cutre. Digamos que con mil euros al mes uno podía mantenerse a flote sin elocuentes privaciones ni escatimosas prevenciones. Se podía hacer malabarismos con la nómina para que todos los gastos, personales necesarios y superfluos, quedaran solventados sin necesidad verdadera de recurrir al crédito que todas las entidades bancarias ponían al alcance de cualquiera. En Berlín uno podía ser pobre, pero rara vez miserable.
A pesar de que Peter te dejara pagar siempre, envolviendo la atmósfera de un patetismo conmovedor. No pretendíamos dejarnos agasajar por lo abultado de su billetera, pero le habríamos agradecido que hubiera hecho, por lo menos, el amago de sacar la cartera. A pesar de que era inglés, aquel rasgo le asemejaba bastante a un alemán: no sabíamos qué les impedía pagar un simple café, o una cerveza de treinta y tres mililitros a su acompañante y en Berlín, donde la cuenta no iba más allá del par de euros. Getrennt, bitte. No sabíamos lo que ganaba, aunque podíamos intuirlo. Él, sin embargo, sí tenía constancia de la inconsistencia de nuestro sueldo.
***
Buenas Tardes,
El pasado 17 de octubre recibí un correo vuestro, en inglés, referente al vuelo 4527 y con referencia de reserva FDR754F. Ese correo pude leerlo ayer y daba acceso a una página, en inglés, desde la cual se podía gestionar el billete. Yo, hispanohablante, desconocía cualquier intencionalidad tanto del correo recibido el viernes pasado como del link que aparecía en el mismo. Cuál es mi sorpresa al recibir hoy un nuevo correo vuestro en el que se puede leer, en un castellano perfecto, que he cancelado el vuelo correspondiente a la reserva FDR754F. En ningún momento yo deseaba tal gestión.
Es el caso que también adquirí un nuevo billete para el mismo vuelo el pasado 13 de octubre. Jamás se me ha notificado, en ninguna de las lenguas habladas en Babel, ninguna modificación al respecto del vuelo, avisado sin embargo para la otra reserva, aunque en inglés.
Bien, me encuentro en una situación de insatisfacción sublime, puesto que vuestra desinformación, considero que informar en inglés y que hacerlo arbitrariamente con las reservas de un mismo vuelo es desinformar, me ha llevado a la cancelación de un primer billete a mi nombre por un importe de 52€ y que tengo un billete por 255€ que no está a mi nombre.
Puesto que no considero que tal circunstancia haya venido ocasionada por mi culpa desearía que restituyerais la reserva FDR754F conservando el importe inicial. En caso de no poder ser factible, que cancelarais la reserva correspondiente a FDW8B5H.
No cabe decir que preferiría poder volar con mi acompañante tal y como estaba previsto y no tener que cancelar esta segunda reserva también.
Espero vuestra pronta respuesta y que ésta sea de lo más satisfactoria.
Gracias,
Ricardo
***
Estimado Sr. Paredes:
Gracias por contactar con nosotros.
Le rogamos acepte nuestras disculpas por todas las molestias e inconvenientes que le haya podido ocasionar el reajuste horario de su vuelo.
Efectivamente, su vuelo 4527 se reajustó, pasando de hora de salida 13.45 a 16.00; por tanto, se le ofreció, como le corresponde según derecho comunitario, o bien un cambio gratuito o bien el reembolso de su reserva. Ante dicha elección, usted eligió el reembolso, como bien señaló en la respuesta al cuestionario. Lamentablemente, desde el momento en el que usted marca una respuesta (independientemente de que conozca en profundidad el idioma en el que se le envíe), está usted aceptando y generando una respuesta vinculante a una oferta. Quizá hubiera sido recomendable en su caso buscar a alguien con un nivel decente de inglés, para que le avisara sobre qué estaba usted respondiendo. Pero desde el momento en el que usted toma una de las opciones ofrecidas, antes de ponerse en contacto con nosotros si no puede entender dicho correo, esa decisión es vinculante y por desgracia no puede deshacerse.
El reembolso del importe de sus vuelos ya ha sido tramitado y llegará a la a la misma cuenta de la tarjeta de crédito con la que usted efectuó el pago originario de su billete en unos días.
Asimismo, en lo referente a la otra reserva que realizó (la correspondiente al localizador FDW8B5H), usted compró dichos billetes a nombre de otro pasajero varios días antes de que el vuelo 4527 se alterara de horario. Por lo tanto, eso es un billete completamente válido, en vigor y que debe ser utilizado o cambiado de nombre, aplicando las tasas de cambio correspondientes. No hay ningún lugar posible a devolución alguna, ya que, como usted bien sabe dado que aceptó las condiciones de transporte antes de realizar la compra, funnyJet es una compañía no reembolsable.
Por último, es mi obligación comentarle que al enviarle un correo electrónico en inglés no pretendemos faltarle al respeto, como usted considera, por no remitirle dicha comunicación en un idioma oficial del Estado Español, sino que debe comprender que, en primer lugar, somos una aerolínea británica, y en segundo, que se han producido una gran cantidad de reajustes horarios y cancelaciones de rutas para la temporada de invierno en toda Europa que aseguran la operatividad de la aerolínea. Naturalmente, las notificaciones se envían en los idiomas principales de la Unión Europea (encontrándose, lógicamente, el castellano entre ellos), pero comprenda que pueden producirse errores a la hora de enviar las notificaciones. En todo caso, cuando se produce un error, se envía en inglés, el idioma considerado “lingua franca”, que asegura una correcta decodificación del mensaje sea cual sea el país de destino.
Quisiéramos reiterarle una vez más nuestras más sinceras disculpas por el inconveniente ocasionado.
Le agradecemos una vez más que se haya puesto en contacto con nosotros y quedamos a su entera disposición para cualquier consulta adicional.
Atentamente
Raúl P.
funnyJet Atención al Cliente
***
Estimado Sr. Raúl P.,
Gracias por responder a mi reclamación.
Acepto sus disculpas pero entienda que estoy reclamando buenas intenciones y que una respuesta cordial, con un apunte sarcástico, no saciará el motivo de mi queja.
Siguiendo el hilo, comentarle que la empresa para la cual trabaja ha cometido varios errores que le han arrastrado a usted a otros. Usted asume y explicita lo siguiente, permítame que transcriba parte de su respuesta, “Naturalmente, las notificaciones se envían en los idiomas principales de la Unión Europea (encontrándose, lógicamente, el castellano entre ellos), pero comprenda que pueden producirse errores a la hora de enviar las notificaciones”. Le aseguro que soy muy comprensivo y sé que los errores tienen cabida en cualquier quehacer humano. De hecho, yo mismo incurrí en un error como consecuencia de este primer error de funnyJet, éste no fue otro que acceder a una página con opciones vinculantes e irreversibles cuyo idioma es el inglés, lengua que, como muy bien sabe, no tengo un nivel “decente”. Así que entenderá que comprendo perfectamente que se cometan errores, desearía que esta comprensión fuera mutua y que su compañía entendiera los errores que cometen sus clientes, más aún si el error viene generado por un error previo en el idioma de emisión de comunicados a los clientes. Puesto que los errores están para corregirse, mi deseo es que ustedes, como incursores iniciales, reviertan la cancelación de mi reserva FDR754F o me asignen otra de igual condición.
Le avanzo que no confío en sus buenas intenciones leído lo leído hasta hora y vistas las pocas facilidades para atender a los clientes de las que disponen. La llamada telefónica de atención al cliente tiene un coste de 0,87€, establecimiento al margen, si se realiza desde un teléfono móvil. Casualmente, esta información no está disponible en su página web, podrían añadirla, pero en la locución del contestador de funnyJet se escucha perfectamente.
Dado el caso de no revertir la cancelación de dicha reserva, mi deseo no es otro que cancelen la otra reserva que realicé cuya referencia es FDW8B5H. Según usted, esta reserva es, de nuevo transcribo sus palabras, “un billete completamente válido, en vigor y que debe ser utilizado o cambiado de nombre, aplicando las tasas de cambio correspondientes. No hay ningún lugar posible a devolución alguna, ya que, como usted bien sabe dado que aceptó las condiciones de transporte antes de realizar la compra, funnyJet es una compañía no reembolsable.” Si eso fuera así yo jamás podría haber cancelado la reserva FDR754F, puesto que las condiciones, exceptuando el importe, eran exactamente las mismas.
Yo compré ambas reservas distintos días pero para el mismo vuelo, sin modificación alguna de horarios, como muy bien usted sabe, puesto que, permítame por última vez transcribir sus palabras, que las uso por ser gratamente reveladoras, afirma que “usted compró dichos billetes a nombre de otro pasajero varios días antes de que el vuelo 4527 se alterara de horario”. Como muy bien usted dice yo adquirí un vuelo sin modificación horaria. Permítame que le diga que han incurrido en otro error, puesto que es un billete cuyas condiciones han sido modificadas con posterioridad a su adquisición, por tanto, debo tener el derecho a cancelarlo tal y como hice con el otro. Aprovecho para decirle que me ha extrañado mucho que no se me haya notificado esta nueva situación de cambio de horario de la reserva FDW8B5H como si se hizo con la reserva FDR754F, idioma al margen.
Da que pensar. Si le soy sincero, he llegado a pensar que se estaba tratando de un fraude, pero creo que finalmente van a enmendar esta lamentable concatenación de errores.
Sin más, termino la presente misiva y me dirijo a usted por última vez agradeciéndole su atención y profesionalidad.
Espero una pronta y satisfactoria respuesta.
Ricardo P.
***
Estimado Sr. Paredes:
Gracias por contactar con nosotros nuevamente.
En primer lugar, le transmito mis disculpas si ha considerado que mi correo de contestación contenía un apunte sarcástico. A veces la comunicación escrita impide los matices que denotan la intención de las expresiones. Le aseguro que no era ésa ni mucho menos mi intención.
En segundo lugar, hace dos días, como bien sabe, denegué el reembolso de la reserva FDW8B5H. Le explicaré por qué. Cuando hemos de acceder a una reserva, en nuestro programa informático, junto a la línea de vuelo, donde figura número de vuelo, itinerario y hora de salida y llegada, si sucede una alteración —como la cancelación que nos ocupa— aparece un símbolo a la derecha. Dicho símbolo no estaba ahí hace dos días, motivo por el cual, lamentablemente, rechacé el reembolso de dicha reserva. Al recibir hoy su correo, he vuelto a entrar en la reserva y ese símbolo sí aparece ahora. Extrañado, he acudido a una base de datos especial donde figura un registro de correos electrónicos enviados a los pasajeros, y aparece que se le envió un correo, pero no aparece ninguna fecha al lado, como debería, reseñando la hora y día de envío del correo electrónico de aviso de alteración de la reserva.
Ambos datos me inducen a pensar que el pasado jueves no toda la información estaba disponible, por lo que rechacé el reembolso cuando estaba usted habilitado a tal efecto. Le ruego nuevamente que acepte mis disculpas.
He tramitado ya la devolución del importe de la reserva FDW8B5H por valor de 255,98€ a la misma cuenta de la tarjeta de crédito con la que usted efectuó el pago originario de su billete. Dicha cantidad cubre el importe total de sus gastos de vuelo y se le ingresará en su cuenta en los próximos 15-20 días hábiles.
Quisiéramos reiterarle una vez más nuestras más sinceras disculpas por el inconveniente ocasionado.
Por último, me gustaría reseñarle que en lo relativo a los gastos telefónicos desde teléfono móvil, en nuestra página web se informa de lo siguiente: “Atención al Cliente: 807… (coste de la llamada: €0,41 por minuto; las llamadas desde móviles u otras redes pueden resultar más caras)”
Le agradecemos una vez más que se haya puesto en contacto con nosotros y quedamos a su entera disposición para cualquier consulta adicional.
Atentamente
Raúl P.
funnyJet Atención al Cliente
***
(Y algunos meses después…)
¿¿¿CUÁNDO VAIS A REALIZAR EL INGRESO DE LA CANCELACIÓN DEL BILLETE??? Quiero celebrar los tres meses de la cancelación y mi deseo era hacerlo con el dinero. Caprichos de la vida, resulta que es mi dinero y no el vuestro, que debéis ingresar en la cuenta que corresponde con la tarjeta que efectué el pago del tan epopéyico billete.
Yo no habré viajado, pero el periplo del ingreso tiene tela.
Imagino que lo hacéis para entretenernos, os lo agradezco de verdad, pero no es necesario, puesto que tengo múltiples menesteres a lo largo del día.
Por favor, no me repitáis que el departamento de finanzas está estudiando mi caso. 52€ no merece un estudio de más de dos meses. Si así fuera, entiendo que exista una crisis financiera global, puesto que las compañías se encuentran en manos de auténticos ineptos. Todo esto lo digo sin acritud y desde el más sincero de los respetos.
Un saludo y ¡buen año!
Es la enésima notificación que os hago llegar por un trámite habitual para una compañía como la vuestra. Por favor, si no estáis capacitados, contratad personal cualificado que hay mucho paro, coño.
P.D.: sería un detallazo que se realizara el ingreso antes de las fiestas de navidad, así podría comprarle un bolso muy mono a mi madre, que se lo merece.
Gracias, pocas eso sí.
Una historia de ficción que podría ser increíblemente real.
CONTINUARÁ…
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