Escrito por: Ciencia & Tecnología Crónicas maricas Sociedad

Crónicas maricas #4: El botón del placer

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El otro día estuve escuchando en el podcast Caras B cómo un grupo de gays residentes en Berlín compartía cuál había sido su peor cita y hablaban en general de su experiencia con las apps de ligue. Entre otras cosas, los tertulianos se quejaban de que muchas de las veces sus citas olían mal o bien las fotos no se correspondían con la realidad.

Trasladando el debate a mi grupo gay de WhatsApp, mis amigos, tal y como los tertulianos del podcast, admitieron que usan las apps de ligue solo para buscar sexo. Reconociendo además que para cerrar una cita suelen invertir entre una y tres horas y que en muchos de los casos el encuentro no se produce, acabando todo en una simple paja. Lo llaman chatear y conocer gente.

Resulta curioso que pasemos horas aislados y enganchados a un teléfono sin hablar ni relacionarnos físicamente con nadie intentando conocer gente. Un tiempo en el que en un bar hubiésemos podido entablar una conversación y, si nuestro candidato debido a su olor corporal, no nos hubiese interesado habríamos buscado otro entre la multitud. Si realmente buscas sexo y eres muy puta, extrapolando la situación a una sauna, entre una y tres horas te da tiempo a chupársela a uno y luego salir en búsqueda del siguiente, ¿no?

Entonces, ¿qué es lo que provoca que nos pasemos horas mirando un teléfono, qué es lo que a pesar de no tener muchas veces citas satisfactorias induce a que volvamos a mirar las apps, qué es lo que desencadena que muchas de las veces acabemos haciendo sexting y masturbándonos frente una aplicación? ¿Cuál es el fin de las aplicaciones de ligue?

Las máquinas tragaperras utilizan estímulos para llamar nuestra atención haciendo que nos fijemos en ellas. Luces y sonidos provocan una fuerte tensión emocional empujándonos a jugar. Una simple inversión nos puede dar una gran recompensa. El tiempo que transcurre entre la apuesta y el resultado es muy corto, lo que facilita el proceso de adicción.

Un artículo publicado recientemente en la revista Science demuestra que las células del cerebro que contienen dopamina se activan en pacientes ludópatas cuando están jugando. La dopamina suele asociarse con el sistema del placer del celebro, suministrando sentimientos de gozo y refuerzo para motivar a una persona de manera proactiva a que realice ciertas actividades.

Las aplicaciones de ligue, incluso Instagram, no son otra cosa más que una fuente de estímulos que propician que nuestro cerebro produzca la tan maravillosa dopamina. Como ocurre con las máquinas tragaperras, las apps utilizan los mismos estímulos para llamar nuestra atención. Luces y ruidos representados en likes y matches provocan que estemos constantemente refrescando la pantalla y realizando nuevas búsquedas. Jugando.

Tras un rato, y como si se tratara de un ludópata, recibimos la ansiada recompensa en forma de zumbido. Un mensaje. Un mensaje que es al fin y al cabo la aceptación del otro. Un mensaje que provoca en nosotros mismos la estimulación sexual o simplemente un subidón de autoestima. Esta recompensa produce en nuestro cerebro chorros de dopamina que activan el sentimiento de placer y el proceso de adicción.

Nos volvemos adictos a las apps sin darnos cuenta, pues nuestro cerebro las relaciona con el sexo y el placer. Nos levantamos y nos acostamos mirando si hemos recibido algún mensaje. Esperamos una recompensa constantemente; algo que alimente nuestro ego, nuestra baja autoestima.

Si a esta ecuación de sexo y baja autoestima le añadimos las drogas, tenemos la tormenta perfecta: Chemsex. Las aplicaciones de ligue juegan un papel fundamental en la propagación de la peligrosa práctica sexual. Un papel, sin duda, nefasto.

Sin darnos cuenta nos volvemos esclavos de un aparato que mide nuestro autoestima en woofs. Nos volvemos adictos a los estímulos, a las lucecitas y a los zumbidos. Las aplicaciones de ligue no nos conectan; nos aislan, nos incomunican del resto. Han prostituido el simple hecho de conocer gente. Ya no le damos importancia a una mirada en el U-Bahn o a alguien que conocemos un jueves en el Möbel Olfe.

No han surgido como respuesta a una necesidad sexual, pues sinceramente follar se ha follado toda la vida sin necesidad de aplicaciones y tampoco han surgido para paliar tu soledad. El dueño de Grindr no es una ONG y por supuesto a Tinder no le interesa que consigas pareja estable. Han surgido como respuesta a una sociedad enferma de baja autoestima. Ellos se alimentan de tus clics, de tus woofs… les mueve lo mismo que al dueño de un casino. Ganar dinero.

Pepe Müller para BA © octubre 2018
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