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Alemanes en Mallorca: Willkommen in der Fiesta!

“Muschi, muschi” (chochito, chochito). Así nos invita un viejo desdentado a su local de streap tease, adornado con un zafio letrero luminoso. Lo conseguimos esquivar, de modo que acabamos junto a un oloroso puesto de carne barata, de nombre Wurstkönig, su alteza embutida. Condición que comparten las numerosas bailarinas, en sus apretados y pírricos atuendos, que nos esperan en nuestra siguiente parada, el catedralicio Megapark. En el paseo marítimo que nos llevará a tan sublime destino encontramos bandas de teutones rodeando preciadas marmitas, enormes cubos de plástico de los que surgen cientos de pajitas que transportan la bendita sangría o el vodka de a tres euros a las bocas germanas. “¡Hay que ver cómo se transforman los Hans y los Peter!”, pienso, mientras el brazo de un amigo me arrastra al interior. Willkommen in Mallorca!

Megapark es un complejo festivo gigantesco en Playa de Palma en el que unos mil alemanes se deleitan bebiendo San Miguel y escuchando terribles canciones del verano en su lengua natal. Dos tercios de las mesas están ocupadas por manadas de hombres alfa en torno a columnas de cerveza (en sentido literal) que en seguida menguan de tamaño por medio de las pajitas mágicas ya mencionadas. Chicos que en alemán se llamarían “de hogares alejados de la formación”. O brutos sin camiseta —algunos de enorme atractivo— que se dedican a rondar al tercio restante, el de las chicas que exprimen esta noche como si no existiese el mañana.

Consigue mi compañía germana enredarme para que visitemos la verdadera meca del horterismo mallorquinoalemán, de nombre Bierkönig. Yo, convencido de que no es posible un horror mayor que el ya visto, acepto, presa de la curiosidad. La realidad, en forma de camarera en tanga desbordado de billetes de cinco euros, me golpea de forma vil. Aún incrédulo, divertido y asqueado a la par, me paro a mirar cómo un chico se sube a una mesa del bar, sus amigos le bajan pantalones y calzoncillos y acto seguido una mujer le azota las nalgas con su propio cinturón. Al ritmo de Schlager (pachanga alemana), estas se vuelven rojas, a juego con su piel quemada por el sol y sus mejillas teñidas de ebriedad.

¿Cómo, cómo es posible que esta gente con fama de ordenada y pusilánime se convierta por unos días en fieras festivas y sin sentido alguno de los valores que guían sus vidas? Me pregunto, constatando que —y esto espero que jamás lo lean mis acompañantes alemanes en Mallorca— la experiencia me está divirtiendo. La respuesta, una vez muertos los grandes poetas y filósofos germanos, se atisba en esta canción de Peter Wackel, de profesión cantante estival:

Cada día patatas fritas, salchicha y cerveza

No se vive como un hombre sino como un animal

Estos días nada es normal

La fiesta sin fin es un tormento infernal

Pero, ¡a la mierda!

Mallorca es solo una vez al año”

(Jeden Tag Pommes Bratwurst und Bier

Man ist kein Mensch mehr lebt wie ein Tier

An diesen Tagen ist gar nichts normal

Die Dauerparty wird zu Höllenqual

Aber Scheiß Drauf

Malle ist nur einmal im Jahr)

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