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«Street Art Symphony»: la película (berlinesa) que te hará sentir bien

Street Art Symphony

Dice Banksy que el arte urbano es el más honesto que existe: no lo crean ni compran élites, ni requiere del pago de una entrada. También es la herramienta para plantearnos, en hora y media de la película Street Art Symphony, una alternativa a la Europa que se deshace entre cementeras especulativas y el individualismo exacerbado, en pleno corazón geográfico del continente, en Berlín.

Rodada entre Kreuzberg, Friedrichshain, Mitte, Neukölln y Treptow, es la historia cinematográfica de Viejo, un español al borde de los temibles cuarenta que vive en una jaula de cristal, con el teléfono digital como único portal hacia una relativa realidad. Le da miedo salir, “moverse empieza a doler”, dice, porque en la sociedad moderna ya no hay violencia, pero sí un cabreo interno “de esos que dan cáncer”.

El pensamiento de Viejo, encarnado por el dramaturgo y músico Fernando Epelde (ganador del XXI Premio SGAE de Teatro) se identifica con dos citas: “La vida está llena de sorpresas, pero nunca cuando necesitas una” de Calvino, o “El hombre es un lobo para el hombre” de Hobbes.

La Apertura y Primer movimiento de los cuatro de esta sinfonía cinematográfica nos muestran cómo Viejo llega a la capital alemana, movido por el robo de su móvil y el morbo que le despierta cómo un ladrón “a lo Freddy Kruger” carga fotos, en sintonía aún con su correo electrónico.

La ladrona no es otra que la artista urbana en Berlín Aïda Gómez, que sube a la nube imágenes de artilugios femeninos para mear en el Fusion, árboles posnavideños y muebles abandonados en las aceras. “Llueven televisores sobre el viejo continente”, cuenta Viejo, ya asustado al darse cuenta de que en Berlín la vida y la historia desaparecen demasiado deprisa. Para colmo, tal y como reza su camiseta, Viejo es “too shy to Rap”, no es capaz de ser cool, ni de rimar.

La sonrisa y la gloria

Lo efímero centra esta película, también el drama y hasta lo absurdo, como cuando aparece un niño bebé, adicto a la nicotina y erudito, en un carro frente a la última estatua (la acaban de quitar) de Lenin. También la soledad del protagonista (de todos nosotros) frente a lo caduco y un aburguesamiento veloz. Nuestra tristeza es nuestra prisión, y las drogas una solución para que las emociones afloren. Se lo dice un skater de ochenta años al protagonista en los baños grafiteados del (ya desaparecido club) Stattbad: “La gente joven viene a jubilarse a Berlín”.

Sin embargo, la ladrona Aï tiene la clave: sopas de letras gigantescas, caracoles con mensajes o pegatinas intrigantes integran un recorrido imaginativo por encima de la pesadumbre. En el paseo aparecen todos los grandes nombres del arte urbano, desde Blu al Bosco y hasta Prost, el de la reiterativa cara smiley por toda la ciudad.

Viejo la compara brillantemente con “la primera sonrisa del Románico”, el ángel Daniel del Pórtico de la Gloria, en Santiago de Compostela, precisamente el portal espiritual de Europa durante siglos.

Mientras tanto, Aï recita a Walter Benjamin y deshace nudos de lana fosforita: “La historia es un ángel que camina de espaldas, destruyendo todo lo que encuentra a su paso”. Su abuela le dijo que para escribir, a veces es conveniente destejer lo hecho, dar puntadas hacia atrás. “Cuando muera, quiero que volquéis mis cenizas por el wáter y que tiréis bien fuerte de la cadena”, escribió la sabia abuela en su última nota.

Eres tu propio muro

En la versión comunista del primer videojuego de la historia, el Pong de Atari, llamada V-Spiel BSS 01, la pelotita rebotaba contra ti mismo, el propio jugador era la pared. Así comienza el relato entre Viejo y Aï sobre el Muro de Berlín y el sinfín de posibilidades que, en la película, ofrece ese tramo de 180 kilómetros de hormigón como metáfora: punto de en medio, franja de nadie, nube que es reflejo de uno mismo, así como de los errores del hombre.

Se traza un recorrido por el fin de las utopías colectivas, comenzando por la muerte del jovencísimo y guapo Peter Fechter, un 17 de agosto de 1962, al quedar en esa franja de nadie tiroteado en una extremidad, agonizando ante las cámaras de televisión de todo el mundo, hasta que un soldado de la RDA recogió su cadáver.

Hoy, en Berlín, tal y como advierte el skater, “no debes dar nunca dos besos a una señora, porque puede llamar a la policía”. También es ya imposible pintar o tocar el Muro de Berlín en su tramo más largo, el de la East Side Gallery, y hasta el amor, tal y como se recita en esta película, a partir de Los amantes provisionales, tema de la banda más célebre del vanguardismo sonoro alemán, Einstürzende Neubauten, es algo efímero:

die ganze Skala
mir fallen kosmische Dimensionen

toda la escala
de dimensiones cósmicas están cayendo

zwischen temporär und Tempura
zwischen Seil- und Säbeltanz
zwischendurch und auf dem Meeresboden
zwischen Semtex und Utopie

entre temporal y tempura
entre la cuerda floja y la danza del sable
entre el caos y sin rumbo en absoluto
entre Semtex y utopía

die Interimsliebenden
es gibt sie gestern nicht mer
und morgen noch nicht

Los amantes del intermedio:
No están ya en el ayer
Ni todavía mañana

Humo, fantasmas y sombras

El ladrillo y las franquicias sustituyen al romanticismo. Nos engañan con comodidades, cual cortinas de humo. El humo protagoniza la mitad última del film, rodada entre una feria de cacharritos con monstruos y la East Side Gallery. Puedes imaginar a tu propio Doppelgänger (tu doble en vida) o entrar en pánico al fin de tanto idealismo inventado.

La propia ladrona al fin se encuentra con Viejo, cada uno a un lado de la pared, para decirle que “cuando le abren a un cachorro la jaula no sabe muy bien qué hacer”, habla del protagonista y también del 9 de noviembre de 1989.

La propuesta a tanta desorientación es simple: “La gente tiene poca energía porque juega poco”. Así que, tras una hora y media de estética visual y riqueza dialéctica, con temas de Raposo, Usted, Planning to Rock y Moustache, en ese limbo que representa lo intermedio, sin derecha o izquierda, sin pasado ni presente, entre lo viejo y lo que está por venir, ya sea por medio de un spray, o con el juego de las figuritas derretidas de la Nochevieja alemana Bleigießen, Street Art Symphony alivia al espectador con un sabio derroche de la imaginación.

Lo mismo que al espectador le ocurre a Viejo. La realidad es como la quieras ver. Proyectado sobre los pilares de piedra que sujetan los bustos de Bush, Gorbachov y Kohl, a la entrada del edificio del monstruo mediático alemán Axel Springer, surgirá la sombra de un niño. El mejor mensaje de la película, a outsiders y deprimidos, temblorosos ante la incertidumbre del dolido continente, es cómo de la mentira y de lo fugaz siempre nos salvará la capacidad de juego.

Street Art Symphony – Proyección: 7 de diciembre. Instituto Cervantes de Berlín. Entrada gratis

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