Escrito por: Actualidad Alemania Imprescindibles Internet

Amor, sexo, soledad y «apps» en Berlín: en vísperas de nada

It's a Match! - Tinder

Deseamos saber que alguien nos quiere. Sin embargo, los misterios del amor y las relaciones a veces son tan inextricables como los de la muerte. El amor no es un sentimiento fácil para nadie, sea cual fuere el grado de madurez alcanzado. En Berlín, las relaciones de cualquier tipo se basan en el desapego. En las grandes ciudades hay más personas, pero no muchas más oportunidades de encontrar pareja convencional —léase monógama— estable. Como mucho, es posible aspirar a una monogamia secuencial perpetua. Son tantas las tentaciones: clubs, alcohol, apps, drogas, otras personas… Predomina la inconstancia (e incluso la inconsistencia) en el amor y el desánimo prematuro en las relaciones. Todo marcado por la inmediatez de la vida que promueven las nuevas tecnologías y las reglas del juego impuestas por el online dating vigente, que vienen acentuadas por un rotundo NEXT! a la mínima que las cosas no cumplen los estándares de nuestras exigentes —y sempiternas— expectativas, por muy mal camufladas que queramos venderlas.

Congratulations! You have a new match!

Una de cada dos parejas se conoce por Internet. O al menos, eso es lo que afirma un reciente estudio de la Universidad de Stanford, mencionado  a su vez en El País. Las reglas del juego han cambiado: para los que ahora tienen entre 20 y 30 años es algo natural, han crecido con esta nueva manera de ligar a la carta a través de catálogos online dispuestos en cada app; para los que nos acercamos a los 40 (muchas veces, personas adultas aferrándonos al papel de ingenuas) no tanto, o no con tanta frecuencia.

Hoy en día, entre la atracción hacia una persona y la aversión, apenas media un mensaje escueto en Tinder. Porque las palabras, como en cualquier ámbito de la vida, juegan un papel primordial, amén de los socorridos iconos. Pero ¿es en realidad tan difícil ligar en el ciberespacio como en la calle? Otro artículo del New York Times asegura que en Tinder te dan las mismas calabazas que en la vida real: por cada 12 ligues, hay 988 rechazos. Online dating tiene mucho de juego para smartphone; puro entretenimiento, inseguridades y excesos de ego. ¿Pero qué ocurre con las fantasías, emociones y expectativas? Mejor, dejarlas archivadas bajo llave en el cajón de las cosas inútiles/inservibles.

Cada mes, cincuenta millones de personas usan Tinder. P (hombre, gay, residente en Berlín) es de ese tipo de personas. El otro día, mientras P se preparaba, con cierto desasosiego inexplicable, para una cita de Tinder con un polaco con el que había intercambiado durante un par de días algunos mensajes de complicidad —dejémoslo ahí—, su amiga L (mujer, heterosexual, residente en Berlín) le comentó: “Borra los miedos y ¡tranquilidad! Yo no soy muy partidaria de los ligoteos vía aplicación; son un campo de minas. Es decir, que te arriesgas a un juego que es muy superficial a veces; es como si estuvieras en el supermercado y fueses una piña. Pero también hay melones, fresas, naranjas o kiwis. Plantearse algo más allá de eso es totalmente perjudicial. Si uno tiene un mínimo de expectativas o sentimientos, es exponerse demasiado”.

Amor: ¿objeto o capacidad?

Dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. Es el resultado de la cultura mercantil y material en la que nos vemos todavía anegados. Vivimos el amor como un objeto y no como una capacidad. Ya lo decía Erich Fromm en El arte de amar. A veces, en la Meca del arte y de la fiesta que es Berlín, solo es el reflejo de nuestra soledad interior el que nos induce a estar —o a creernos— sedientos de amor. El sexo se convierte en una solución parcial al problema del aislamiento. El sexo nos salva momentáneamente de la temible experiencia de la soledad, sin necesidad de experimentar ningún tipo de memoria ni predilección especial por ninguna de las parejas sexuales. Y si lo hacemos, malo.

En la Meca del arte y de la fiesta —y añadamos, de la homosexualidad que también es Berlín— confluyen muchos obstáculos para hacer que una relación verdaderamente funcione. Ser single en Berlín no es precisamente sinónimo de celibato. En la capital alemana, el sexo o los affairs casuales no son un problema, sino más bien una rutina insalvable. Extraños al conocerse, extraños al despedirse: lo insalvable de verdad es el abismo entre esos dos cuerpos, o más. La individualidad ha dado paso a querer ser libre hasta dentro de una relación: se pretende, incluso se ambiciona, seguir siendo soltero —y Peter Pan forever— mientras se vive en pareja.

A veces, no solo las apps ad hoc son idóneas para ligar en esta ciudad. En ocasiones habituales, Facebook también da el pego. Poke, friend request, date. Después de un par de “toques”, M (mujer, heterosexual, residente en Berlín) aceptó la solicitud de amistad de un extraño en Facebook. No era guapo del todo, aunque tenía presencia. Un intercambio de mensajes —de flirteo al principio; tórridos hacia el final— y quedaron, se gustaron y follaron. Por los comentarios del tipo, la cosa apuntaba a continuidad. Sin embargo, cuando M propuso una segunda cita se encontró en su bandeja de entrada: “Estoy felizmente casado”. Lo que es más: es su propia esposa quien elige primero a las mujeres con las que él se enrolla después. No es un caso aislado.

El amor romántico del mundo occidental está perdiendo la batalla; se impone el acceso a los cuerpos. Las emociones quedan protegidas —o invalidadas— por medio de un cercado eléctrico invisible, aunque por fortuna no del todo infalible, que no se sabe muy bien quién activa: si la propia persona o la que se acerca a ella. Es como si el amor careciera de importancia; como si casi diera vergüenza admitir su existencia, e incluso sentirla. Ya no aspiramos a trascender la individualidad sino a instalarnos en ella y ondear a cielo abierto la bandera de una libertad que más bien quiere decir miedo. Berlín es la capital de los solteros de Alemania. La vida sentimental en Berlín, la mayoría de las veces, se reduce a rollos de una noche, novios potenciales que se quedan en agua de borrajas o aventuras fogosas de dos a cuatro semanas, seis, como mucho. Y sin embargo, siempre podemos ser tan felices como nuestra mente nos lo permita. Ese es el problema. O la solución.

¿Es el amor la respuesta al problema de la existencia humana?

Según Erich Fromm, el amor es la respuesta al problema de la existencia humana. Todos somos dignos de amor. Sin embargo, nos empeñamos en abortar el amor. Somos expertos en sabotearlo. Vivimos en una era de amputación del amor inducida por ese miedo revestido de libertad. Aunque el acceso a los cuerpos es la moneda de cambio, el interior de la vida del otro queda sellado a cal y canto. Hermético. Una gran pérdida para la sociedad. O de la sociedad. Humanidad. Según la terapeuta de P, una persona a la que él considera bastante sabia, la vida hasta hace poco consistía en un aprendizaje perpetuo del amor. En nuestros días, renunciamos a la escuela del amor y repetimos curso sin cesar en la escuela del sexo, aunque nos sepamos las asignaturas de memoria. Cualquier truco es válido para suplantar al amor (sado maso, fist fuckings, sex dates a destajo, dominación, lamer botas o hasta suelos).

Mientras D (hombre, gay, residente en Berlín) intentaba proponer una cita decente a través de Tinder a un australiano bastante sexy, no tuvo más remedio que preguntar: “¿Solo te interesa follar?”. Respuesta: “No, pero no te conozco. Entonces no sé si tengo interés en algo más. Además, soy bastante tímido. No puedo tener citas tradicionales, me ponen muy nervioso. Pero, con el sexo… sé lo que vamos a hacer. Y hay algo que hacer mientras nos conocemos. Lo sé. Necesito terapia”. D estuvo a punto de responder que él pasaba de las citas de sexo convencionales por la misma razón, pero reculó y se abstuvo. Simplemente contestó con una ristra de smileys salvavidas. Obviamente, no estaban buscando lo mismo, a pesar de ciertas similitudes evidentes y al mismo tiempo desconcertantes.

Generation Beziehungsunfähig

Antes, la vida consistía en hacerse mayor, encontrar una profesión a la que aferrarse de por vida, tener hijos, envejecer, morir. Ahora, impera la sensación, o más bien la convicción, de que todo podría ser todavía mejor: el trabajo, la pareja, la vida y sobre todo uno mismo. Se desecha constantemente todo en pos de una vida libre. E inmortal. Una y otra vez. Insatisfacción crónica. “Pero si nos limitamos solo a nosotros mismos nos perdemos el resto”. Así lo afirmaba Michael Nast desde un amplio artículo de opinión publicado en abril en ingegenteil.de: Generation Beziehungsunfähig (Generación incapaz-de-tener-una-relación).

Loveless in Berlin

La legendaria pasividad e indiferencia de los alemanes quedó recogida en un extenso reportaje titulado Loveless in Berlin, publicado en junio de 2014 por Ex Berliner, que hasta hoy en día podría considerarse bastante actual. Desde un punto de vista femenino heterosexual se sentenciaba: “Si quieres una relación, márchate de Berlín”. Ex Berliner además señaló que hay demasiada gente en esta ciudad ocupada consigo misma; ensimismada, una redundancia aquí muy necesaria. Y quizá sea esa una cuestión general aplicable a todas las grandes ciudades.

Entre otras perlas, el reportaje también hacía hincapié en la falta de compromiso, “que en Berlín es una verdadera enfermedad”. O que la capital alemana es Las Vegas de Europa, “todo el mundo viene aquí a jugar”; “es como una tienda de golosinas o un bufé”; “ser single en Berlín a los cuarenta no es ningún problema; a lo mejor la monogamia no es la meta”. Pues eso, que a lo mejor la monogamia no es la meta. No se me ocurre otra manera de cerrar.

Continuará…

Daniel Zimmermann para Berlín Amateurs © junio 2015
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