Mi primera experiencia fue con una mujer. Me refiero al mundo de las WG. Ella se llamaba Edith, vivía en Wedding y era empleada de la embajada italiana en Berlín. Por aquel entonces encontrar una WG era tan difícil como ahora, pero dado que en el 2007 Wedding era junto con Neukölln de los peores barrios para vivir, no fue difícil que Edith me alquilara vía mail y sin contrato mi primera WG.
La convivencia con Edith fue de lo más parecido a vivir con una hermana. Solo ocurrían las cosas típicas: encontrarme bolas de pelo y flujo vaginal en la bañera, que de repente un domingo a las seis de la mañana entrase en mi habitación buscando un cigarro, o que la pillara comiéndose mi comida con sus amigos sin mi permiso. Poca cosa.
De casa de Edith me mudé a la Kuglerstr. en Prenzlauer Berg. Allí compartí momentos muy dulces de mi existencia junto a un ser llamado Peter, de edad y profesión indeterminadas. Un tanto espeso en el aseo personal y en el de la casa. Peter era muy independiente. Tanto, que a veces se encerraba en su habitación y yo no sabía si se había ido o si le había dado un ictus y se había quedado tieso en la cama. A principios del 2008 tuve que dejar la Kuglerstr. porque la novia desaparecida de Peter, como buena HARTZ IV de la época, volvía de la India tras seis meses de viaje. Tras una media de noventa WG visitadas y a punto de mudarme a Marzahn, apareció Pigi, milanés, estudiante de lenguas muertas, psicópata en sus ratos libres, cantante en un coro gay católico y aficionado al cruising en Tiergarten.
Con Pigi todo fue de maravilla hasta que decidimos comprar la comida juntos. Pigi compraba yogur, que yo no comía. Pigi compraba leche, que yo no bebía, y Pigi compraba queso, que yo, a veces, con mucha suerte comía. El tema fue soportable hasta que un día Pigi decidió hacer una comida en su casa para sus amigos del coro, comida a la que supuestamente “me invitó”. Digo que “me invitó” porque tras la verbena, tuvo la desfachatez de pedirme la mitad de los gastos, a lo cual por supuesto no accedí.
Aquello no debió sentarle muy bien porque, de repente, un día empezó a decirme que yo no limpiaba bien porque solo utilizaba lejía y que una buena desinfección solo se llevaba a cabo si tras la lejía se repasaba todo con alcohol de quemar. Era evidente que el chico, aparte de ser bipolar, sufría un trastorno obsesivo compulsivo.
La cosa fue a peor, hasta el punto de sufrir violentas amenazas en las que le daba por quitarme las llaves de casa, entraba en mi habitación cuando yo no estaba y tiraba mis cosas por el suelo y por la ventana. Lo sé porque un día encontré parte de mi ropa colgada de un árbol que daba a su balcón. Estuve pensando seriamente en ir a la policía, pero creo que lo mejor que pude hacer fue orinar en el caldo de pollo que guardaba en el congelador y salir por patas de aquella casa de locos.
Tras Pigi me mudé con un tal Ronny. Ronny era raro. Muy raro. Ronny guardaba un enorme parecido con Andy, el falso minusválido de Little Britain y siempre me dio la impresión de que era de este tipo de gente que guarda el cuerpo disecado de su madre en la habitación. De los que algo esconde. El caso es que fue peor.
A Ronny se lo llevó un día la policía acusado de pederastia. Nunca volví a saber de él. Su habitación fue realquilada por el casero a Nati, una chica española, exconcejala del PP, que huía de su pueblo porque se había visto implicada en un tema de sobres con dinero. Nati me contó lo de los sobres, lo de los bolsos falsos de Louis Vuitton y lo de sus tórridas tardes de sexo en el despacho del alcalde. Ella siempre contaba que lo suyo nunca había sido la política, que lo suyo era hacer manicuras en la peluquería de su amigo Paco. Que se vio implicada en toda la trama por culpa del teniente de alcalde que la llevaba loca. La verdad es que con Nati lo pasé bien. Sin duda, de las mejores compañeras de piso que he tenido. Nuestra experiencia acabó en amistad. Una amistad que el roce de la convivencia no supo respetar.
Tras mi ruptura con Nati me mudé con mi novio, con el que con el tiempo también rompí. De Nati no volví a saber nada hasta hace poco. Me dijeron que después de trabajar de limpiadora en un hotel en Mitte se volvió a España y que ahora curra en la perfumería del Mercadona de su pueblo y que ha retomado lo de las manicuras. Que es feliz, vaya. Por cierto, lo de los sobres al final quedó en nada.
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La vida diaria junto con una persona que no conoces de nada , es como una ruleta rusa, no conoce de sexos ni razas…. y encontrar al compañero medio decente es como que te
Toque la loteria …. ?