Escrito por: Barrios Historia OCIO

Kreuzberg, barrio berlinés de contrastes

Kreuzberg es un pulso de contrastes. Una atmósfera underground sin aditivos ni edulcorantes. Escaparate de nuevas tendencias. Convivencia pacífica entre culturas. Carácter y estética divergentes. Es el barrio que más ha evolucionado cediendo radicalismo por multiculturalidad sosegada.

Atrás han quedado los tiempos en que Kreuzberg era el barrio degradado por excelencia de Berlín, habitado por los estratos sociales más desfavorecidos durante la efervescencia de los años 60. La fama de libertaria que Berlín adquirió a partir de los años 70, no es ajena a aquel Kreuzberg de revueltas estudiantiles febriles, casas ocupadas, tensiones raciales, emigrantes organizados, altercados policiales y noches prorrogadas.

Barrio fundamental

Sin embargo, tras la caída del muro (Kreuzberg había quedado bajo la tutela del oeste), lo que había en Kreuzberg de marginal, creativo, vanguardista, combativo, y movimiento político, se dulcificó, restauró y acicaló hasta convertirse en otra cosa muy distinta con una cara más amable. Esa parcela inadaptada de antes sería, desde finales de los años 70, objeto de los programas de saneamiento de la IBA-87 (plan de restauración llevado a cabo por arquitectos reconocidos), que mejoró sustancialmente el estado de viviendas y calles durante la década de los 80. Algo que sin duda ayudó a su plausible lavado de cara. Y así fue como Kreuzberg –al igual que una princesa desdichada hacia el final feliz de su cuento– pasó de encontrarse en las afueras deprimidas de la ciudad para sorprenderse al verse formar parte del centro.

Kreuzberg comparte distrito con Friedrichshain, en el suroeste de Berlín. Aunque cuenta con una discreta superficie de 10 kilómetros cuadrados, lo cierto es que en esta zona de Berlín prima el desorden arquitectónico y cultural, y la uniformidad, al igual que en otras áreas de la ciudad, brilla por su ausencia. Pocas ciudades pueden presumir tanto de variedad como Berlín, y escasos barrios pueden jactarse sin moderación de su multiculturalidad cautivadora como la que ostenta Kreuzberg. También conocido como la pequeña Estambul, la mitad este de Kreuzberg (antiguo distrito postal SO36, abreviatura de Süd-Ost, en otra época identificable como el Bronx berlinés), mantiene cierto sabor bohemio, todavía paraíso de ‘okupas’ y ‘punkis’ profanado por clases acomodadas atraídas, cada vez más, por los bajos precios de los alquileres, objetivo indiscutible de los especuladores inmobiliarios.

La mitad oeste de Kreuzberg se configura como el ala aburguesada donde conviven avenidas modernas y calles estrechas, fachadas resplandecientes que sobrevivieron a la guerra (intactas en su 60 %). Cafés y restaurantes de corte neobohemio y multitud de establecimientos inundan las dos inquietantes arterias comerciales de Kreuzberg: Oranienstr. (calle del SO36 o si se prefiere, la –cada vez más parecida a– Kastanienallee de Kreuzberg) y Bergmannstr. (SO61). Con duras y tenaces competidoras como Mehringdamm o Wiener Str. Un recorrido hedonista obligatorio, lejos de las consideradas mecas del shopping.

Retos y recuerdos

El 40 % de la población de Kreuzberg es turca. Casi todo en Kreuzberg está traducido al turco: las cartas de los restaurantes, los nombres de las tiendas, las agencias de viaje, los carteles de cualquier establecimiento. Los turcos se han convertido en la minoría más numerosa de Alemania. Cerca de tres millones viven en el país. Valiosa mano de obra que después de la Segunda Guerra Mundial contribuyó a la reconstrucción y al despegue económico del país. Emigrantes hoy ya en su tercera generación de turcos-alemanes. Cada vez más, Kreuzberg va dejando atrás su pasado y presente humilde y modesto para adentrarse en un futuro prometedor y soberbio.

Una de las singularidades que alertan sobre la certeza de encontrarnos en un barrio colmado de emigrantes, es la cantidad de fachadas inundadas por la presencia descarada de antenas parabólicas que apuntan al Bosforo. Además de la proliferación de negocios familiares regentados por turcos –por supuesto, sin olvidarnos del Türkische Markt–: tiendas de una moda muy peculiar (no hay más que echar un vistazo a los escaparates exóticos y en ocasiones aberrantes de Kottbusser Damm), puestos de kebaps fijos e itinerantes, locales de víveres y alimentos de la tierra, o los reconocibles y omnipresentes Spätis (pequeñas tiendas donde además de bebida, se puede comprar tabaco, snacks, golosinas o incluso conectarse a internet).

Eda Ceylan, de origen turco, trabaja en el negocio familiar del número 27 de Oranienstr. En Smyrna Kuruyemis es posible comprar productos autóctonos de Turquía como una surtida variedad de frutos secos, aceites o vinos. «Lo que vuelve a este barrio especial es la multiculturalidad que se respira aquí. No considero que existan grandes diferencias de integración entre la cultura islámica y la alemana que conviven en Kreuzberg desde hace tantos años», afirma.

La línea U1 del metropolitano, con sus raíles elevados aproximadamente 4 metros por encima del suelo, constituye un vehículo formidable para atravesar -al mismo tiempo que hilvana-, los parches arquitectónicos que componen Kreuzberg. En Kreuzberg, la convivencia de estilos, culturas y formas se convierte en una dinámica obra de arte que incluso sorprende a visitantes exigentes, a observadores minuciosos y a sociólogos expertos. Kreuzberg no sólo es el campo de batalla donde el kebap gana el combate a la Bratwurst. Es más que olor a especias, que mujeres musulmanas vestidas hasta el techo mismo de su existencia y el sonido de ritmos evocadores fácilmente atribuibles al otro lado del Mediterráneo. Algo más contundente que una concentración de tendencias sociales alternativas. Se trata de una simbiosis de culturas y tiempos. Una fusión rica e interesante. Un espacio reducido cada vez más global.

Mosaico cultural

Al igual que ocurre con los puestos de kebaps, las peluquerías en Berlín –y más en Kreuzberg– se multiplican con estrépito. Cientos de cut-and-go’s (a 10 euros el corte de pelo, donde prima la rapidez y perece la calidad) que tanto han hecho por la democratización de la peluquería. Lo único que convierte a Jonnycut (Yorckstr., 43) en una peluquería convencional, es que allí también cortan el pelo. Irene Aquino, española de padre cubano, trabaja en Jonnycut desde hace algunos meses.

Mis compañeros son creativos en exceso y eso se contagia. Los clientes van acorde con el interiorismo que puedes observar –de marcada tendencia espiritual rozando la santería naïf–, es un público específico que busca calidad, ya que los precios de esta peluquería son un poco más altos que los de cualquier otra. Se trata de otra actitud y de gente un poco más mayor, debido a la proximidad con Schöneberg, un barrio más pudiente, menos fashion, pero mejor situado. En Prenz te puedes encontrar a un público muy cool, pero en definitiva es todo un quiero-y-no-puedo, explica Irene. Jonnycut ofrece exposiciones, presentaciones de productos de cosmética, tomar un café o la posibilidad de comprar una camiseta. La primera vez que entré aquí me dio la sensación de estar entre la India e Ibiza. La decoración transmite frescor y energía, se nota que hay mucho cariño y eso habla del ambiente de la peluquería.

Jonny Soares es el propietario de Jonnycut. Estudió arte en UDK antes de trabajar durante 15 años con la artista pop Nena, dedicarse al teatro, a la música, a la fotografía y a la pintura. Me encanta este sitio. No quiero moverme a ninguna área chic –en un tono despectivo, exagerado por los golpes contundentes de sus mechones– de la ciudad. Eligió el lugar durante un paseo en bici: Me pareció un espacio despejado, donde podía entrar mucha luz. Jonny trabaja habitualmente con celebrities alemanas como, por ejemplo, Daniel Brühl, el protagonista de Good bye Lenin!, la película que situó a la RDA en el mapa sentimental de los cinéfilos de medio planeta.

Realiza fotos o pinta cuadros que luego exhibe en Jonnycut. La mejor definición que puedo darte de este local es que se trata de una galería de arte y una peluquería. Jonny Soares es un tipo activo que derrocha energía y espiritualidad en cada actividad que desempeña. Y es en Kreuzberg donde su áurea espiritual se siente mejor. Kreuzberg nunca cambia. Me gusta mucho. No tiene nada que ver con ese rollo tendencioso que mueve a la gente trendy de Mitte, Prenzlauer Berg o Friedrichshain. Toda esa gente que ahora regresa a Kreuzberg no porque les guste, sino porque los alquileres son más baratos.

Kreuzberg tampoco queda al margen de una dilatada y contundente oferta cultural. Künstlerhaus Bethanien (Mariannenplatz 2), un antiguo hospital rescatado por los okupas tras su cierre y reconvertido hoy en centro artístico-cultural, propone programación de teatro, exposiciones y conciertos, además de contar con una veintena de talleres, un hogar del jubilado e incluso una biblioteca turca. El polémico centro cultural-okupa Köpi (Köpenicker Str. 137), que todavía insiste en su contienda por subsistir. El Museo de Kreuzberg (Adalbertstr. 95A), que lucha por la persistencia de las raíces profundas de uno de los barrios más nutridos y florecientes de Berlín suroeste.

El Museo Judío (Lindenstr. 9-14), ubicado en su contemporáneo edificio zigzagueante creado por el judío Daniel Libeskind, realiza un recorrido introspectivo por el judaísmo en Alemania y sus destacados representantes. Schwules Museum (Mehringdamm 61) es el único en su especie dedicado por entero a la homosexualidad. Y Checkpoint Charlie (Friedrichstr. 43-45, uno de los pasos fronterizos entre el sector soviético y el americano durante la guerra fría), o la versión Disneylandia del comunismo; la vertiente comercial, a golpe de merchandising, de lo que fuera la RDA.

Redacción Berlín Amateurs © 2010
© CAI
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