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«Obediencia»: instalación de Saskia Boddeke & Peter Greenaway en Jüdisches Museum

Avergonzado y estremecido, el mundo contempla el cadáver del pequeño Aylan a orillas de Europa. Este espanto coincide con el anuncio de prórroga, en el Museo Judío y hasta el 15 de noviembre, de la megainstalación de Peter Greenaway y Saskia Boddeke sobre la barbarie de nuestra civilización y sus víctimas más jóvenes.

Decía el esotérico Samael Aun Veor que el diablo vive en Berlín. También que es piedra sin labrar. Al igual que las ruinas que formaron la colina más alta de la ciudad tras los bombardeos de 1945, arrasadores por culpa de la prohibición de rendición de Hitler. No hay en la historia hombre más relacionado con el maligno que el Führer, ni lugar en que el seguimiento a un genocida resultara en semejante destrucción apilada en el monte —Teufelsberg— llamado hoy del “demonio”. El Museo Judío de la capital muestra ahora «Obediencia», una instalación en quince salas donde los artistas Peter Greenaway y Saskia Boddeke relacionan la violencia de nuestra era con el mito de Abraham, quien —por orden de Dios— estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo en una cima de Moriah.

Según la leyenda, el padre no mata al pequeño Isaac. Su temor y sumisión son prueba de lealtad a Dios, quien salva al infante con el cuchillo apenas sobre el cuello. El episodio forma parte de las tres religiones monoteístas —judaísmo, cristianismo e Islam— causantes, paradójicamente, de conflictos de extrema crueldad y numerosas víctimas jóvenes.

Greenaway y Boddeke son padres de una niña, así que no dudan en apelar a nuestra conciencia, cuestionando, de paso, los límites de la fe. De Greenaway, cineasta experimental por antonomasia, decía el crítico de El País, Carlos Boyero, no tener “el genio del que presume” en su reciente afán por digitalizar clásicos del arte. Sin embargo, el británico se luce al crear con su esposa Boddeke, experta de lo escenográfico y lo virtual, esta dramática instalación repleta de formatos y objetos.

En «Obediencia» hay videojuegos y avatares, 200 crucifijos, 19 esculturas de ovejas, 136 cuernos de cabra y decenas de sogas y cadenas, suelos de plumas o piedras, cántaros que lloran la sed —en recuerdo al periplo de Sarah por el desierto— y cientos de caras infantiles autoproclamándose “Isaac”; también una docena de incunables sacros, incontables portadas de periódicos y hasta 300 sables. Los quince ambientes van desde el púrpura al dorado, el rojo o el verde.

Cada uno de los tres credos tiene su sala. En otra de azulejos blancos, similar a la de una morgue, cuelgan las alas de un ángel hechas de manos de látex, obra del chino Xoang Choi. El cordero, ya sea descarriado o redentor, yace en negro dentro de un tanque líquido por Damien Hirst, o frente a un reclinatorio, donde se ve respirar al Agnus Dei de Zurbarán. Vibran las sombras sobre el Sacrificio de Isaac, de Caravaggio, al lado de grabados de Otto Dix y Durero sobre el tema. Greenaway aplica el video mapping a las pinturas, y rinde homenaje, como en The pillow book, al arte ancestral de la caligrafía. Además, como ya es costumbre en él, suena una misma melodía —esta vez de Luca D’Alberto— durante toda la visita.

Conocemos al diablo del siglo XXI en una estancia negra y estrecha; el suelo refleja una intensa luz roja y de sus paredes cuelgan Leds de cifras, sumando las piedras que lanzan a Satán en La Meca. El demonio —de larga y crispada melena pelirroja— gesticula ansioso, cecea al hablar, parece torpe, pero resulta temible. Esta visión pertenece al vídeo principal de la instalación, el de una danza entre Abraham, el ángel y el hijo—quien viste uniforme de Guantánamo— a cargo de la compañía israelí Club Guy & Roni.

Su coreografía, abundante en gestos de espanto o sorpresa, se funde en la sala final del «Sacrificio» con imágenes reales de niños muertos o armados, con la cabeza vendada, salpicados de metralla o huérfanos. Alguno lloran por un puñado de arroz mientras la mujer-ángel del vídeo quiere salvar a Isaac. En una de las escenas más impactantes, un niño que parece de Gaza grita desesperado: “Where is the world?”.

Fuera, a pocas manzanas de esta instalación, el monte de Kreuzberg o “colina de la cruz” da nombre al distrito donde se emplaza. Al igual que la ficticia Moriah y su «Roca fundacional» —supuesto germen del mundo y sus culturas—, al barrio se le conoce como el multicultural berlinés. En él trabajaron, por encargo de los estadounidenses, miles de turcos para la reconstrucción posguerra. Sus hijos y nietos se mezclan hoy con bohemios europeos, jóvenes israelíes, refugiados africanos o sirios, y alemanes recién recuperados del Muro comunista. Es el mundo al que se sale de «Obediencia», uno de plena convivencia.

La instalación «Obediencia» es el primer proyecto de la pareja Greenaway-Boddeke en la capital alemana. Su concepción —según expresa el propio cineasta en su página de Facebook— se debe principalmente a la artista visual, con la que tiene una hija. Ambos residen en Ámsterdam, pero trabajan desde hace veinte años en proyectos multimedia por todo el mundo. Greenaway, célebre por El contrato del dibujante (1982) o El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante (1989), presentó en la Berlinale de este año la película Eisenstein en Guanajuato.

Texto: Lara Sánchez para BA © septiembre 2015
Fotos: Paco Neumann para BA © septiembre 2015
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