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Un paseo por la historia de la astronomía berlinesa

Eclipse - CC davidfntau

Una de las mayores atracciones artísticas y culturales de Berlín es el Museo de Pérgamo. Todos los días recibe cientos de visitas dispuestas a admirar los templos ancestrales que alberga, así como obras de arte islámicas y del Antiguo Oriente Medio. Sin embargo, muy pocos  de sus visitantes  descubren en estas obras artísticas su rasgo más científico: desde el comienzo de las civilizaciones, su quehacer arquitectónico estuvo ligado a los conocimientos de los fundamentos de la física para poder erigir templos que permanecieran estables con el paso de los años. Y para colorear los motivos que los adornan, necesitaron del saber químico y de conocimientos de geología botánica.

La ciencia y la expresión artística han ido de la mano desde el principio de los tiempos: la perspectiva ha contribuido a mejorar la pintura y los avances en lentes y en física han apoyado a la fotografía. Y por el contrario, la expresión artística ha ayudado a las ciencias a avanzar: el saber científico proviene de la imaginación, de la que el arte es uno de sus máximos exponentes y a su vez, ayuda al desarrollo científico.

Un paseo por la historia de la astronomía berlinesa

¿Sabías que en Berlín se descubrió el planeta Neptuno o que uno de los telescopios de su observatorio se encuentra en Crimea?

Quizá una de las ramas científicas más artísticas sea la astronomía. El 20 de marzo se podrá observar en Berlín un eclipse solar parcial (del 80 por ciento), coincidiendo con el día de la Astronomía (que también se celebra el 21 de marzo). Si el clima lo permite, es decir, si amanece con un cielo despejado, lo mejor es acercarse a alguno de los planetarios de la ciudad para poder disfrutar del fenómeno, ya que es peligroso mirar al sol directamente, o incluso con gafas de sol.

Lo cierto es que, con o sin eclipse, Berlín es una ciudad ligada a la astronomía. Ya en el año 1700, Leibniz formó la Sociedad de Ciencias que tuvo como primer astrónomo a Kirch, quien junto con su mujer descubrió el Gran Cometa en 1702, también conocido como cometa Kirch en su honor. Aunque no sería hasta 1711 cuando se construyó el primer Observatorio de Berlín, en la actual Dorotheenstr. Con el establecimiento de Prusia, se renombró la sociedad como Academia Prusiana de las Ciencias.

Durante el siglo XIX, el Observatorio atrajo a múltiples astrónomos, cuyos hallazgos llenan nuestros libros de ciencias. Sin embargo, los instrumentos eran bastante rudimentarios y el edificio carecía de las condiciones apropiadas, por lo que con la ayuda de la influencia de Alexander Humboldt, quien era también miembro de la academia, se consiguió el apoyo del rey, Friedrich Wilhelm III, para construir un nuevo Observatorio.

Y fue en  este edificio, situado en Kreuzberg, en donde el mayor descubrimiento astronómico en la historia de Berlín tuvo lugar: Johann Gottfried Galle descubrió la existencia del planeta Neptuno en 1846. El astrónomo se valió de un instrumento, que también Humboldt había contribuido a conseguir: un refractor Fraunhofer de nueve pulgadas, el telescopio que se considera que abrió la era de estos grandes instrumentos. Este telescopio ayudó a los astrónomos del Observatorio de Berlín a realizar varios descubrimientos astronómicos, catapultando a sus miembros a la fama. Actualmente, el telescopio se encuentra en el  Deutsches Museum de Múnich.

Otros tres hitos importantes marcaron el desarrollo de la astronomía en Berlín. En 1879, bajo la supervisión de Wilhelm Foerster se construyó la primera torre de observación solar del mundo, como parte del Observatorio Astrofísico de Potsdam, fundado en 1874. Y en 1888, también Foester, con el soporte financiero de Werner von Siemens, fundó la Sociedad Urania, aún presente hoy en día y que se convertiría  en el primer observatorio mundial para el público en general.

Unos años más tarde, en 1896, Berlín recibiría el que es el mayor telescopio articulado del mundo, un refractor de 21 metros de largo. El instrumento, que iba a ser simplemente expuesto en la exhibición industrial de Berlín, se quedó en la ciudad con la ayuda de Archenhold, otro astrónomo alemán y miembro del Observatorio de Berlín. Así se fundó el segundo observatorio público de la ciudad, que sigue en funcionamiento, en Treptow, y en donde aún se puede admirar este instrumento.

En 1913, la expansión de la ciudad de Berlín obligó a buscar un nuevo lugar para las observaciones astronómicas, por lo que el Nuevo Observatorio se mudó a una colina en la parte este del Royal Park en Babelsberg. La calle, Enckestr. recibió su nombre en honor al que fue director del observatorio y uno de sus precursores principales, el astrónomo Johann Franz Encke.

La mudanza trajo también la renovación del instrumental, lo que colocó a Berlín en cabeza en cuanto a la calidad de su equipamiento. Así, el observatorio de Babelsberg fue el primero en tener un telescopio, un refractor de 65 centímetros, con lentes de Carl Zeiss y se adquirió también un telescopio de 122 centímetros, que en su momento era el segundo más grande del mundo. Este refractor se encuentra en pleno funcionamiento actualmente en el Observatorio Astrofísico de Crimea, a donde fue trasladado por la Unión Soviética como reparación de guerra. Desde 1992, el Observatorio de Berlín se unió al Observatorio Astrofísico de Potsdam bajo el nombre de Instituto Leibniz de Astrofísica de Potsdam.

Quizá dos de los últimos grandes acontecimientos de la astronomía en la historia de la ciudad fuese la apertura de otros dos planetarios públicos: el observatorio Wilhelm-Foerster, el mayor observatorio popular de Alemania, y el Zeiss-Grossplanetarium, uno de los planetarios más grandes de Europa (que en la actualidad se encuentra cerrado por reformas). Porque desde los comienzos, en Berlín la búsqueda de preguntas como el de dónde venimos o simplemente la observación de nuestro universo ha estado ligado al saber científico, pero también a la cultura popular.

Y quizá alguno de nosotros al pasar por la Encklestr. hayamos mirado alguna vez al cielo, sin habernos imaginado que hace unos cientos de años, unos científicos observaban ese mismo cielo, sonrientes tras descubrir el octavo planeta de nuestra galaxia.

Ana Galán para Berlín Amateurs © marzo 2015
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