Escrito por: Artes Plásticas CULTURA Literatura Tipps Literatura por Bartleby / Co.

TIPPS LITERATURA by Bartleby & Co – noviembre 2014

© Henry Darger

Niñas a la carrera. Música y estampidas en la obra de Henry J. Darger 

Henry Darger (1892-1973) encarna el paradigma del artista recluido y aislado del mundo. Su proceso creativo fagocitó literalmente su vida para dar a luz una nueva. En este artículo se dan las claves de la orquestación de su proyecto, una obra de arte total en la que tampoco faltó la música. Tras su descubrimiento, muchos músicos contemporáneos se han inspirado en su obra para componer otros sonidos. Desde hace muy pocos días tenemos disponibles para consulta en nuestra Biblioteca Bartleby un montón de libros sobre Darger en los que podréis descubrir sus asombrosas creaciones. Asomaos a su mundo maravilloso, no podréis escapar de él jamás.

El hombre del tiempo se ha vuelto a equivocar

Cualquiera que huya del mal biografista que aqueja a algunos críticos a la hora de acercarse a la obra de ciertos artistas, se encontrará desarmado cuando trate de aproximarse de manera imparcial a la creación de Henry J. Darger tras conocer algunos detalles de su historia. Esta es sencilla y breve. Se especula que nació en Brasil mientras Chicago, la ciudad en la que pasaría casi la totalidad de su vida, se engalanaba para la gran Exposición Universal de 1893. A la edad de cuatro años perdió a su madre. Murió dando a luz a una niña que fue dada en adopción y que Darger jamás llegó a conocer. Poco tiempo después, padre e hijo fueron ingresados en sendas instituciones mentales. Al pequeño Darger se le diagnosticó el mal común de “tener el corazón en el lugar equivocado”, y con ese corazón desviado huyó en su adolescencia de las frías manos de las monjitas que le habían custodiado hasta entonces para perderse en el tumulto de la gran ciudad.

Desde entonces, poco más sabemos, y es que Darger tampoco hizo mucho más, o al menos, no de este lado del mundo que empieza donde termina el papel. Vivió recluido en una habitación en la zona norte de Chicago de la que solo salía para asistir a misa, en ocasiones hasta cinco veces al día, y sus contadas conversaciones con los vecinos se reducían a comentarios sobre el tiempo, tema que le obsesionaba desde que presenciara en 1913 la destrucción del pueblo de Countrybrown, en Illinois, por un devastador tornado. Nadie conocía su secreto porque nadie sospechaba que aquel hombre solitario y taciturno, del que jamás se supo con certeza ni el modo correcto de pronunciar su apellido, tuviese ninguno.

Solo después de su muerte se desentrañó el misterio de esa existencia de encierro. Su landlord y posterior albacea de su obra, Nathan Lerner, no dio crédito al entrar en su cuarto y toparse de bruces con un manuscrito de más de 15.000 páginas mecanografiadas  a un solo espacio y más de trescientas acuarelas de colores imposibles, composición endiablada y enormes dimensiones que se desenrollaban esparcidas entre sus pocos muebles, decenas de botellas de Pepto-Bismol, imágenes de santos y viejos recortes de periódicos y libros de comics que el anciano coleccionaba.

Su excesiva obra en prosa contempla también una autobiografía, una segunda parte de su opus magnum, y un mastodóntico dietario en el que Darger anotó y comentó casi todos los días durante diez años el parte meteorológico de la ciudad de Chicago y que tituló The Book of Weather Reports. Hoy en día, Henry Darger pasa por ser uno de los más importantes exponentes del outsider art, hasta entonces, solo había sido un viejo triste y lunático que repetía sin cesar malhumorado que el hombre del tiempo se había vuelto a equivocar al decir que se esperaban ventiscas cuando hacía un sol de mil demonios.

Go, Vivian, Go! 

Darger creó un mundo vertiginosamente desquiciado comprendido en una novela, The Story of the Vivian Girls, in what is Known as the Realms of the Unreal, of the Glandeco-Angelinian War Storm, Caused by the Child Slave Rebellion, de 15.145 páginas de extensión, y más de trescientas acuarelas de grandes proporciones que la ilustran.

Se trata de una narración épica en la que siete niñas princesas del reino cristiano de Abbiennia, las Vivian Girls, luchan en un planeta imaginario –que es una Luna alrededor de la cual la Tierra orbita– contra ejércitos de adultos Glandelinians que esclavizan, torturan y asesinan a niños. Los cuadros son murales de hasta más de cuatro metros de longitud por dos de altura, en ocasiones pintados por las dos caras para ahorrar material, que conjugan las más idílicas estampas de pequeñas ninfas desnudas correteando por bucólicos paisajes de exótica fauna y flora con las imágenes más atroces de niñas destripadas, empaladas, con los intestinos al descubierto o en distintas posturas de tortura y martirio; muchas de estas escenas coronadas por cielos en continua amenaza, negros nubarrones, tormentas que se avecinan, relámpagos evanescentes y vientos huracanados que arrecian sobre las niñas a la fuga. Una de las peculiaridades de las composiciones reside en el hecho de que la gran mayoría de sus niñas están dotadas de un pequeño pene y llevan, a modo de único atuendo, calcetines y zapatos.

Mucho se ha teorizado sobre la posible ignorancia de Darger en cuestiones de anatomía femenina, incluso se ha llegado a especular que el autor, profundamente traumatizado por la desaparición de esa niña recién nacida, evitara en lo sucesivo mantener ningún tipo de relación con mujeres por temor a estar, sin saberlo, con su propia hermana. Una versión más atemperada es la que afirma que Darger usaba como modelo para trazar los cuerpos de sus niñas al niño Jesús. Las elucubraciones sobre la enigmática obra de Darger alcanzan cotas algo estridentes cuando su biógrafo y estudioso más contumaz, el psicoanalista John M. McGregor, llega a afirmar en su libro Henry Darger: In the Realms of the Unreal, que el artista era posiblemente un sádico lo demasiado cobarde como para llevar a cabo las atrocidades que inflingía a las niñas de sus cuadros y de su novela, y que puede que sus deseos no se resolvieran solo en sus desasosegantes ilustraciones y descripciones.

Además de la pequeña hermana abandonada, existió otra niña real que obsesionó a Darger durante gran parte de su vida: Elsie Paroubek. Darger guardaba celosamente una fotografía de la niña que se publicó en un periódico de Chicago tras su desaparición en 1911. Elsie, de cinco años, apareció brutalmente asesinada meses más tarde. Darger perdió la fotografía. Esa pérdida es un tema recurrente en la novela y desencadena la gran catástrofe de guerras y persecución de niños en torno a la cual gira toda la narración. En el libro, Elsie cobra vida a través del personaje de Annie Aronburg. Al parecer, la sospecha de McGregor de que Darger fuese “psicológicamente un asesino en serie” parte de su profunda implicación emocional con este asesinato no resuelto.

Un mundo fuera de este mundo

La obsesividad y la compulsividad del proceso creativo de Darger se comprende solo desde planteamientos algo alejados de los cánones habituales a través de los que nos es dado analizar la posible intencionalidad de un artista a la hora de tramar sus creaciones. No existe un diagnóstico veraz y definitivo referente al padecimiento mental de Darger, por lo tanto, achacar lo insólito de su obra a sus posibles trastornos parece poco riguroso. Sin embargo, esa misma rareza que encontramos en las dos potencias sobre las que fluctúa su creación, su enormidad y su originalidad puede darnos una clave. Nunca sabremos qué pretendía Darger si es que pretendió algo, lo que sí podemos intuir es lo que consiguió: crear un mundo radicalmente sorpresivo que se retroalimenta visual y textualmente de las pinturas a los textos y viceversa. Un festín sangriento y autorreferencial que funciona de manera casi autónoma. Su engranaje no es casual, sino consecuencia de un plan maniático y detalladamente elaborado. En la novela de Darger todo se encuentra laboriosamente pormenorizado.

Tanto Darger como su padre eran grandes aficionados a las historias de la Guerra Civil americana. El artista, gran conocedor de la historia de su país, tuvo también un oído atento a las marchas militares, los himnos patrióticos  y las canciones bélicas de aquella contienda. Tampoco hay que olvidar que Darger vivió en los años en que se sucedieron las dos grandes guerras, y que su profundo catolicismo, aquel que le impelía a ir a misa hasta cinco veces al día, es el de las escenas de ángeles benevolentes y preciosos querubines, pero también el del martirologio de santos, cuyos procedimientos son muy similares a los que encontramos en algunas descripciones de torturas en la obra del artista. Al mismo tiempo, la influencia de los grabados populares del siglo XIX sobre la Guerra Civil americana en sus cuadros es también evidente.

La ambición de verosimilitud en su novela pasa por un proceso de detallismo extremo que se revela también en el desarrollo de las batallas que tienen lugar en el libro. Darger dibuja mapas precisos que dan fe de emboscadas y avances de tropas; da nombres a todos sus coroneles, sargentos, capitanes y soldados, para retratarlos después con sus respectivos uniformes (muchos de ellos muy similares a los de los soldados confederado); incluso elabora extensísimas listas de caídos en combate, a los que bautiza con nombres y apellidos, rango, categoría o edad; realiza profusas descripciones de banderas distintas para cada ejército que más tarde pinta con esmero y no se olvida de las composiciones musicales que dan aliento a los respectivos bandos. El hecho de que Darger se inspirase en las composiciones de la Guerra Civil americana es lógico teniendo en cuenta que era un  experto en la materia. Este tipo de música tenía poco que ver con la música militar europea.

Las canciones de la Guerra Civil tienen elementos del folklore celta asentado en el sur; de los himnos religiosos, producto del revival religioso por el que acababa de pasar el país; y particularidades tomadas del folklore irlandés, ya que irlandeses y alemanes fueron los dos grupos de inmigrantes que más se movilizaron en aquella guerra. Las labores de las bandas musicales que ejecutaban las composiciones no eran solo las de espolear a los soldados, cantar sus victorias, o encender los ánimos en horas bajas; también se les atribuía la importante misión de reclutar a nuevos civiles para que se convirtiesen en soldados. Muchos de estos músicos se ocupaban también de asistir a los médicos y cirujanos en los hospitales de campaña y a evacuar y enterrar cadáveres. Su faceta puramente musical era un bien muy codiciado, la labor de estas bandas se antojaba tan importante en sus funciones de manduca espiritual para los ejércitos que se llegaban a pagar sumas muy elevadas de dinero para que un regimiento tuviese lo que se consideraba una buena banda.

El número de hombres que podían ser reclutados por cada regimiento para ofrecer este tipo de servicio musical estaba reglamentado y ascendía habitualmente a los dieciséis, aunque las bandas podían variar en número en un intervalo de seis a veinticuatro hombres. En la obra de Darger todos estos datos se encuentran glosados y comentados. Los ritmos musicales de sus marchas, al igual que los de las marchas más emblemáticas, tienen una cadencia fuerte y regular que se ve acotada por la longitud de las frases en el texto. Si hubiesen sido musicadas, este ritmo se vería reforzado por la percusión. Teniendo en cuenta lo absorto que vivió Darger en el mundo que inventó en su novela, no es descabellado pensar que interpretara y cantase sus propias marchas en medio de su proceso de composición.

El hecho de que Darger compusiera estas canciones no es en absoluto insólito si se pone en relación con la tradición. Muchos otros autores han intercalado en sus obras literarias composiciones musicales, letrillas o poemas, por una razón u otra. Lo interesante en el caso de Darger es que sus razones responden a una necesidad más allá de lo puramente literario que trasciende el interés por la elaboración de una obra comedida y mesurada en la que la aparición de la música forme parte de un plan preconcebido que responda a una inquietud que se manifieste en el propio texto.

La necesidad de Darger de dar fe de cada una de las permutaciones de situaciones posibles a las que podría verse sujeta la plasmación de un conflicto bélico en una obra de arte es casi vital. Su total implicación, el control y el conocimiento absoluto que el artista tiene de su propia obra han sido comparados por algunos críticos con la tradición de la contemplación cristiana y los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola.

Darger vive dentro del mundo de las niñas Vivian, un mundo completo y cerrado de dimensiones desproporcionadas. Incluso se convierte a sí mismo en protagonista de aventuras dentro del libro, tanto encarnando personajes del bando de los malvados Glandelinians como del bando de los defensores de los niños. Si ese mundo cojea, su mundo cojea, si en ese mundo la ambientación es inadecuada, su carácter ficcional asoma de entre las páginas y sorprende al artista en flagrante delito.

The Simplex Company y otras apropiaciones

La evidencia del interés de Henry Darger por la música podría no solo circunscribirse a estas composiciones de guerra que encontramos en su larga narración en prosa. Tras su muerte, entre los enseres del anciano se encontró una carta expedida en octubre de 1921 por una empresa llamada The Simplex Company en la que se le informaba de que “alguien” se había puesto en contacto con ellos para hacerles saber que Darger había escrito una canción, o lo que ellos llaman concretamente un “song-poem”.

Aparentemente, el funcionamiento fraudulento de este tipo de empresas consistía en poner un anuncio en los periódicos solicitando a sus lectores que enviasen textos sujetos a ser musicalizados que ellos venderían a orquestas, para después contestar a las personas que habían enviado sus composiciones utilizando un membrete con el nombre de una empresa distinta a la que figuraba en el anuncio del periódico, y así, hacer creer al incauto que había enviado su texto que su canción había despertado el interés de algún comprador y que diese así el paso siguiente de hacer los arreglos musicales de manera gratuita.

En el texto de Darger existen tres poemas, una de esas tres composiciones podría haber sido la que Darger envió a la empresa. De las once canciones cuyo copyright existe y pueden ser reseguidas, y que la empresa grabó en los años comprendidos entre 1922 y 1925, ninguna se corresponde con los poemas de Darger. Es muy probable que Darger enviase una canción-poema a la primera empresa y dejase el tema en suspenso al recibir esa extraña respuesta; algo esperable de cualquier hombre pobre y desconfiado como él. De este modo, la única pista que nos lleva a pensar que Darger de veras trató de componer canciones queda desdibujada por el silencio y el misterio que envuelve gran parte de la vida del artista.

Más fácil es, sin embargo, seguir la pista al gran número de músicos y compositores que se han inspirado en el universo de Darger para fraguar sus composiciones musicales. Parece que la vida y obra del peculiar artista ha despertado mucho interés, tanto en autores mainstream, como, y más en los últimos tiempos, en músicos que conviven entre sí en una esfera underground bastante identificable con el cariz eminentemente outsider del artista. Es reseñable y llama la atención el número de piezas musicales que han surgido en los últimos años a raíz del descubrimiento de la obra de Darger.

Menos sorprendente por su naturaleza textual, aunque igualmente curioso, es el poema largo de John Ashbery titulado Girls on the Run, que conforma por sí solo un libro independiente en la bibliografía del escritor y que está inspirado en The Realms of the Unreal. Las niñas que corren en el poema de Ashbery son las mismas niñas que corren en los cuadros de Darger y en sus novelas. El poema de Ashbery es una broma sublime en la que las niñas y otros personajes charlan intrascendentemente y con abandono mientras su huida se sucede de sección en sección.

Todo es extraño como en la obra de Darger y como en cualquier pesadilla de infancia. Ashbery, poco dado a hablar en serio de sus propias creaciones, atribuye su interés por el artista outsider a una mal digerida fascinación por la ropa y el girl stuff que vio de pequeño cuando se rodeaba de niñas en la escuela. En el plano puramente musical, Natalie Merchant, en su disco Motherland, entona una letanía pop muy triste llamada “Henry Darger” en la que se pregunta susurrante: “¿Quién salvará a las pequeñas niñas perseguidas?”. Es muy común dar con este tono de abatimiento naïf y conmoción en las canciones dedicadas a Darger.

El mismo atisbo de ensoñación infantil despunta en la canción instrumental de Sufjan Stevens “The Vivian Girls are Visited in the Nigth by Saint Dargarius and his Squadron of Benevolent Butterflies” incluida en su disco The Avalanche, creado a partir de descartes de su trabajo anterior, Illinoise. El corte, de menos de dos minutos de duración, es una maravilla lisérgica de batir de alas de mariposas gigantes, glitchs, niñas adormiladas y purpurina nocturna. Sufjan Stevens hace un recorrido sentimental por la geografía del estado de Illinois y se detiene en la obra de Darger en su visita desordenada a la ciudad de Chicago.

Algo menos trascendental es la aportación del grupo punkrocker originario de Melbourne, The Vivian Girls. Los componentes de la banda, tanto masculinos como femeninos, aparecen en escena vestidos de niñas Vivian, con pacatos vestiditos y lazos imposibles en el cabello. Muchas de sus canciones están plagadas de vítores en los que animan a las princesas Vivian a que sigan luchando con valentía y heroísmo contra sus adultos perseguidores.

La inspiración también llega a algunos conjuntos musicales a través de la obra pictórica de Darger. El combo newyorkino Animal Collective parte del imaginario visual de Darger para el trabajo de la portada de su disco Feels. Lo más reseñable de casi todas las composiciones musicales dedicadas a Darger y a su mundo fantástico reside en el hecho de que las letras de las canciones, en la mayor parte de los casos, entablan un diálogo ficticio con las niñas o con el propio Darger, en el que se les anima a no cejar en su santo empeño: salvar a los niños, a los huérfanos desheredados y a los débiles, de la violencia atroz de los temibles hombres. Se trata de una transposición de roles.

Darger creía en su misión por encima de todas las cosas. Sus herederos artísticos recogen el relevo y le animan a continuar viviendo en su sueño bizarro aun después de muerto, como si de algún modo, la titánica misión inacabada de Darger solo pudiese cargarse de sentido a raíz de estas lecturas en las que se valida su signo de realidad. Así, a través de la música, Darger puede dormir tranquilo por fin. Sus niñas están a salvo.

Tipps Literatura by Bartleby & Co © Ana S. Pareja – Berlín Amateurs – noviembre 2014
Foto de portada © 
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