Escrito por: Actualidad Cine CULTURA OCIO

Entrevista a Núria Giménez, directora de «My Mexican Bretzel»

My Mexican Bretzel por Nuria Gimenez - Berlin

Desde el miércoles 10 de noviembre hasta el domingo 14, tiene lugar el festival de cine Visionär Film Festival de Berlín. En el cine ACUDkino en Mitte se presenta la aclamada película My Mexican Bretzel, de título tan enigmático como el propio film. Tras ser premiada en varios festivales internacionales como el de Róterdam o Mannheim-Heidelberg, llega a Berlín y charlamos con su directora, Núria Giménez, sobre su opera prima.

My Mexican Bretzel ha sido reconocida por haber aportado una refrescante originalidad al panorama cinematográfico. De todos los premios que empieza a acumular, el premio del público en el Festival D’A Film de Barcelona es el que más ilusión le hizo a su directora. En la película, de 75 minutos de duración y desarrollada entre las décadas de los años cuarenta y sesenta, nos adentramos en el mundo de Vivian y Léon Barrett, una pareja adinerada y sin hijos, que disfruta de Suiza, su país de origen y de muchos viajes a solas o con amigos.

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Los recuerdos filmados se acompañan de las palabras subtituladas del diario personal de Vivian. No hay voz en off ni música; cada línea va añadiendo detalles y dramatismo a toda la aparente belleza y tranquilidad a la que asistimos. Pero también entran en juego otros elementos como las frases del gurú Kharjappali, inspirador de las reflexiones de Vivian o algunos olvidados hechos históricos.

Aquí no queda todo, pues My Mexican Bretzel gana el doble de interés cuando descubres que es un ejercicio de ficción sobre las imágenes familiares rodadas por sus propios abuelos y rescatadas de un sótano en Suiza. Esta película evidencia el ejercicio entre la verdad y la mentira inseparable de la creatividad en el séptimo arte y nos regala una historia a la que no le falta ni sobra nada.

Berlín Amateurs: ¿Qué te fascina de los vídeos familiares? ¿Crees que hay algo de no pretencioso en ello o todo lo contrario?

Nuria Giménez: A mí no me fascinan nada los vídeos familiares (risas). No me parecen pretenciosos, es que es la típica cosa que le interesa a la familia, que es normal… El vídeo de la boda de la prima, todo bien, pero eso solo le va a interesar a la gente que conoce a esa persona o que ha estado en la boda. Lo que me fascina muchísimo es cualquier material de archivo antiguo, la imagen digital me fascina menos, y mucho menos si es familiar.

BA: ¿Crees que sin querer contar la historia de tus abuelos la has contado de alguna manera?

NG: Mi abuelo, quiero pensar, que estaría contento de que esas imágenes que han estado casi setenta años en un sótano, sean tan apreciadas y disfrutadas. Eso sí que creo que le hubiera hecho ilusión, no sé si en el momento él era tan consciente. Luego, mi abuela, no lo sé… Porque como no la conocí nunca… En eso no miento, ni en la fecha ni en el motivo de la muerte de ellos dos, lo cual, por otro lado, me ha permitido tomar cierta distancia. Pero, aunque suene muy raro, siento que he establecido un vínculo con ella o que la conozco mejor a través de la creación de un personaje ficticio. He interpretado y escuchado lo que las imágenes me decían.

Cuando mi madre vio la película me dijo que había hecho un retrato más verdadero de sus padres que si hubiese explicado su vida real. Para mí era muy importante que ella la viera. Al final, son tus padres y es raro que tus padres se conviertan en personajes de ficción (risas). Se lo agradezco muchísimo, ha sido muy generosa.

BA: El falso gurú con el que Vivian se identifica está lleno de sentencias donde la dualidad es la única verdad, la mentira-verdad, el sentido de la vida con el sinsentido, la eternidad de la tristeza con lo momentáneo del placer. ¿Es este el sentido último de la película, los opuestos inseparables?

NG: Sí. A priori no quería darle ningún sentido. Luego, a posteriori, bastante después de haberla acabado, me doy cuenta de un montón de cosas, pero no ha sido un proceso premeditado, intelectual… sino un proceso mucho más visceral e inconsciente. Hay dos frases de Kharjappali que no son mías. Una es la de “El deseo no se puede desperdiciar”, de mi amiga Laura Borrasco, con su permiso utilizada, obviamente.

Y la segunda siempre me ha emocionado mucho, es de mi padre, que murió antes de poder ver la película acabada. Como la película es toda la rama de mi madre, quería que mi padre estuviera de alguna manera. Él siempre se inventaba epitafios y nos reíamos mucho porque eran muy divertidos y este era su favorito y el mío también: “Gracias por todo, pero no me he enterado de nada”. Así que es como un tributo a él.

BA: La calidad de las imágenes es muy buena. ¿Qué opinas del uso de las imágenes ya existentes para crear cine y cómo comparas ese tipo de registro de los recuerdos con el que se haría ahora con el móvil?

NG: Es una cuestión de cantidad. Con las escenas que yo encontré me di cuenta que en analógico se filmaba muchísimo menos. Las escenas duran pocos segundos porque tenías que pensar muy bien. Está muy pensado dónde pones la cámara o dónde está la luz. En el digital esto no existe, debería de existir, pero lo que haces es por si acaso.

En una cena sacamos 80 fotos por ponerlo por lo bajo. Y si le das la cámara a alguien y le pides una foto, te hace diez. Ahora es un bombardeo y ha cambiado mucho la relación con ese material. Yo me encontré con 29 horas y media de 20 años de vida. Claro, hoy en día un chaval que se ha ido un fin de semana a Nueva York o a Andorra también ha filmado algo así. Por un lado, el ver el resultado inmediato es una maravilla; y por el otro, le quita magia al asunto porque la emoción de ir a ver el resultado es impagable.

BA: ¿Por qué prescindiste de la música para acompañar el film?

NG: Cuando recogía las bobinas en el sitio donde las digitalizaban me daban un DVD y el material original. En el DVD le ponían música swing de principio a fin. Pero luego llegaba a mi casa, veía el archivo en silencio y me decía que no tenía nada que ver; era como si viera otra cosa, respiraba de otra forma. La imagen tenía espacio para desplegarse.

De la otra manera, la música es tan potente que lo devora todo porque tiene mucha fuerza y se come lo que sea. Te relacionas de manera distinta con la imagen, ni peor ni mejor. Personalmente, estoy muy harta del bombardeo constante de sonidos, de músicas, de máquinas, de ruidos, todo el rato, allá donde vayas, es horrible. Luego pensé mucho en recuperar la relación con el silencio que creo que hemos perdido bastante. Es muy raro estar en un espacio y compartir silencio con personas que no conoces, ni siquiera en templos o en iglesias, siempre hay altavoces, músicas… Pero también hemos perdido la relación con nuestros propios sonidos, lo tapamos todo.

En general, me ha sorprendido la reacción positiva de la gente que dice que ha disfrutado el silencio. Al principio, es verdad que le incomoda, pero luego le ayuda a entrar mejor en la película.

My Mexican Bretzel se proyecta hoy (13 de noviembre) por segunda vez a las 17 horas. El programa completo de Visionär Festival de Berlín lo puedes descargar en su web y tiene lugar en el cine ACUD de Berlín del 11 al 14 de noviembre.


ACUDkino (Veteranenstr. 21, 10119 Berlín-Mitte)

www.visionaerfilmfestival.com

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