Llegué de Colonia en el 2006, con dos maletas, la imprenta, el Macbook y dos sillas. Cuando finalmente conseguí casa en Berlín, me fui a Ikea y de una sola tacada, compré todo. Todo lo que hace falta en una casa; hasta un sacacorchos. Me tiré tres días abriendo cajas y montando muebles. Hasta que se me acartonó la piel de la cara. Literal. “¿Qué podrá ser?”, me dije para mis adentros. Me quedé pasmado. Así, ¡de repente! Las cosas más inesperadas suceden así. Me resigné al instante. Saqué la cámara, el trípode y el disparador a distancia. Odio salir en fotos, pero fue lo único que se me ocurrió. Las primeras eran rudimentarias. Luego retoqué un poco el contraste y la luz y Facebook hizo el resto. Mi metamorfosis no fue tan existencial como la de Kafka ni tan lasciva como la de Philip Roth. Ni tan insólita como la de Nikolái Gógol. Ni insecto ni teta ni nariz. No comparto desdicha ni sorpresa alguna. Ni tampoco drama. Asumí -con la más genuina de las dignidades- mi nuevo “concepto”. Me invitaron a fiestas, a fashions weeks, a estrenos de películas en las que más tarde comencé a salir, me regalaron la ropa de los showrooms con la que me vestían en los reportajes que fueron apareciendo en L’Uomo Vogue, Interview, Vanity Fair o Harpers Bazaar, me pusieron en la lista de Berghain y Watergate, me ofrecieron montones de drogas y hasta Wowereit me invita todavía de vez en cuando a cenar…
Redacción Berlín Amateurs © enero 2013
Sr. Caja © Fotos Wolfgang Krug
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