Escrito por: Actualidad Imprescindibles

Resaca (y de las malas). Crónica de la noche electoral y por qué no debemos llamar neonazis a la AfD

La noche del 24 de septiembre en Alexanderplatz, veintiocho años después, se volvió a corear “Wir sind das Volk” (somos el pueblo), aquella proclama de los berlineses contra el represor régimen comunista alemán.  Unas plantas más arriba de la tienda de segunda mano y ONG Humana, la cúpula de la AfD celebraba su goleada democrática, con un 13 % de los votos y unos 90 asientos en el Bundestag. Mientras, rodeaban el edificio los contrarios, gritando “Berlín odia a la AfD” o “Nosotros somos el pueblo”, y sus pancartas contra “nazis”. La protesta resultaba emocionante, pero ¿es realmente inteligente calificar a la AfD, y por ende a sus votantes, así?

Nada más glorioso que ese postre de noche electoral para el partido retrógrado de la posverdad. La imagen de los asistentes a la fiesta del AfD escoltados por escuadrones de la Polizei, es, precisamente, de lo más rentable, al retratarse como víctimas ante la ciudadanía y sus votantes.

Son tiempos de sensibilidades a flor de piel; si uno ha votado a AfD porque está harto de que no le llegue la pensión, por ejemplo, y ve en la tele los cientos de gritos —muchos de jóvenes con chupas de cuero o el pelo de colores— hacia quienes le representan y consideran la salvación a su marginación —es decir, ni soy gay, ni soy inmigrante, ni soy vegano, soy un tipo “normal” que necesita encontrar también su voz—, se sentirá igualmente agredido y más del “pueblo alemán” que ninguno. Y lo de llamarle “nazi”, además, es otra gran equivocación. Puede que hasta entre los votantes de la AfD haya familiares víctimas de la brutalidad del III Reich, así como también refugiados de la antigua RDA.

“Cazar” a Merkel

La resaca tras las elecciones alemanas incluye la mención sin freno de términos imprecisos en redes sociales y, aún peor, en medios de comunicación. Cuanto más llamemos a la AfD “neonazis” más les estamos haciendo el juego, porque no lo son. El partido dirige sus estrategias de comunicación precisamente al borde de ese precipicio (como cuando ayer Gauland espetó lo de “cazar a Merkel”) para llamar lo más posible la atención. Lo importante es que cale un sentido identitario, y si es a partir de lo políticamente incorrecto, mejor, porque a más llegará.

Esa misma noche del 24 de septiembre, los firmantes de esta crónica participamos en una charla en vivo para un medio de comunicación. Antes se nos explicó que la mayor parte de la misma versaría en torno a la “ultraderecha” o la AfD. De hecho, durante el directo, nos llamó la atención cómo se referían constantemente al mismo como “neonazis”. Dado que el periodismo tradicional perece, sobre todo económicamente, no es de extrañar que todo el asunto de la AfD sea de los preferidos de los medios. Así ganan unos y otros, menos, claro está, el sosiego y la capacidad de análisis social. Y quizás un tanto de lo mismo ya ocurre desde en Cataluña hasta en Iowa. Nos estamos haciendo un flaco favor.

foto_directo Colaboración vía «Facebook Live» con un medio de comunicación

Cuestión de rigor histórico

De momento, el partido neonazi alemán se llama NPD. Además, la AfD ha adquirido sus asientos en el parlamento sin quemar el edificio ni a golpes con nadie, tal y como sí, y en parte, hizo Hitler para hacerse con un poder total. Así que cuidado. Fijémonos mejor en quienes también “son el pueblo alemán” y los porqués de su voto a la AfD actual.  Sin embargo, no ignoramos que en las filas del partido hay personajes racistas y algunos que piden una revisión histórica, incluso de las barbaridades del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial.

Pilar Requena, excorresponsal de TVE en Berlín durante los veranos de la Reunificación, además de autora del libro sobre Alemania La potencia reticente, analizaba el 24 de septiembre el respaldo a la AfD como un golpe de cierto electorado a la “complacencia” de los grandes partidos que, acomodados, han dejado de resolver ciertas cuestiones que preocupan a la ciudadanía y mucho. Pero ¿cuáles son y cómo se reflejan estas cuestiones en los resultados?

La porquería bajo la alfombra: los porqués del éxito de la AfD

El domingo, el candidato del SPD, Martin Schulz, resumió con visible rabia qué había ocurrido en la jornada electoral: la Gran Coalición habría sido destituida por los votantes y Merkel sería la gran perdedora. Su decisión inmediata de que su partido se quedase en la oposición tras gobernar ocho de los últimos doce años junto a la canciller cristianodemócrata venía a corroborar la idea de que la Gran Coalición funciona como una inyección anestésica en la ciudadanía, que acaba viendo a los partidos tradicionales como una amalgama indistinguible que actúa al margen de sus intereses. Es la idea del “establishment”, frente al que la AfD se presenta como antídoto infalible.

El dinero no lo es todo

Al desencanto con la clase política tradicional se le une, como hemos mencionado antes, el temor a la debacle económica personal de muchos ciudadanos que encadenan Minijobs o no tienen para pagar el alquiler de su vivienda, mientras observan cómo a los solicitantes de asilo se les dan ayudas —discutible es en todo caso que pocos ciudadanos alemanes pasen de verdad angustia existencial—. En cualquier caso, ninguno de los grandes partidos  se ha ocupado en campaña de ofrecer  soluciones al gran problema de los alquileres disparados en las grandes ciudades. Y desde hace un tiempo se tiende a, con cierta soberbia, dibujar a los votantes de la AfD como “pobres tontos” en doble sentido literal, o sea, de clase social desfavorecida y con poca formación. Sin embargo, una reciente encuesta de Der Spiegel apuntaba en la dirección contraria: una mayoría de sus votantes son de clase media o acomodada y de un nivel formativo medio o alto.

¿Y si no es solo el dinero, entonces qué mueve a personas muy conservadoras o simplemente a quienes quieren protestar contra el sistema a votar a la AfD? Un factor fundamental es la percepción de que existe una amenaza cultural o —en términos simplistas, una “guerra de civilizaciones”—. O sea, el temor a la desaparición de esa Alemania del pasado más o menos uniforme culturalmente, que ahora ven diluida en un multiculturalismo por el que nadie les ha preguntado. No nos ha de extrañar, por tanto, que la AfD hable de una “cultura predominante” (Leitkultur) a la que los inmigrantes se han de adaptar.

La ultraderecha coquetea con lo gay

Muchos se preguntan cómo es posible que una de las candidatas estrella de la AfD fuese una mujer lesbiana, empresaria de éxito, con residencia en Suiza y que comparte dos hijos con una mujer de origen ceilandés. La clave está en este factor cultural del que hablamos. Se trata de la misma estrategia utilizada por el Front National, basada en la primitiva ecuación “el enemigo de tu enemigo es tu amigo”, por la que los homosexuales son bienvenidos en la extrema derecha que los protegería, según dicen, del Islam. Esto explica, en parte, por qué el partido de Le Pen obtiene el voto mayoritario de los hombres homosexuales en Francia. En Alemania, el periodista homosexual David Berger defendiendo su voto para la AfD.

El salvaje Este alemán

El último gran factor a tratar es el “factor Este”. En los estados federados que formaban parte de la antigua república comunista, la AfD ha conseguido porcentajes de voto muy elevados. En Sajonia —cuya capital, Dresde, asiste desde hace años a las manifestaciones xenófobas semanales del movimiento PEGIDA— el partido ultraderechista ha conseguido ser la primera fuerza política, por delante de la CDU de Merkel. No nos ha de extrañar, por tanto, escuchar ciertos comentarios despectivos —que nos retrotraen a los años noventa— acerca de lo inadaptados o directamente estúpidos que son los ciudadanos del Este. Insultar es sin duda sencillo, hacer un análisis y buscar culpables de cómo una de las regiones que más desarrollo ha vivido en los últimos veinte años en Europa se muestra tan contraria al establishment es mucho más complejo.

Pilar Requena indicaba en su libro que tras la caída del Muro habría que haber “enviado un ejército de psicólogos a la Alemania del Este”. El historiador Heinrich August Winkler señala también el gran error de no haber hecho más pedagogía democrática en un territorio que durante años sufrió la dictadura, y en el que él cree que la gente es más propensa a decantarse por opciones autoritarias.

Quienes firman esta crónica creen, además, que la sociedad se olvida de que a los alemanes del Este se les pidió en pocos meses que aceptasen un cambio fundamental en su sistema de valores y en sus proyectos vitales. Y cuando el paso del socialismo al capitalismo aún no estaba digerido, llegó el momento de asumir el multiculturalismo y dejar atrás la idea de la Alemania cultural más o menos homogénea de la Reunificación. Si además tenemos en cuenta que en el Este alemán apenas hay inmigrantes, no nos ha de extrañar la proliferación de la xenofobia como herramienta para buscar culpables.

La resaca electoral va a durar mucho tiempo, para algunos convertida en pesadilla en vigilia.  Medios y sociedad seguirán alimentando el morbo de los “nazis” de la AfD y lanzando munición a sus cañones de miseria moral, por su parte la ultraderecha intentará dirigir la agenda pública hacia sus postulados, para intentar decidir quién es finalmente “das Volk”. Y mientras tanto, los problemas se seguirán pudriendo bajo la alfombra.

Texto: Lara Sánchez y Juanfran Álvarez  para Berlín Amateurs © septiembre 2017
Vídeo: Lara Sánchez
Fotografía: Nicolaus Fest (CC BY-ND 2.0)
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