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Amor, sexo, soledad y «apps» en Berlín: ¿quiere alguien a alguien o ama algo de alguien?

BA-Grindr, loading more guys

Somos seres corrientes que (en ocasiones) piensan y sienten. Cada uno de nosotros constituye una entidad única, un cosmos en sí mismo que se expande en una ciudad desconcertante como es Berlín. Pero ¿qué debemos pensar y qué sentir? Se impone la inteligencia emocional y controlar las emociones, como si estas fueran sinónimo de debilidad y dignas de desprecio. El adjetivo “emocional” funciona casi siempre en clave peyorativa. Las emociones están muy mal vistas. Sobre todo en Alemania. Cada cual es un impenetrable secreto para sí mismo y no digamos ya para los demás. Andamos por la vida con nuestros enigmas a cuestas mientras tratamos de descifrar los de los demás. Entonces, ¿por qué nos extraña tanto que haya incomunicación en las parejas? Nos conocemos y, a pesar de todos los esfuerzos que podamos llevar a cabo, no nos conocemos. No tenemos ni puta idea de quiénes somos. El amor es duro: significa compromisos, responsabilidades, imperfecciones, etcétera. La esencia del amor es trabajar por algo y hacer crecer algo, pero tiramos la toalla con demasiada facilidad ante el más nimio —o no tanto— obstáculo. Amor y trabajo son inseparables.

P (hombre, gay, residente en Berlín) piensa que el amor es la solución madura al problema de la existencia. Sin embargo, P es todavía un inmaduro emocional, y puede que también un poco retrasado sentimental, a sus casi cuarenta. P se pasa la vida empeñándose en volver con sus ex —una labor más que ardua— mientras lee a Virginia Woolf en el U-Bahn camino de su sesión de psicoanálisis semanal en Wedding. En cierto sentido, su vida transcurre hacia detrás, siempre pendiente de que sus cicatrices no se cierren jamás y repitiendo todos los errores desde la primera relación. Es lo que su terapeuta llama circuito neurótico. “¿Qué destacarías de tu momento profesional actual?”. “La constancia”, respondió P a su terapeuta. «Entonces, prueba a trasladar esa constancia del trabajo al plano del amor, que es precisamente en ese aspecto en el que fallan tus relaciones».

¿Dar sin recibir igual a estafa?

Según Erich Fromm y otros pensadores, a la hora de amar es fundamental dar, no recibir. Dar es concebido como un esfuerzo, un trabajo. Además, el malentendido más común supone que dar significa sacrificarse, renunciar a algo, privarse de algo. Sacamos entonces el escudo de la individualidad dispuestos a atravesar a quien sea con nuestra lanza de la libertad. Estamos decididos a dar, pero solo a cambio de recibir, actitud mercantilista también del amor que ya hemos señalado en otra ocasión. Dar sin recibir igual a estafa. Favores por favores, regalos por regalos, detalles a cambio de detalles, copas a cambio de copas. A veces se vive el dar como un empobrecimiento o como un sacrificio, cuando en realidad debiera significar justamente lo contrario. ¿Qué le damos a los demás? Damos de nosotros mismos: alegría, dolor, interés, comprensión, conocimiento, humor, melancolía, depresión. Lo más auténtico y vitalista que hay en nosotros: nuestra energía.

You have a crush!

El deseo de fusión interpersonal es uno de los impulsos más poderosos del ser humano. El deseo sexual es una manifestación de la necesidad de amor y de unión, impuesta a veces por la soledad, que en Berlín es, más que una gran amiga, una fiel compañera. En todas las apps, el sexo, cuando no es omnipresente está muy latente. O dicho de otro modo: cuando no es el fin, es el medio. M (mujer, heterosexual, residente en Berlín) conoció a su último amante en happn, una de esas aplicaciones para ligar consideradas, junto a Tinder, de las más decentes. You have a crush! Se encontraron unos días después de Semana Santa. Su primera cita fue en el Würgeengel (Ángel Exterminador) de Kreuzberg. A partir de entonces, han sobrevivido a unas ocho o nueve citas, a razón de una cada diez días, más o menos: algunas veces se ven cada semana, otras cada dos. Las citas de M a través de happn son normalmente un éxito; las de Tinder un completo fracaso.

El otro día, M contaba a una amiga el último encuentro con su amante de happn: “Vino a casa y fue muy amoroso, se quedó 1,5 / 2 horas, fuimos muy cautelosos, follamos dos o tres veces, y nos abrazamos mucho al terminar. Luego siempre ponemos una canción que cantamos y bailamos los dos, en plan «Bailar Pegados» de Sergio Dalma. Esta vez fue “Space Oddity” de Bowie. La última vez cantamos “Shout!” de Tears for Fears. La puse en mi muro ¡y la likeó! Ya sabes, lenguaje encriptado en redes sociales para llamar la atención del amante. Cuando se iba me preguntó si estaba servida de sexo para un par de días y le dije que gracias por ocuparse de mis necesidades sexuales, que creía que estaba ok por unos días. Cuando se fue me abrazó mucho y me dio besos en la boca. Me sube la moral porque me dice que me encuentra ‘muy pretty‘; ningún tipo me lo dice. Y parece que el tío quiere sexo, pero se da cuenta de que si no es amoroso yo no quiero. Así que trata de serlo… ¿A ti esto te parece romántico? ¡Pero si es solo follar!… con cariño. Si no iba a ser amoroso le dije que mejor no. No veo mucho romanticismo”.

La monogamia no es cosa del reino animal

En un artículo publicado recientemente en El País, y que C (joven, gay, residente en Berlín, partidario de la poligamia) envío el otro día a P (partidario de no se sabe muy bien qué), se afirmaba que poner los cuernos es algo natural, en el sentido literal de la palabra. La monogamia no es cosa del reino animal; quizá alguna rareza de unas pocas especies de pájaros y algo más. Y sí: aceptamos ser humano como animal de compañía. En ocasiones, nos vemos obligados a percibir la fidelidad sexual como una utopía, un paradigma o un concepto trasnochado.

La antropóloga y bióloga Helen Fisher, autora de Anatomy of love, ha dedicado más de tres décadas a estudiar el amor romántico desde un punto de vista científico. Fisher afirma que durante un tiempo denominado etapa del enamoramiento que ella establece en cuatro años (Frédéric Beigbeder, en su novela El amor dura tres años, en tres), anhelamos enamorarnos y presumir de pareja estable. Pero superada esa etapa, nos dejamos resbalar ladera abajo en la espiral de la monotonía y el desgaste. Caer en brazos de otro sería, y es por consiguiente, algo bastante habitual. Sin embargo, ingenuamente suele creerse que cuando alguien está enamorado no tiende a ser adúltero. Pero no es tan así.

Según le explica C a P, “el follisqueo con cualquiera que no sea mi novio está a un nivel muy inferior. Aunque es una parte de la relación muy divertida y una buena distracción. No frivolizo, lo digo en serio. Mi marido es lo más del universo. Es guapo, me quiere, le quiero. Encima hace algo con su vida. Y tenemos un piso fantástico, vacaciones y perro. Me siento como en un sueño”. Para P, C vive en una especie de “Teenage Dream” de Katy Perry en plan relación abierta. C suele tener una o dos citas sexuales al mes, fuera de la relación, y a veces incluso dentro de ella. Ménage à troi.

C recibe proposiciones de Grindr en su puesto de trabajo en una conocida multinacional o incluso en la universidad, donde en alguna que otra ocasión le han propuesto algún que otro escarceo en los baños de la biblioteca de la Humboldt. Aunque Grindr se lanzó en 2009 —en principio para el mercado gay estadounidense—, hoy está presente en 192 países; según datos disponibles de 2014, cuenta con cinco millones de usuarios activos cada mes. C es uno de ellos. Pleno y satisfecho; es así como se siente C. No hay nada como la coherencia entre actos y pensamientos, piensa P de C, digamos que no sin cierta envidia.

Insatisfechos imperecederos

Pero a otros, siempre les falta algo. P y D (hombre, gay, residente en Berlín) son de ese tipo de personas. Viven en un vacío que quieren constantemente llenar. Insatisfechos eternos pendientes de lo que no tienen, la vida les niega o arrebata, según sus teorías peregrinas… Sin embargo, les invade el aburrimiento y el desinterés cuando consiguen lo que tanto deseaban. Todo lo concentran en la búsqueda y la conquista. Ya sea de trabajo o amor. Ellos son sus propios obstáculos para tener una relación. Según Platón, solo amamos aquello que deseamos y deseamos aquello que nos falta. Todo amor adquiere su estado ideal cuando no se tiene o cuando se ha perdido.

Las personas instaladas en el sueño de un amor platónico como P o D “viven como amantes eternas, buscadoras inagotables de la pareja ideal, enamoradas de enamorarse, coleccionistas de comienzos, nostálgicas de los amores perdidos, especialistas en el arte del abandono”. Así lo exponía un artículo de psicología publicado hace algunos meses en El País Semanal. El misterio del amor y la falsedad de las sensaciones dominan nuestras vidas. La imaginación es muy poderosa. Al menos, la de algunas personas. Por eso es un error mortífero proyectar un gran amor hecho a medida como gran remedio a la soledad del siglo XXI, que en Berlín es tan habitual como los días sin sol. Sobre todo cuando solo conocemos a la persona de un par de fotos tuneadas, en Tinder o GayRomeo.

¿Te quiero porque tú eres tú, o amo tus cualidades, tu belleza, tu inteligencia?

Es fundamental trabajar y desarrollar la capacidad de ver —y percibir— a una persona tal cual es —con todos sus defectos e imperfecciones—, no como necesitamos que sea, como un objeto para mi uso y satisfacción, para mi tranquilidad y conveniencia. La relación que D mantuvo con su penúltimo novio —por el que aún se siente bastante atraído— nació, floreció y murió entre Mitte y Friedrichshain en apenas seis meses. D es de esas personas que sienten en modo amplificado. Lo bueno y lo malo. Su novio se cansó. “Ich kann nicht mehr!”. Se dio cuenta de que D era una especie de fastidio penetrante —y permanente— en su vida. Nublaba su tranquilidad prusiana adquirida de nacimiento.

La filosofía siempre se ha ocupado del amor. Sin embargo, la primera cuestión debería ser siempre diferenciar entre el quién y el qué. ¿Es el amor, el amor de alguien o el amor de alguna cosa? Así lanzaba al aire Jacques Derrida la cuestión en una inusual entrevista espontánea disponible en Youtube: “Supongamos que amo a alguien. ¿Quiero a ese alguien por la absoluta singularidad de quien es? ¿Te quiero porque tú eres tú, o amo tus cualidades, tu belleza, tu inteligencia? ¿Quiere alguien a alguien o ama algo de alguien? La diferencia entre el quién y el qué, en el núcleo del amor, separa al mismo corazón. A menudo se dice que el amor es el movimiento del corazón. ¿Se mueve mi corazón porque quiero a alguien que es una absoluta singularidad o amo la manera de ser de una persona?”. Desde la percepción de Derrida, quienquiera que empieza a amar —ama y termina de amar— está atrapado entre la división del quién y el qué. De ahí surgen los grandes conflictos entre las parejas. No es tan fácil disociar. Ni definir el quién sin echar mano del qué. Por eso, «cuando muere el amor parece que uno deja de amar al otro, no debido a quien es, sino porque es de aquella (otra) manera”.

Continuará…

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Daniel Zimmermann para BA © junio 2015
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