La Habitación del Silencio no es la última superproducción de Hollywood del género de terror. Ni siquiera el actual best seller de Stephen King. Ni el próximo disco de la excéntrica Björk. Sino un espacio abierto y laico en una localización representativa de la ciudad. Una idea original de 1988 cuya semilla fue plantada después de la unificación en 1990 y que finalmente germinó el 27 de octubre de 1994 auspiciada por sus fundadores: “El Grupo Patrocinador del Lugar del Silencio en Berlín, asociación registrada”, con apoyo del Senado. Aquí no hay lugar para ideologías, razas, religiones, fundamentalismos, orígenes o colores de piel concretos. Se ruega permanencia pacífica y silenciosa. Olvidemos las diferencias humanas por unos momentos en este arreglo neutral y sencillo.
La Habitación del Silencio de Berlín imita la sala de meditación instalada en 1954 por el secretario general de la ONU –Dag Hammarskjöld– para sus colaboradores en el edificio de Naciones Unidas en Nueva York. El uso de la sala es el que su usuario quiera darle siempre que se respeten los mínimos esenciales, aunque sean dos los objetivos propuestos: uno, el simple, destinado a la relajación y a la recuperación frente el estrés urbano. Y el otro, motivar, inducir al pensamiento de tiempos dolorosos de un pasado no muy distante, o de momentos futuros alentadores.
El silencio, un poder de concentración sobre lo esencial
Meditar, rezar, dar gracias en un espacio simbólico que invita a la tolerancia y predispone contra la violencia. Se sube así un peldaño en la espiral, en la escalera de caracol interminable hacia la paz. Diez sillas. Dos cojines a modo de poof en el suelo. Cuatro mesas. Cortinas blancas cubren tres de las paredes. Un tapiz oscuro –obra de Ritta Hager, Budapest– con un sol esperanzador en medio como único elemento decorativo en la cuarta pared. Un foco ilumina el tapiz. Y una piedra blanca de unos 50 centímetros de diámetro en el suelo. ¿Qué hará aquí esta piedra? De estos elementos se compone la Habitación del Silencio de la Puerta de Brandeburgo.
Un lugar que no podemos catalogar de concurrido: una chica rubia con gorro de lana azul parece recitar interiormente una oración; tres damas distinguidas –una hasta con sombrero de ala– curiosean al otro lado del cristal de la puerta insonorizada sin atreverse a franquearla; un señor, entre sorprendido e indeciso sobre si permanecer o irse; una pareja rolliza, el típico par de turistas curiosos que no quieren perderse nada. La visita se prolonga más de lo deseado y mientras ella se atusa las manoplas infantiles que lleva puestas, invita a su hombre a la salida con un elocuente movimiento de cabeza. Él la ignora. Ella insiste, y antes de que pierda los estribos –los nervios ya iban por ese camino– se van. Son las cuatro. La sala cierra. La chica rubia con gorro de lana azul es advertida de que el tiempo de visita se ha agotado. Un vigilante comprueba que las ventanas están cerradas. Un rumor de tacones en la planta de arriba. Y fuera, el murmullo susurrante del tráfico pretendidamente aislado.
Esta cámara insonorizada se ubica en Pariser Platz 8, en un lateral de la Puerta de Brandeburgo. El arquitecto Langhans ideó la Puerta de Brandeburgo hace más 200 años como un edificio que representara el triunfo de la paz. Monumento que culminó con la cuádriga de Schadow capitaneada por Eirene, diosa de la paz. Incluso Marte –dios de la guerra inequívoco– en la escultura lateral enfunda la espada. La Puerta de Brandeburgo fue durante la guerra fría símbolo de la ciudad y del mundo dividido. La caída del muro significó un futuro común y pacífico para Alemania y este sitio pretende reforzar ese espíritu. Abierto todos los días a partir de las once y hasta las cuatro o las seis de la tarde atendiendo a las exigencias de cada temporada. Pero lo cierto es que la gente no quiere meditar, ni estar sola, ni en silencio. Habría que aleccionarlos antes, porque no saben.
Raum der Stille Pariser Platz 8 www.raum-der-stille-im-brandenburger-tor.deCAI © Berlín Amateurs 2010, revisado 2014
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