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Tschernobyl: Verlorene Orte, gebrochene Biografien

Bartolomeewka, una samosely

Una exposición conmemora los 25 años del desastre nuclear

‘En 1986 yo tenía 19 años. No sabía lo que era la radioactividad y sus consecuencias. Trabajaba como vendedora en GUM, uno de los mayores almacenes de nuestra república. En agosto de 1986 recibí una orden de traslado a Chernóbil. No podía negarme; eso habría significado traición. El tren nos llevó hasta Gomel y allí fuimos repartidos a diferentes lugares. Fui enviada con algunas colegas a una parte evacuada. Debíamos limpiar la tienda del pueblo. Después se nos llevó a Choiniki, capital del distrito. En una tienda que había permanecido cerrada algunos meses después de la catástrofe, hicimos una auditoría y también la ordenamos. El sueldo no nos daba para vivir. Era verano y en cualquier parte maduraban manzanas y peras que nosotras recolectábamos y comíamos’.

Exposición-premonición

La actualidad es inevitable. El pasado también. El arte también. 25 años. ¡Qué oportuno es este recuerdo! Chernóbil. Fukushima. Exposición-premonición. Atomkraft? Nein Danke! Éste es uno de los testimonios recogido en el trabajo documental-fotográfico de Rüdiger Lubricht (Bremen, 1947) que se exhibe en Billy-Brandt-Haus. Retratos de rostros despejados, de severidad neutralizada. Fotos de arquitectura decrépita o abandonada adquieren en esta exposición otra dimensión desprendida de lo humano.

El relato de Anna Emyalyanchyk (1976, Minsk) estremece. Continúa. Previsible hacia un final resignado y amargo. Alquiló una habitación en una granja donde respiraba polvo con radioactividad. Después de dos meses regresó a su lugar de origen. Su estado de salud era deplorable. ‘Ahora tengo un conjunto de enfermedades crónicas como insuficiencia aórtica, distonía vegetativa circulatoria, úlcera gástrica, falta de hierro, un quiste en el útero (…). Con gran esfuerzo he conseguido recibir el carné de Liquidatorin. Necesito este reconocimiento oficial para asegurar la cobertura sanitaria de mis hijas’.

Los olvidados rescatadores de Europa

¿Qué sucede a continuación? ¿Qué pasa después de un accidente nuclear? ¿Quién se lleva la peor parte? Lo vemos a través de estas imágenes. Lo leemos en cada uno de los testimonios de aquellos que contribuyeron con sus vidas sin saberlo, a soliviantar el desastre de alguna manera en aquellos territorios evacuados por la radioactividad. Zona de la muerte.

Esta muestra es el resultado de 16 viajes a Belarus y a Ucrania desde 2003 -especialmente a la ciudad de Pripjat  y pueblos abandonados de la zona cortada de Ucrania- y de las entrevistas y traducciones llevadas a cabo por Svetlana Margolina y Ljubov Negatina. 32 biografías rotas. No es espeluznante; es peor. La vida. La exhibición denuncia 25 años de olvido, de ignorancia, de silencio, de comunicados oficiales erróneos que acusan la manipulación del, hasta entonces, mayor accidente nuclear de la historia: la explosión el 26 de abril de 1986 de la central nuclear de Chernóbil. El 11 de marzo de 2011 se repetía un infierno nuclear de magnitud superior en Japón. Fukushima llega justo 25 años después para acentuar el olvido y la desidia.

La nube radioactiva de Chernóbil circuló por Europa ignorando fronteras políticas y geográficas. El terror de Chernóbil avivaba el mismo debate político que hoy suscita Fukushima: la energía atómica no garantiza un futuro seguro. Para un número incontable de personas, Chernóbil no es pasado, sino doloroso e inmediato presente. Cientos de miles de personas perdieron sus hogares; sus casas debían ser destruidas y enterradas. Unos 800 mil Liquidatoren (liquidadores) arriesgaron sus vidas. Sin sospechar, sin adivinar, sin ponderar pruebas. Nunca se les ocurrió. Ni la imaginación les preparo para tales fenómenos. Hipotecaron su salud a fondo perdido para limitar la catástrofe; no pueden borrar Chernóbil de su memoria. No ya la palabra, sino la región entera. Víctimas de un enorme infortunio, pero sin lágrimas en la voz.

El olvido. El colmo del desprecio por el tiempo, la vida y el trabajo ajenos

A Chernóbil se enviaron 3 grupos de Liquidatoren. El primero compuesto por milicias, encargado de patrullar por la 10-km-Zone del reactor, de evacuar y socorrer al pueblo, evitar los saqueos y de cortar la zona. Al segundo grupo pertenecían los miembros de la armada soviética. ¿Su misión? Descontaminar suelo y edificios. Integrado por especialistas, el tercer grupo trabajó directamente en el reactor. Se ocuparon de montar una plataforma de hierro y cemento para que el radionucleido no accediera al agua.

Chernóbil debió haber sido tenido en cuenta como una advertencia eficaz que finalmente provocase el desarrollo de un modelo de sociedad y economía nuevo que mantuviese a raya la destrucción de expectativas de vida de nuestros descendientes. ‘Si olvidamos Chernóbil, aumentaremos el riesgo de semejantes catástrofes tecnológicas y medioanbientales en el futuro… Más de 7 millones de nuestros semejantes no pueden permitirse el lujo de olvidar. Ellos sufren y padecen todavía. El legado de Chernóbil acompañará a nuestros descendientes, en realidad, por muchas generaciones’. Lo decía Kofi Annan en New York en el año 2000.

Vidas moribundas

A la dimensión real de lo sucedido en Chernóbil se accede a través de las vidas de estas personas. Chernóbil es una catástrofe con muchas historias concretas. Con sus alegrías y dolores, esperanzas y fracasos. La gente que abandonó sus hogares, las personas que han de vivir siempre con miedo a los peligros de la radiactividad y los Liquidadores. Así denominaron las autoridades soviéticas a los que debieron ‘liquidar’ las consecuencias de la catástrofe. Paradojas.

Una tarea sin solución, en realidad. Apagar el fuego del reactor, construir un sarcófago y evacuar a la población de la 30-km-Sperrzone. El cometido de los también llamados Biorrobots. Descontaminar edificios y carreteras, plantar árboles que reabsorbieran la radiactividad. Una flota de ingenieros, técnicos, obreros, científicos, médicos y también conductores, cocineros, grupos de limpieza, vendedores, etc. Casi la mitad eran militares. Todos sin información de lo que realmente había ocurrido, ajenos al peligro al que se exponían.

Otra historia concreta

Arkadi Rochlin (1928, Minsk) fue durante 40 años director de una empresa de electromontaje estatal. Entre agosto y noviembre de 1986 ejerció de jefe de obra de una consistente red eléctrica para Chernóbil. Hoy padece cáncer y es minusválido. ‘¿Por qué ocurrió esta catástrofe en Chernóbil? Creo que por tres causas: un fallo en la construcción del reactor, defectos en el mando automático que propiciaban una reacción lenta frente a las averías y por último el factor humano, que como todo el mundo sabe, es la mayoría de las veces la razón de las catástrofes tecnológicas’. Otro fragmento de los testimonios de la debacle recogidos en el formidable trabajo documental de Rüdiger Lubricht, fotógrafo autodidacta especializado en el género documental.

A los 3 meses, Arkadi Rochlin tuvo que ser ingresado por fuertes dolores de estómago. El 80% de este órgano tenía que ser extirpado. Además, le fueron diagnosticados diferentes tipos de cáncer. ‘A menudo tengo la misma pesadilla. Mientras duermo escucho a gente llorando de dolor. El sonido que había experimentado en los primeros años ingresado en el Centro de Oncología de Borowljany. En aquel entonces había escasez de medicamentos para paliar el dolor’. Perdió el 90% de su salud. Lo que más conmueve de estos relatos es, paradójicamente, la falta de dramatismo. Tranquilos, sumisos, indiferentes. Y aunque no la oímos, no se percibe esa voz con la que se habla cuando se compadece uno de sí mismo.

Samosely: Robinson Crusoe en el siglo XXI

O Los que volvieron ignorando el peligro de radiación para resolver su vejez. El concepto de patria quedó roto en Chernóbil. Se destruyó ese inherente apego al hogar, la nostalgia. Más de 600 lugares de Belarus, Rusia y Ucrania permanecen deshabitados. Sólo en la Segunda Guerra Mundial fueron más hogares destruidos. A la pérdida individual del hogar se suma la pérdida social de valiosas tradiciones y bienes culturales.

A pesar de que a 30km a la redonda del reactor no debería vivir nadie, este área no está del todo despoblada. Personas que han regresado y que continúan designando esos lugares como su verdadero hogar, su patria. Se les denomina Samosely (colonos autónomos). Son cientos. Gente mayor en su mayoría que acude a su lugar de origen para pasar los últimos años de su vida. Como animales moribundos retornando a su guarida original. Generalmente viven solos o con muy pocos vecinos, con perros y cabras. Robinson Crusoe en su isla. Las autoridades se han resignado y les garantizan un abastecimiento mínimo. Desde 2002 Pripjat es accesible para el turismo en el marco de tours programados.

Liquidatoren. Heroísmo ambivalente

Los Liquidadores, gente educada en la moral y valores soviéticos, que entonces tan orgullosos estuvieron de su nación y de trabajar en pos del prójimo, se plantearon después el sentido de aquella contribución. La ignorancia los convirtió en héroes. Pero no héroes brillantes. Sólo personas ordinarias, del montón. Candidatos a la muerte. Sin su cometido el reactor dañado habría ardido durante más tiempo y la construcción del sarcófago no habría sido ya posible. Peligro que además de Belarus, Ucranía o Rusia, habría afectado a todos los países de Europa.

A los Liquidatoren les fue atribuido indemnizaciones y ventajas. Medicina gratuita, derecho a una vivienda, vacaciones adicionales y pensiones anticipadas. Aunque en realidad en muchos estados post soviéticos han tenido que luchar duro por la consecución de estos derechos. Pero resulta especialmente complicado alcanzar el reconocimiento de enfermedad producida a consecuencia de haber trabajado en Chernóbil. ¿Quién quiere ser de esa clase de héroes?

Muchos de ellos están muertos. Los que todavía viven, en su mayoría luchan contra problemas de salud. Leucemia, insuficiencia cardiaca o pulmonar, minusvalías, cáncer en múltiples variantes, diabetes. Se les debe su compromiso. Y que en Europa occidental estemos a salvo de una terrible desgracia. Un dolor intolerable a cuyo recuerdo se dirige esta exposición.

Tschernobyl: Verlorene Orte, gebrochene Biografien
Hasta el 29 de mayo de 2011
Billy-Brandt-Haus

Wilhelmstraße 140 / Stresemannstraße 28

www.willy-brandt-haus.de

Redacción Berlín Amateurs © mayo 2011
CAI ©
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