Escrito por: Actualidad Alemania

Guerra Fría Digital: todo el mundo oculta algo

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 Una tarde algo lluviosa en Berlín-Mitte. En un apartamento a la orilla del canal, la mujer más poderosa de Europa está sentada junto a la ventana, desde donde se observan los tejados de la Isla de los Museos.  Angela Merkel escribe un mensaje de texto. Se presume que es información confidencial de alto valor. Bien podría tratarse de información sensible para el partido, o de una breve comunicación con algún miembro de su gobierno. Quizá le escriba a algún lobbista de la industria, o puede que a un buen amigo. Pero, ¿confía Angela Merkel en la seguridad de su teléfono?

Para neófitos que aún se pregunten qué es eso del NSA, aclaremos que se trata de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense, la cual ha sido especialmente criticada en los últimos meses a raíz de las acusaciones de espionaje a importantes líderes políticos. Las revelaciones del exempleado Edward Snowden hicieron saltar por los aires el pacto de silencio entre políticos, agencias de espionaje y empresas tecnológicas. Edward Snowden se vio obligado a pedir asilo en Rusia. Moscú y Washington medían sus movimientos. El gobierno chino (siempre acusado de auspiciar el espionaje industrial) se puso de perfil.

En medio de los sutiles tejemanejes políticos se encontraba de nuevo Europa. Y en Europa se optó por disimular. Pero una extraordinaria revelación situaba en el centro de atención a la capital alemana: el teléfono de Angela Merkel había sido interceptado desde los años en que se hizo con las riendas de la CDU y mientras ha sido canciller. En Berlín se habla de Handygate. Los paralelismos con la época de la Guerra Fría se dibujan cada vez con mayor nitidez.

Esta escalada de tensión necesitaba de un nuevo Willy Brandt. El único diputado por elección directa de Los Verdes (por Friedrichshain-Kreuzberg), Hans-Christian Ströbele, decide visitar a Snowden en Moscú y presionar al gobierno alemán para poner coto a las actividades de espionaje.

Mientras tanto en Berlín no paran de salir a la luz datos escalofriantes; en el techo de cada embajada parece esconderse un completo equipo de espionaje. En la embajada estadounidense podría haber incluso un equipo completo apuntando directamente al Reichstag y a la cancillería. Los medios de mayor difusión ilustran sus informaciones con antiguas estaciones de espionaje aliado (a los nuevos berlineses se les vendrá a la cabeza la imagen de las cúpulas trianguladas de Teufelsberg). También han llegado a hacerse comparaciones con la Stasi (policía secreta de la RDA, especialmente conocida por espiar a sus ciudadanos y almacenar ingentes cantidades de datos). De repente todo el mundo parece darse cuenta de la existencia del espionaje. En cualquier caso, ¿en qué medida justifica la existencia de secretos la actividad de las organizaciones de espionaje?

Saber algo que los demás apenas intuyen te otorga un poder sobre ellos. Esta premisa siempre la han conocido quienes ejercen el poder y es por ello que los gobernantes se reservan ciertas informaciones y a la vez intentan averiguar lo que el resto les esconde (bien sean otros gobiernos o sus propios ciudadanos). “La confianza es buena, el control es mejor”, afirmaba sin rubor Lenin. El espionaje existe y va a seguir existiendo: en la era de la interconexión es difícil que consigamos mantener lo que llamamos privacidad. Por ello, el escritor David Brin sostiene que “reaccionemos vigilando desde abajo a quienes desde arriba nos vigilan”. Un buen ejemplo de ello es el reportaje realizado por un equipo de la cadena pública NDR, que ha grabado algunos centros de alta seguridad británicos y estadounidenses con un pequeño dron –aparato volador ligero no tripulado–  y una cámara térmica.

Si el control vertical forma parte necesaria del sistema, corresponde preguntarse qué papel juega la vigilancia horizontal. Hace unos días el jefe de la NSA pedía a los servicios secretos europeos que se pongan al día y estén mejor preparados. Sus declaraciones, sólo aparentemente contrarias al interés de su institución, se basan en el principio sobre el que se asienta la actividad de los servicios secretos: la inestabilidad de la información –concepto analizado por el sociólogo alemán Dirck Baecker–. La información es volátil puesto que, por un lado, no se puede saber a ciencia cierta quién tiene conocimiento de ella y, por otro lado, desconocemos si y hasta qué punto ha podido ser manipulada. Así pues, según esta concepción, son necesarios rivales de los que obtener información y poder contrastarla. El monopolio o incluso el mero predominio de una agencia secreta podrían, por lo tanto, ser contrarios a sus fines.

Aparentemente ajena a lo que ocurre termina de escribir Angela Merkel: está contenta con el contenido de su mensaje y mira satisfecha la pantalla de su teléfono. A decir verdad, me ha sido imposible conocer el contenido del mismo. En un juego mental imagino un cariñoso mensaje a su marido: “Cuando llegues te espera un pastel. He puesto mucho azúcar glas, como a ti te gusta”. Imposible para el lector constatar si tengo o no razón. Bueno, no del todo imposible. Y es que en tiempos de la transparencia abundan las vacantes de espía.

Juanfran Álvarez © Berlín Amateurs noviembre 2013
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