“No me veo como un modelo a seguir”
Kai Hermann y Horst Rieck, en su día reporteros de la revista Stern, unieron los pedazos de la niñez rota de Christiane F. y los convirtieron en una historia distintiva de la antigua RFA. O lo que es lo mismo: en un best seller. Christiane F., como parte de la juventud alemana de aquella época, sigue causando fascinación en la del presente.
En su segundo libro de memorias publicado (Christiane F. – mein zweites Leben) relata su vida a partir de la primera novela en la que habló de drogas y prostitución y obtuvo fama mundial. Todo continuó a partir del 28 de septiembre de 1978. Como nos gustaría que pasara con determinados libros, el argumento de Christiane F. se expandió mucho más allá de aquella última página.
Modelo de imperfección
Christiane tenía 15 años cuando contó en una habitación escueta en casa de su abuela, en un pueblo remoto de Schleswig-Holstein al norte del Alemania, aquella brutal crónica que muchos leeríamos años después. Allí y entonces, también comenzaba la segunda vida de Christiane F. Después del cénit de la primera existencia, lo mejor que se le ocurrió a su madre fue llevársela de Berlín. No hubo terapias. En aquel pueblo Christiane se relacionó con profesores y compañeros a los que no entendía –quizá había vivido demasiado para su edad–, añorando Berlín, libertad, aventuras. Durante meses, Christiane von Felscherinow quedó habitualmente con Kai Hermann y Horst Rieck, coautores de Wir Kinder vom Bahnhof Zoo, la primera novela que en España titularon Yo, Christiane F. Hijos de la droga.
Primera vida
Horst Rieck la conoció en el juicio donde Christiane intervenía como testigo en el proceso de un caso de prostitución. En aquel tiempo, la historia que ella tenía que contar era terrible; hoy es el pan nuestro. Una historia de inocencia interrumpida, de niños que consumían heroína, se convertían en adictos, se prostituían y morían. “Ella contaba sin compasión; una chica extraordinaria, de recuerdos muy precisos. Simplemente quería advertir a otros”, explica Kai Hermann en la revista Stern, donde hace unas semanas se publicó un extenso reportaje sobre Christiane F. junto a extractos del nuevo libro.
El manuscrito estuvo en manos de Stern durante semanas. La editorial Rowohlt lo había rechazado por invendible, pues creía que encajaba más en una editorial especializada, aunque echaba en falta un contexto científico. Sin embargo, una mañana Henri Nannen, fundador de Stern, llamó a Kai Hermann. Una semana después la novela comenzaba a publicarse por entregas en la revista. El libro ha vendido ya más de cinco millones de ejemplares en 20 países del mundo.
Ignorando totalmente que aquello podía repercutirle ganancias, quedó impresionada por el éxito. Christiane F. jamás ha tenido que preocuparse por llegar a fin de mes: vive en Berlín de los derechos de imagen por la venta del libro y de la película. Durante poco más de dos años decidió conservar su anonimato hasta que de repente irrumpió en un plató de televisión para promocionar la banda de unos amigos, por lo visto algo muy típico en ella, según afirma Hermann en el reportaje del semanal. A partir de entonces –y quizá para siempre– se convirtió en objeto indefenso de los medios.
La segunda vida de Christiane F.
Después de finalizar la escuela secundaria, inició un módulo de formación profesional como vendedora de libros. Nunca se entendió muy bien con su abuela conservadora–fanática–de–Baviera que incluso vestía Dirndl en Schleswig-Holstein. Así que se mudó a una WG (piso compartido) de músicos salvajes en Hamburgo. Empezaba otra vida: no sin drogas, pero sí sin heroína. Sin embargo, cinco años después de la publicación de Wir Kinder vom Bahnhof Zoo, volvía a estar enganchada (a la heroína).
El segundo libro coescrito por Sonja Vokovic comienza narrando su relación con Panagiotis, un hippy griego al que conoció en 1987 en una playa de la isla de Paros. Él tenía 30 años, cinco más que ella. Unidos por una niñez en la que predominaron las palizas y la soledad, de él aprendió a sentirse mejor en un cuerpo maltratado por las drogas. En las páginas de la segunda crónica reconoce que la primera vez que le miró a los ojos supo que había sido yonqui. “Como pertenecientes a un mundo secreto, los yonquis se reconocen. Quizá porque viven en un mundo que nadie entiende o porque ellos no entienden el mundo del resto. O ambas cosas”.
Ahora recuerda aquellos años como los mejores de su vida. Que él la quisiera tanto, provocó que ella empezara a quererse a sí misma. A pesar de que en su cuenta alemana había en aquel momento medio millón de marcos, le encantó vivir libre como un beduino de isla en isla sin preocuparse del consumo o del dinero. “El dinero no era el problema”. Esta relación la retuvo en Grecia siete años hasta que el amor terminó de forma brutal. Después de aquel intervalo, en 1993 regresó a Alemania.
La peli y la promo por Estados Unidos
La fama de Christiane F. siguió la progresión que el destino le tenía reservado cuando Uli Edel rodó en 1981 el film homónimo que vieron 4,7 millones de personas en el cine. Christiane fue invitada al tour de promoción de la película por Estados Unidos. Admite que quedó fascinada al enterarse de que conocería a Rodney Bingenheimer –con quien se entendió muy bien– de la emisora KROQ, uno de los primeros que pinchó a Blondie, los Sex Pistols o The Ramones. En su primera ronda de entrevistas en los Estados Unidos conoció a Nina Hagen y se hicieron amigas. Un día las dos condujeron el programa de radio junto a Rodney. Un oyente que llamó quiso saber qué música escuchaba Christiane, que por casualidad llevaba un casete en el bolso: 99 Luftballons. Comenzaba entonces la fama internacional de Nena.
No es necesario leer entre líneas. En Christiane F. – mein zweites Leben además cuenta que se pasó una noche esnifando cocaína con la banda Van Halen en una fiesta privada que organizaba AC/DC en un palacio de California. Durante el tour, no pasó mucho tiempo con el director del film, pero menciona que él le ofreció cocaína cuando se lo encontró por casualidad meses después en un vuelo de Múnich a Berlín. “Fuimos juntos tres veces al baño en un trayecto que duraba una hora”.
Poco antes de recaer en la heroína, confiesa que consumía tres gramos de cocaína al día que la ayudaban a soportar la presión de los medios: talkshows en Alemania, Italia y Reino Unido. También narra su descubrimiento del éxtasis (que no existía en Alemania por entonces) y sus estragos: ganas de bailar sin parar y de amar a la humanidad en plan Amélie Poulain. En 1983, mientras pasaba unos días en casa de una pareja amiga, encontró en la cocina una bolsita en la que quedaban algunos restos de polvillo marrón. Se los metió. Solo un orgasmo es mejor que esto, pensó. “Cuánto lo había echado de menos”. Vuelta al círculo vicioso. Descenso a los infiernos. O no.
Por aquel entonces, una amiga de los tiempos de la estación del Zoo la llevó a un piso donde solían quedar otros yonquis. “En una habitación había más de 30 toxicómanos”. En dos semanas, otra vez volvía a necesitar tres o cuatro gramos diarios, lo que provocó su ruptura con el guitarrista de la banda Einstürzende Neubauten, con el que había iniciado una carrera musical como dúo y una relación (como dúo también).
Más tarde, cuando se sentía ya completamente vacía, conoció a Anna Keel, artista y mujer de Daniel Keel, un reconocido editor. Con ellos vivió un par de meses en Suiza. Dos o tres veces a la semana organizaban cenas a las que asistían Federico Fellini, George Simenon, Patricia Highsmith o Patrick Süskind. Los Keel quisieron introducirla en la escena cultural sin asimilar del todo que Christiane estaba entregada a sus viejos demonios. Su viaje a Grecia en 1987 no fue más que otra huida, de donde regresó decepcionada a Berlín algunos años después.
“Philip fue el mayor regalo de mi vida, éramos un buen equipo”
En 1996 se quedó embarazada de un joven heroinómano 10 años menor que ella. Lo vio por primera vez en la línea U8 del metro de Berlín, mientras él vendía un periódico callejero. Lo acabó conociendo poco después, por total casualidad, en la consulta donde ambos recibían metadona. Ella tenía 33. Aunque estaba “limpia”, no le dio de mamar al bebé; tenía miedo de que su leche estuviera envenenada. El niño le infundió bienestar, la convirtió en mejor persona. “Me enseñó a mantener las citas, los compromisos, a ser responsable. Ahora todo tenía más sentido. Philip fue el mayor regalo de mi vida, éramos un buen equipo”.
En 2005 se mudó con él a Teltow, una pequeña ciudad cercana a Berlín. No se sabe muy bien qué falló entonces. ¿Quería huir de la prensa, de las malas amistades…? En 2008 planeó irse a Ámsterdam con él, pero el Jugendamt (Oficina de protección de menores) le quitó la custodia, así que lo secuestró de la propia oficina y se lo llevó a Holanda. Seis semanas después de la huida volvían con la policía en tren a Berlín: “Una escena horrible”.
“Muchas veces pienso que él siempre está furioso conmigo. No me puede perdonar lo que tuvo que sufrir cuando lo apartaron de mí”. En la actualidad este adolescente vive con otros cinco chicos al cuidado de sus padres tutelares en una enorme vivienda en Brandeburgo. Christiane puede visitarlo y a él se le permite pasar con ella los fines de semana. En 2010 obtuvo de nuevo la custodia, pero quizá no debió esforzarse lo suficiente por recuperar el cariño de su hijo, según cuenta ahora en sus memorias. Christiane F. está enferma desde 1989: hepatitis C genotipo 1a. Su situación de salud es bastante delicada. No obstante, como ella misma se/nos pregunta: “¿Habría alguien pensado que llegaría a los 51 años? Muchos de mis sueños explotaron, pero todavía no se ha acabado”. Por lo tanto, no podemos considerar que este sea tampoco el punto final.
BA: Se podría decir que usted es parte de la cultura pop, de la historia de Alemania e incluso de la subcultura del mundo. ¿Es consciente de ello?
Christiane F.: No. No me veo así para nada. Me he convertido en una persona famosa y no sé por qué. Al parecer, muchos se reconocen a sí mismos en mi propia historia, incluso si no consumen drogas. Tal vez porque no se trata principalmente de las drogas, sino de identificar los problemas de uno mismo, de la familia, del mundo. Pero me resulta difícil cuando me preguntan si puedo darles algún consejo. No me veo como un modelo a seguir.
BA: ¿Por qué aparece este libro ahora?, ¿no le surgieron propuestas con anterioridad?
Christiane F.: Sí, tuve varias ofertas. Pero con Sonja Vukovic encontré a una periodista en la que podía confiar.
BA: Su vida siempre ha estado asociada a los medios de comunicación. Después de tantos años y experiencias… ¿qué opina de la prensa?
Christiane F.: No mucho, si te soy sincera. Recientemente he tenido que soportar la mala experiencia de que Stern TV se haya aprovechado de mi confianza con un gran rodaje de seis horas sobre la imagen de una vieja drogadicta, borracha y loca. Confié en la periodista, era como una amiga para mí, nos conocíamos desde hace años. Fue un error haber confiado, hablé con ella de la manera que se habla con alguien en quien se confía. Se suponía que sería algo relajado, después de todo, ella me invitó a un bar para grabar y me dio un enorme gin tonic… Entonces en el reportaje me dejaron como una borracha.
BA: ¿Qué relación mantiene todavía con los autores del primer libro? ¿Qué la une a la autora del segundo?
Christiane F.: En realidad, después de Wir Kinder vom Bahnhof Zoo solo mantuve el contacto cercano algunos años. Horst Rieck me ha seguido contactando, sobre todo, porque era necesario hablar de asuntos de negocios. Pero siempre ha sido amable y se ha mostrado dispuesto a ayudar. Kai Hermann, aunque él afirma lo contrario, hace muchísimos años que no le importo un rábano.
BA: ¿Cómo es su relación con los fans? ¿Se siente querida o se siente amenazada?
Christiane F.: Ambas cosas. Tengo fans realmente increíbles. Uno por ejemplo, viene anualmente desde Múnich a Berlín desde hace 35 años para mi cumpleaños y me trae flores y un regalo. Pero naturalmente hay gente que me envidia y hay quien me desprecia.
BA: Existe mucha hipocresía en la sociedad en cuanto a las drogas, cuando lo cierto es que las drogas podrían considerarse como un factor cultural más… ¿Cómo define las drogas?
Christiane F.: No entiendo la pregunta. Las drogas son drogas. El alcohol es también una droga. Y la nicotina también. Unas son ilegales y las otras legales.
BA: ¿Qué le queda por vivir?
Christiane F.: Solo me falta tener una casa en el campo. Donde pueda vivir en paz. Ahora me resulta difícil manejarme con el bullicio de la ciudad. Tengo 51 años y quisiera abordarlos de una manera un poco más tranquila.
BA: ¿En qué piensa cuando pasa alguna vez por Zoologischer Garten con el S-Bahn? ¿Sigue en contacto con alguno de los niños de la estación del Zoo?
Christiane F.: No. Hace décadas que no tengo ningún contacto y me parece absurdo que todo el mundo me lo pregunte. Siempre respondo a eso preguntando si uno está en contacto con sus amigos de cuando tenía 11 o 12 años, o con el amor de la infancia. Tampoco voy nunca a la estación del Zoo. ¿Qué iba hacer allí? Eso fue hace mucho tiempo.
BA: Cuando viajó a los Estados Unidos durante la promoción de la película Christiane F., llevaba un casete de Nena en el bolsillo. ¿Qué tipo de música escucha ahora? ¿Todavía le gusta David Bowie?
Christiane F.: No soy fan de Bowie desde mediados de los ochenta. Fue entonces cuando comprendí que ya no era en absoluto la criatura exótica de la cubierta del disco Diamonds Dogs, sino alguien entregado al mainstream.
BA: ¿Se arrepiente de algo?
Christiane F.: Del primer libro. Me ocasionó un estigma que es difícil de sobrellevar.
BA: ¿Cuál es su lugar favorito de Berlín?
Christiane F.: Hasenheide.
BA: ¿De qué tiene miedo?
Christiane F.: De la gente que quiere hacerme algo, ya sea por envidia, por odio o por arrogancia. Hay mucha gente malvada.
Artículo de Paco Arteaga publicado en CAI en noviembre de 2013 ©
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