Escrito por: Actualidad Alemania Sociedad

¡Demasiada ropa, demasiada basura!

Vivimos en una época de excesos. Se produce, se consume y se desperdicia de todo continuamente. Uno de los sectores en los que más se notan las exageraciones de esta sociedad consumista es el de la ropa. Entre el año 2000 y 2015 se duplicó la producción anual de prendas de vestir en el mundo. Nunca se había producido tanta ropa —¡hay tiendas por todas partes!— y nunca antes se había desechado en las cantidades actuales.

Por una de esas cosas absurdas de esta época, es más barato comprar una blusa nueva en tiendas como HM, Primark o similares, de mala calidad pero de última moda, que una blusa de segunda mano aunque de mejor calidad, en una de esas tiendas vintage que hacen famosa a Berlín. Algo que da la impresión de que nunca deja de crecer en la ciudad: las que antes simplemente se llamaban “de segunda mano” ahora se hacen llamar simplemente vintage. Una lástima, ya que este cambio de nombre ha venido aparejado con un aumento de los precios. Por eso, no es raro que los consumidores prefieran gastarse 10 euros en algo nuevo en vez de 20 en una prenda usada.

Los bajos precios y la mala calidad de la ropa nueva explica también el hecho de que la gente tire la ropa con tanta facilidad. Porque es ropa desechable. Cuando uno paga un precio ridículo por un pantalón, no le importará arrojarlo y comprar otro nuevo en la temporada siguiente. Y como con cada temporada aparecen nuevos modelos de zapatos, carteras, vestidos, los del año pasado van a dar fácilmente al contenedor de ropa vieja.

En mi caso concreto, no me había dado cuenta de la cantidad de ropa que descarta la gente, y la frecuencia con la que lo hace, hasta que en mi barrio, Prenzlauer Berg, pusieron uno de estos contenedores instalados por organizaciones humanitarias que se supone que la lavan, la arreglan y la llevan a las instituciones de caridad. O la venden en sus propias tiendas de ropa usada. Incluso a veces también como vintage.

Al principio, había solamente un contenedor que era vaciado una vez por semana. Pero pronto, antes de dar por terminada la semana, el contenedor no daba abasto. Entonces llegó un segundo contenedor. Y comenzó a suceder los mismo: en pocos días ambos rebosaban, con ropa desparramada a su alrededor.

¿Se imaginan lo que pasó después? Un tercer contenedor hizo su aparición. Con un probable futuro similar al de sus hermanos mayores.

No estoy sugiriendo que los contenedores estimulen el derroche, y que a más depósitos de ropa usada que pongan, más ropa tirará la gente. Pero en cambio sí creo que dan una buena indicación del nivel de desperdicio que genera esta sociedad. Y no sucede solamente con la ropa, el plástico es otro buen ejemplo. Antes de que se empezaran a separar los desechos domésticos, no nos dábamos cuenta de que un alto porcentaje de la basura de la cocina lo componían los empaques de plástico en el que vienen envueltos hoy prácticamente todos los productos que se compran en el supermercado. Ahora que existen depósitos separados para el plástico desechable podemos apreciar mejor su volumen.

Igual pasa con la ropa. Antes la gente la tiraba con el resto de la basura y no era fácil cuantificarlo. Ahora que la desechamos en contenedores con la esperanza de que alguien con menos recursos la use, ignorando que, con suerte, solo un 25 % se salvará. Según estadísticas de Greenpeace, del total de ropa que se descarta en el mundo, solo una cuarta parte se recicla de uno u otro modo.

La moda es una de las industrias más sucias que existen. Después del petróleo, la industria textil es responsable del 10 % de las emisiones globales de dióxido de carbono. Por no hablar de las cantidades de químicos que requiere el procesamiento de los textiles, y que terminan en ríos, mares y océanos.

Volví a pasar junto a los contenedores. En el suelo había un par de jeans, en apariencia en buen estado, aunque quizá no lo suficientemente buenos para el “sin techo” que pasó unas horas antes y prefirió no llevárselos. Estos pantalones seguramente no sean puestos en venta en una tienda vintage de Berlín. Y si en los próximos días no aparece nadie interesado en usarlos, serán desechados (con la mayoría de las prendas-basura que había en ese momento ahí) en un basurero ordinario, serán incinerados, convertidos en un poco más de CO2 para la atmósfera. A nadie se le pasará por la cabeza hacer la cuenta de la cantidad de agua, de productos (algodón, químicos) y de trabajo humano e industrial que se necesitó para confeccionar esos pantalones. Según cifras de Greenpeace, un solo par de jeans requiere cerca de 7000 litros de agua para su fabricación.

Y al menos esos pantalones eran de algodón, que es un material biodegradable. La mayoría de las prendas que la gente compra hoy y desecha poco después son de nylon, poliéster, licra, tejidos más baratos hechos a base de petróleo que no se degradan nunca en el ambiente.

Los alemanes tienen fama de ser recicladores ejemplares. Y es cierto que aquí todo el mundo deposita sus desechos en donde debe ser. La ropa vieja, las botellas y empaques plásticos, todo es dejado en su sitio. En materia de reciclaje, este es el país más eficiente de Europa. Lástima que a fin de cuentas tanta eficiencia no sirva para gran cosa. Porque Alemania es también el país de Europa que más basura produce. Y ni basura, ni el plástico, ni los textiles, que son los que más volumen generan, no llegan a reciclarse como nos hacen creer.

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