PRIMER DÍA
Una estación de coches de alquiler en el inhóspito final de la Karl-Marx-Str., Berlín: pocos lugares te invitan mejor a colocarte las gafas de sol, arrancar y dejar atrás la ciudad. Este es el punto inicial de un viaje que nos llevará al sur de Alemania, a la soñada Baviera y a sus montañas, a un impresionante castillo en la frontera con Austria, al lago de Constanza, a Stuttgart, tierra del automóvil y del vino; al río Rin y al Manhattan teutón.
Pero arranquemos ya: nos esperan kilómetros y kilómetros de autovía, carreteras de montaña y caminos que llevan a pueblos medievales. Un viaje a los restos del pasado alemán, a la cuna de su potencia económica, al orgulloso sur. ¡Que empiece el viaje!
1. Bamberg
Dejo atrás Brandeburgo y sus molinos de viento, sintiéndome como una pequeña tortuga a 140 km/h en las aceleradísimas autopistas alemanas. Así llegamos a la región bávara de Franconia (Franken), donde los vecinos de pequeños pueblos junto a la carretera han plantado enormes pancartas con las que protestan contra la construcción de un nuevo tendido eléctrico. La carretera se adentra en el monte y –¡por fin!– se avistan las montañas. Detras de ellas, Bamberg.
Se trata de una pequeña ciudad de construcción medieval. Al llegar al corazón de la ciudad encontramos su ayuntamiento, que se apoya en una isla artificial, construida en la Edad Media sobre el río por los vecinos que no querían cederle terreno, y cruzada por un puente que atraviesa el consistorio. Tras dar un paseo por la ciudad, paramos en el Café am Dom, donde con buen criterio recomiendan probar su tarta Pralinentorte. El personal es amable, sonríe y te recuerda así que el norte alemán queda lejos. El precio a pagar es su conservadurismo: el café está lleno de gentes con atuendos atribuibles al sastre de Merkel.
2. Núremberg
Núremberg es la capital de Franconia esconde una historia fascinante que comienza en el medievo y abarca hasta el nacionalsocialismo. Nos adentraremos en su centro histórico –rodeado por un foso amurallado– a través de Fürther Tor, para descubrir que aquí no se vive solo del pasado: en la plaza Jakobsplatz se está celebrando el Christopher Street Day (Día del Orgullo). Continuamos a través de calles sinuosas, en todos los rincones se toca música y se respira un ambiente festivo. Se puede disfrutar de un pequeño concierto gratuito en Trödelmarkt. Pocos minutos a pie después encontraremos el bullicioso Hauptmarkt (en el que cada año tiene lugar el archiconocido mercado navideño, el Nürnberger Christkindlsmarkt). También aquí se están celebrando conciertos y la multitud disfruta de la cerveza franconia. Recomiendo desde este punto subir hacia la Rathausplatz y continuar hasta el castillo.
En el camino me vi sorprendido por un furgón de la Cruz Roja Bávara, que no alemana; y un grupo de ebrios portadores de los míticos Lederhosen (pantalones de cuero). Entre tanta música, multitud y ambiente de festival de agosto no puedo evitar pensar que me encuentro en la Edimburgo bávara. Pero lo mejor está por llegar: nos vemos sorprendidos por una marea de personas que traen consigo enormes “botellines” de litro de una estupenda cerveza. Siguiendo la corriente hasta su fuente original descubrimos la Hausbrauerei Altstadthof, un mítico lugar de peregrinaje cervecero, donde el autor se hizo de un magnífico “botellín” que lo acompañó hasta la cima junto al castillo –a partir de aquí no se hace responsable de lo escrito–.
Desde el castillo se divisa la ciudad medieval en un magnífico atardecer, tras el cual descenderemos agotados la montaña, a través de túneles y temibles puertas de hierro, hasta el lugar donde pasar la noche.
SEGUNDO DÍA
Imposible abandonar Núremberg sin haber visitado los restos de la explanada de los Congresos del Partido Nazi. Resulta sorprendente lo integrado que el conjunto está en el paisaje urbano: donde antes la multitud enloquecida exaltaba al Führer, ahora se practica deporte. Pero la inmensa tribuna desde la que Hitler hablaba sigue intacta. Realmente es estremecedor contemplar la puerta por la que él salía, bajando la escalinata hasta el podio en el que se dirigía a la multitud.
Justo el día anterior se cumplían ochenta años de la muerte del presidente de la República de Weimar Paul von Hindenburg, momento en el que el entonces canciller y Führer Adolf Hitler se convertía también en presidente. Ante tan sombrío pasado han surgido debates en torno a la conservación del monumento: ¿Dejarlo caer a pedazos o gastar dinero público en su restauración? Finalmente se está optando por una restauración de emergencia, que permite acceder al sombrío podio, donde algunos visitantes leen, serios, los paneles de información, mientras otros alegremente se sacan fotografías. Aún más chocante resulta la situación de un Burger King en un edificio sobre el que aún se aprecia la silueta del emblema nacionalsocialista. Para interesados en la oscura historia del nazismo existe un centro informativo en el inacabado Teatro del Congreso del Partido.
3. Rothenburg ob der Tauber
Más al sur, siguiendo la carretera secundaria, nos encontramos la pequeña ciudad medieval de Rothenburg ob der Tauber, que con sus doce mil habitantes se ha convertido en una Disneylandia para el millón y medio de visitantes que cada año recorren sus calles. Si bien la algarabía puede resultar poco atractiva, merece la pena visitar este pueblo que históricamente fue un bastión rebelde (a favor de los campesinos en las revueltas de 1525 y con los reformistas anticatólicos).
En toda su historia la ciudad solo estuvo una vez en verdadero peligro, durante la Guerra de los Treinta Años en el siglo XVII. Se afirma que el alcalde de la ciudad ganó una apuesta al general rival, bebiendo 3,25 litros de vino de una sola vez, hecho que celebran una vez al año en la fiesta popular del Meistertrunk , no apta para enemigos del alcoholismo.
Tras visitar Rothenburg, merece la pena perderse por las carreteras de Franconia, y observar los apacibles pueblos coronados por las características cúpulas de las iglesias bávaras. Es aquí donde empieza la Romantische Str., un recorrido en carretera a través de idílicos pueblos y ciudades de Baviera que nos llevará hasta el mítico castillo de Neuschwanstein. Pasaremos por incontables poblaciones, dejaremos a un lado la ciudad de Nördlingen, así como Donauwörth junto al Danubio y Augsburgo. En Landsberg se recomienda una parada para contemplar los enormes “escalones” que salta el caudaloso río Lech con un estruendo formidable. Junto al cercano pueblo de Asch, encontramos una iglesia parroquial en medio de la nada, rodeada de felices vacas –casi podrían tocar el coche–. A lo lejos se pueden ver las montañas donde se esconden los pueblos de Schongau y Füssen, un preludio de los Alpes.
4. Füssen
En mitad de un tremendo chaparrón encontraremos Füssen, ciudad que sirve de lanzadera para los miles de visitantes del castillo cercano y donde pasaremos la noche. Importante: las entradas para los castillos han de sacarse a las ocho de la mañana o te espera una inmensa cola y una visita vespertina. Antes de partir recomiendo una parada en la panadería Höffer’s, cuyo pan amasado a mano es una excelente opción para desayunar. Las calles están impecables: un vehículo de limpieza gigante consigue en dos pasadas eliminar el único papelito que se podía encontrar en todo el pueblo. En el aire flota un aroma de pan y a bosque mojado. El viaje puede continuar.
En la segunda parte os presento el impresionante castillo de Neuschwanstein y la locura estética de su regente, la bajada al lago Constanza y a la región de vinos, Stuttgart, Maguncia y, finalmente, Fráncfort del Meno. Podéis leerlo ya aquí.
Texto y fotografía: Juanfran Álvarez Moreno © Berlin Amateurs – agosto 2014
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