Escrito por: Crónicas maricas

Crónicas maricas #1: Sexo, chems y mi infinita soledad

Llegué a Berlín con la idea de cumplir mi sueño: triunfar en mi campo, ejecutar grandes proyectos y que mi esfuerzo fuera reconocido. A día de hoy mi sueño se ha convertido en una pesadilla. Una pesadilla que empieza un jueves por la noche y acaba un martes cuando me provoco sobredosis de G para poder dormir. Sí, lo reconozco, soy un yonqui del chemsex. Una persona cualquiera de las que habitan nuestra ciudad, soy ese amigo al que no llamas y al que no ves desde hace tiempo. Soy yo. Soy tú.

Cada fin de semana suplo mis carencias afectivas con una pipa y un mechero, un mechero que calienta un cristal que hierve el veneno que aspiro, un veneno convertido en espeso humo. Un humo que enciende los apetitos del alma. Un alma esclava, esclava de la debilidad humana que vaga de sesión en sesión, de cama en cama y de hombre en hombre. Un alma que ya no encuentra paz.

Amores nocivos

Una paz que dejé tirada el mismo día que compartí jeringuilla en una sucia cabina del LAB. Aquella fue mi primera vez por vena. El suero de la esclavitud me hizo volar hasta tocar lo más hondo del agujero en el que me encuentro. Un ardor recorrió todo mi cuerpo, un ardor mezcla de adrenalina y orgasmo, un ardor que me hizo olvidar problemas, miedos y complejos. Un ardor que engancha, que te abre en canal y se clava como una garra en lo más profundo de tu ser.

Un ser al que cuesta reconocer porque, sinceramente, ya no me reconozco. Me doy pena, lo mismo que doy pena en la cama. Ya no sé tener sexo sin estar puesto hasta el culo, y mi virilidad, como si se tratara de un octogenario, depende de las Kamagras que esa noche tenga en el bolsillo. Pues un activo como yo no se puede presentar en un chill out con un colgajo como herramienta de trabajo. Porque es como se te queda después de meterte de todo. Efectos colaterales del elixir de la esclavitud.

Maldita soledad

Esclavos de la lujuria química que te come por dentro, esclavos que como yo cada fin de semana se zambullen en el mar de las aplicaciones. Esas aplicaciones que te prometen que encontrarás al amor de tu vida o quizás una aventura. Y lo único que ofrecen es un amor nocivo, un amor químico, un amor viciado, un amor vacío. La nada. ¡Malditas aplicaciones que me habéis robado la vida, malditas seáis que por vuestra culpa caigo y vuelvo a caer! Maldita soledad.

Y no se si podré salir de esta puta mierda a la que acudo sin pensar como una mosca. Porque la Tina es una mierda que huele mucho, tanto apesta que al final te acostumbras. Tan fácil como acostumbrarse al olor de un baño sucio, al olor de un cuarto oscuro. Un hedor que al final gusta; hasta te excita.

Hace unos meses aún decía lo de “yo controlo”, pero sin darme cuenta me he salido de la carretera y he acabado estampándome contra un muro de dolor. Dejarlo quiero, pues en el trabajo ya empiezan a notar algo y me moriría si se enteraran de esto, mi carrera, una vida de esfuerzo tirada por el sumidero. Mi familia, mis padres, mis amigos.

Siento una presión en el pecho. Ya van cuatro días sin dormir, he empezado a fumar a diario… Creo que moriré pronto. Una muerte que seguro me merezco, pues sin saberlo he vendido mi alma al mismísimo diablo, y este ha empezado a golpear mi pecho para reclamar lo que le pertenece.

Quiero salir, quiero despertar, quiero vivir.

Pepe Müller para BA © agosto 2018
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