Escrito por: Actualidad Cine Festivales

Berlinale 2024 | Una desafiante «cocina» aterriza en La Berlinale

La película del mexicano Alonso Ruizpalacios La cocina se estrenó el pasado 16 de febrero en La Berlinale, Festival Internacional de Cine de Berlín. Es una de las dos cintas latinoamericanas que compiten por el Oso de Oro que anualmente entrega el certamen.

En La cocina, el filme más reciente del mexicano Alonso Ruizpalacios, se hace imposible soñar y por el contrario se vive al ritmo de una pequeña máquina que imprime incesante las órdenes de los comensales. En ese espacio, decenas de trabajadores se convierten en piezas que engranan una máquina que produce comida sin parar en un concurrido restaurante de Nueva York (EE. UU.).

Es allí, en esa cocina industrial, donde el director encuentra el escenario idóneo para lanzar su crítica al capitalismo, y también donde retrata el universo masculino moldeado por la migración y la búsqueda del sueño americano. Protagonizada por la estadounidense Rooney Mara y el mexicano Raúl Briones, la película se estrenó el viernes (16 de febrero de 2024) en el marco de La Berlinale, Festival Internacional de Cine de Berlín, y es una de las dos cintas latinoamericanas –de las 20– que compiten por uno de los osos de oro en este certamen.

La cocina es la cuarta película de Ruizpalacios, director de las premiadas Güeros (2014), Museo (2018) y Una película de policías (2021). El filme es una adaptación libre de una obra de teatro de Arnold Wesker de 1957 y también está basado en una experiencia personal de Ruizpalacios como empleado de un restaurante en Londres.

Desde el principio, la película nos presenta a Estela (Anna Díaz), una joven que llega a Estados Unidos en busca de Pedro (Briones), un amigo de la infancia, quien trabaja en un gran restaurante y puede ayudarla a conseguir empleo en ese lugar, a pesar de estar indocumentada y de no hablar inglés.

Después de una pseudoentrevista con el gerente, consigue el trabajo, pero su primer día en la cocina no será sencillo, pues han desaparecido 800 dólares y por ello la administración del restaurante va a iniciar una investigación que involucra a los trabajadores. Tras encontrarse con Pedro y convencerlo de que es amiga y conocida de su familia, él acepta trabajar con Estela ese día en su cocina y, de esa forma, la joven se convertirá en testigo de todo cuanto allí ocurra.

Pedro es un chico problemático, pero a la vez es querido entre sus compañeros, con quienes a momentos ríe o a quienes a momentos agrede desmedidamente. También es un soñador y está enamorado de Julia (Mara), una camarera del restaurante que espera un hijo suyo, y que planea abortar. Él sueña con la posibilidad de hacer una familia con Julia y, para ello, necesita legalizar su situación en Estados Unidos. Por eso no tiene otra que quedarse trabajando en la cocina esperando que su jefe cumpla su promesa de ayudarle a conseguir los papeles. Su sueño podría convertirse en una pesadilla cuando se entera de que sospechan que es él quien robó el dinero.

Matizada con reflexiones sobre los sueños, el capitalismo y el tiempo, la cinta está rodada soberbiamente en blanco y negro y acompañada de fondo con una sinfonía en la que las estufas, los sartenes, el golpeteo de los utensilios, la comida cocinándose, las voces, los pasos y todo cuanto ahí tenga capacidad de emitir sonido se tornan frenéticos conforme llega la hora punta del restaurante.

Como si alguien hubiera apretado el acelerador, parar un momento en esa cocina no es una opción, ni siquiera cuando un río de Coca Cola Cherry ha inundado descontroladamente el lugar. Se trata de una propuesta en la que Ruizpalacios se arriesga y desafía al espectador llevándolo al límite en diversos momentos a lo largo de los 139 minutos que dura el filme.

Esa intensidad con la que retrata la cocina está también presente en algunos de los diálogos de sus personajes que van subiendo de tono conforme van bromeando, hablando de mujeres o sobre sus deseos, develando así un fuerte machismo y racismo interiorizados. Ruizpalacios recurre una vez más a esa fórmula para su escena final, cuando, producto de un ataque de nervios, Pedro estalla, agrede, se autodestruye y destruye esa cocina que ha sido su hogar los últimos años.

Punto alto para Briones, quien a lo largo de la película interpela e incomoda con su interpretación logrando así –junto con el director y sus compañeros– convertir esta cinta en un surtidor de emociones e interrogantes sobre lo que este sistema provoca en quienes migran a otro país en busca de trabajo y donde están condenados a convertirse en una pieza más de esta enorme máquina en la que se ha convertido la vida.

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